Mientras el periodista Rafa Ruiz se asombra en El Asombrario porque en España muchos no acaban de entender que los árboles son seres que “resumen ética y estética, paisaje y clima, belleza y dignidad”, y nos deleita con los versos de los grandes poetas españoles que han reflejado su aprecio y amor por ellos (“almas sensibles que aman los bosques”), el ministro de Medio Ambiente, Miguel Arias Cañete, dice que está pensando permitir cierta clase de construcciones en el suelo quemado: hospitales y centros penitenciarios. Para ello, el medioambiental no descarta reformar la Ley de Montes, que actualmente obliga a que pasen 30 años sin uso desde el incendio que haya destruido la vegetación: la Ley 10/2006 de 28 de abril, que modificaba la Ley 43/2003 de Montes, estableció la prohibición de construir o ejercer en el terreno quemado ninguna actividad no compatible con la regeneración de la cubierta vegetal. Se protegía así a nuestros montes de la criminal especulación consistente en incendiarlos para recalificarlos después, convertirlos en urbanizables y poder construir en ellos chalets adosados y campos de golf, por ejemplo. Una especulación grosera, feroz: la de la España montaraz. (“Que no pongan fuego para quemar los montes, / e más que otra cosa las encinas. / E al que lo fallareis faciendo, / que lo echen dentro”, Alfonso X el Sabio).
Arias Cañete se refiere a los hospitales y a los centros penitenciarios como “utilizaciones de interés general”. Lo que este hombre entiende por interés general resulta, cuando menos, sospechoso, si tenemos en cuenta que, solo en lo que a hospitales respecta, los hay infrautilizados, directamente sin terminar o, para colmo de su cinismo, en proceso de privatización. Como si creyera que somos tontos (que, vista la mayoría absoluta del PP, parece obvio que sí), dice además Cañete que “no se va a favorecer ningún tipo de práctica que pueda conducir a una pérdida de superficie forestal”: ¿es que construir, lo que sea, sobre bosque quemado, en vez de regenerarlo, no implica pérdida de superficie forestal? Cree que somos tontos, sí. Pero no debería extrañar a Cañete que las organizaciones ecologistas no sean “muy partidarias” de sus planes ni debiera esperar, como pide, y con la misma cara dura que gastan su jefe y sus compañeritos de gobierno, “mucho consenso”. (“De árboles no hay que hablar, éste es un coco / que asusta al propietario y al labriego, / y a quien los planta le apellidan loco”, Gaspar Melchor de Jovellanos).
De interés general, sin embargo, vamos a tener que considerar la construcción de centros penitenciarios, ya sea en suelo quemado, porque falta hacen cárceles, desde luego, para tanto ladrón, corrupto, y nos olemos, pirómano como hay en el partido y en el Gobierno del ministro de Medio Ambiente. Me temo, señor Cañete, que para eso sí encontraríamos mucho consenso. El mismo consenso que, por ejemplo, hubo entre la opinión pública sobre la intencionalidad del incendio que en agosto de 1992 asoló esos terrenos no urbanizables de Benidorm que Eduardo Zaplana, entonces alcalde de la localidad, expropió a favor de una Sociedad que gestionaría dos campos de golf, diversas zonas hoteleras y el ya famoso y ruinoso bodrio llamado Terra Mítica que, tras pasar por la suspensión de pagos por una seudoreflotación a costa de la venta de terrenos y por varios tumbos propios de una montaña rusa de record, derivó en la venta final por 67 millones de euros de un destructivo, especulativo y estúpido proyecto que había costado 377. Un simple ejemplo, ya digo, célebre y lamentable, que habría que reconvertir en centro penitenciario para encerrar a sus mafiosos responsables. (“Árboles abolidos, / volveréis a brillar / al Sol. Olmos sonoros, altos / álamos, lentas encinas, / olivo / en paz, / árboles de una patria árida y triste, / entrad / a pie desnudo en el arroyo claro, / fuente serena de la libertad”, Blas de Otero).
Mientras se quema el alma de la España de los periodistas éticos y de los poetas sensibles (“Oh, fresno, tú me elevas / hacia la suma realidad, tú la proclamas”, Jorge Guillén), arden los bosques de la España del ministro Cañete, que es la patria árida y triste de la burbuja inmobiliaria, de la especulación sin límites, del abuso, de la vergonzosa corrupción, de la culpa política (“El hombre de estos campos que incendia los pinares / y su despojo aguarda como botín de guerra, / antaño hubo raído los negros encinares, / talado los robustos robledos de la sierra. / Hoy ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares; / la tempestad llevarse los limos de la tierra / por los sagrados ríos hacia los anchos mares; / y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra”, Antonio Machado).
Son estas las dos Españas: la que clama por la salvación de su alma y la que se la vende al diablo. La España de Federico García Lorca (“¡Chopo viejo! Has caído / en el espejo / del remanso dormido. Yo te vi descender / en el atardecer / y escribo tu elegía / que es la mía”) y la España que lo asesinó.