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Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal

Hacer política con un martillo en la mano

20 de mayo de 2021 22:54 h

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La crisis desencadenada esta semana en Ceuta ha servido a los dos principales grupos de oposición al Gobierno, el Partido Popular y Vox, para lanzarse contra el Ejecutivo. Especialmente simbólica fue la durísima intervención de Pablo Casado en la sesión de control celebrada el pasado miércoles en el Parlamento contra Pedro Sánchez, al que en lugar de apoyarle, decidió, en línea de lo que lleva haciendo desde el inicio de la legislatura, culpabilizarle de todo lo ocurrido. Decía Mark Twain que “cuando alguien tiene un martillo en la mano, todo se convierte en un clavo”. El PP lleva 15 meses con un martillo en la mano.

La airada respuesta de Pedro Sánchez acusando al líder popular de no tener límite alguno en el ejercicio de la oposición ha reabierto la continuada discusión sobre las relaciones en un sistema democrático entre el Gobierno y la oposición. Hay que tener en cuenta que un Gobierno y los partidos que se encuentran en la oposición parten de roles muy diferentes. Sus responsabilidades no son las mismas. Tampoco lo son sus objetivos. Alguien puede argumentar que ambos sectores buscan lo mismo, el poder. Sin embargo su situación es bien distinta. El Gobierno ya tiene el poder y desea mantenerlo. El principal partido de la oposición lo que necesita es arrebatarle el poder a quien actualmente lo tiene. Evidentemente, no es lo mismo.

El discurso unificador del Gobierno

De forma tradicional, un Ejecutivo suele asumir una función unificadora del país. Es el Gobierno de la nación. Si se dedica a trabajar sólo para la parte de los ciudadanos que se supone que le han apoyado en las urnas estará castigando su propia imagen. Lo normal es que un presidente o un ministro en cualquier país hable siempre en nombre de todos los ciudadanos. 

Esto tiene una lógica incontestable. Sus acciones afectan siempre a todos los habitantes de esa nación, sean o no sus votantes. Lo que hace un Gobierno importa a la totalidad de la ciudadanía y, por ello, siempre cuidará su discurso desde esa responsabilidad. Por eso suele intentar promover los consensos y los acuerdos más amplios posibles. Según explica el sociólogo y expresidente de la ACOP, David Redolí, “debe mostrar un perfil muy pactista, sosegado, profesional… y salirse de ese marco de confrontación brutal que quiere instalar la oposición”. Sabe que eso irá en favor de la estabilidad del país y, por tanto, del mantenimiento del estatus que le permite estar en el poder.

El papel de la oposición

Por el contrario, la oposición no representa a todos. Básicamente, su función es crítica frente al Gobierno. Por supuesto, su objetivo es evitar la continuidad de un estatus que le condena a una posible irrelevancia a la hora de tomar las grandes decisiones políticas. La oposición, de forma rutinaria, apostará siempre por el disenso antes que por el consenso. Para ganar las siguientes elecciones necesita el triple efecto de mantener a sus votantes, captar nuevos y hacer perder todos los que pueda al partido en el poder. 

El Gobierno se conformará con que el mapa electoral no se altere en exceso. La oposición necesita irremediablemente una modificación sustancial de ese mapa. “La mayor o menor dureza de la oposición depende de las coyunturas. Siempre se emplean con mayor dureza contra el Gobierno en los momentos en los que lo ven más debilitado como cuando las encuestas no le son favorables o tras unas elecciones, aunque sean parciales”, opina el profesor de Comunicación política de la Universidad de Navarra, Carlos Barrera. 

Este simple esquema tiene, sin embargo, multitud de excepciones y matices derivadas de las múltiples vicisitudes que van surgiendo. En el caso español, estamos viviendo un caso particular extremo en este juego de roles. La conformación del Gobierno de coalición puso fin a un periodo de inestabilidad política iniciada hace ahora tres años con la moción de censura que acabó con la presidencia de Mariano Rajoy. El Partido Popular nunca aceptó aquella derrota parlamentaria y desde entonces siempre ha ansiado la recuperación del poder de forma inmediata. Da la sensación observando sus mensajes públicos de que nunca ha aceptado estar en la oposición a la que las urnas le han llevado.

El uso político de la pandemia

La pandemia estalló en España apenas unas semanas después de la formación del Gobierno de coalición. El Partido Popular tomó una decisión que marcó su futuro. Apostó por culpabilizar al Gobierno de la crisis sanitaria y no dudó en cargar sobre su gestión las muertes de miles de ciudadanos afectados por el virus. 

Este pasado miércoles, Pablo Casado volvió a cargar sobre las espaldas de Pedro Sánchez la culpabilidad de lo ocurrido estos dramáticos últimos meses. Evidentemente, habría cabido otra opción, la de aparecer como colaborador activo en la lucha contra la Covid-19 junto al Gobierno. Nadie puede saber qué impacto podría haber tenido en el electorado el ver a un partido de estado asumiendo un papel constructivo y activo en lugar de apostar por la destrucción y el bloqueo. “Es difícil saberlo —añade David Redolí—, pero creo que les habría ido mejor si hubiesen sabido separar las cuestiones más institucionales de la pelea política del día a día. Si tu país está atravesando una gravísima pandemia, deberían haber intentado pactar de verdad esas medidas”.

La crisis con Marruecos

El éxito electoral en Madrid ha afectado sensiblemente la actitud del PP, que había quedado muy tocado tras la debacle vivida en Cataluña. La absorción del voto de Ciudadanos le ha dado un notable crecimiento cuantitativo y un notorio impulso en su estado de ánimo. La crisis desencadenada tras la decisión de Marruecos de abrir su frontera en Ceuta a una incontenible avalancha de miles de inmigrantes ha pillado a todos por sorpresa. También a los estrategas de comunicación de los partidos.

El Partido Popular optó el miércoles, en el momento álgido de la crisis, por situarse otra vez contra el Gobierno al que culpabilizó de todo lo ocurrido. De nuevo, tuvo que resolver una disyuntiva similar a la de la pandemia. Debía decidir entre buscar la rentabilidad política de forma constructiva buscando aglutinar a votantes moderados o la de convocar a los sectores más radicales antigubernamentales que prefieren por este orden la caída del Gobierno y, en segundo lugar, hacer frente a graves problemas que tienen más fácil solución si se combaten desde la unidad y el consenso.

La resolución de la disyuntiva

Los sondeos de opinión irán aportando datos sobre la reacción de los españoles ante este tipo de actuaciones políticas. Desde una posición teórica, cabría entender que el éxito o el fracaso de esta estrategia de abierto combate y oposición indiscriminada por tierra, mar y aire depende de cada conflicto. Parece sensato pensar que ante un error manifiesto del Gobierno, una oposición frontal, dura y agresiva puede aportar significativos réditos electorales. 

“Otra cosa distinta”, añade Barrera, “es el límite hasta prudencial que se puede sobrepasar en el fragor de la lucha política y que puede volverse en su contra”. Sobre todo si eligen asuntos inadecuados. No sirve de forma indiscriminada. “Creo que esta oposición tan brutal no les está dando los réditos que creen que les va a dar, pero, claro, en un contexto de alta polarización, a saber... Lo hemos visto en las elecciones de Madrid con Díaz Ayuso, cómo ha triunfado ese 'yo me opongo a todo y a todos’”, termina Redolí. 

Hay mucha gente que si ve un conflicto en el que piensa que la labor de todos es la de ayudar de forma colectiva, no entenderá el sinsentido de perjudicar los intereses de todo el país por un puro afán de rencor partidista. Cabe la posibilidad de que el PP hubiera podido aprovechar el conflicto con Marruecos para cimentar su papel como alternativa de Gobierno desde la defensa de España ante una agresión exterior. El PP decidió renunciar a esa posibilidad.