Contra la política del odio

0

Con una sola palabra, hay quienes expresan mucho más odio que el que cualquier ser humano puede acumular en toda una vida. Con un único tuit, hay quien se ve capaz de explicar una realidad alambicada y llena de matices. Hay toda una tendencia por la simplificación de los hechos y la exhibición de certezas absolutas que resulta insultante, pero que se impone a la duda y al pensamiento crítico. Es la fórmula eficaz que acompaña al populismo. Y no hay que irse a Donald Trump, ni a Bolsonaro para citar ejemplos, los tenemos muy evidentes aquí, en España, dentro del primer anillo de circunvalación que rodea al centro de la capital.

Hay toda una escuela que va ganando la batalla por el vaciado de los contenidos más intrincados y que trata de dividir a la sociedad entre buenos y malos. Son expertos en manipulación emocional. Activan la excitación y la efervescencia, chapotean en ella y, después, esparcen con el verbo un odio imposible ya de frenar. En el Parlamento y en la calle.

Una ola de inquina recorre los países europeos como consecuencia del auge de la extrema derecha y de sus mensajes insultantes y excluyentes, y en nuestro país la derecha de Alberto Núñez Feijóo se ha contagiado de esa misma retórica bélica sobre la estigmatización del diferente y de esa dinámica de odio que se escenifica en las instituciones y se reproducen en las redes sociales desde las cuentas oficiales de partidos y diputados.

Ahora, el intento de asesinato del primer ministro eslovaco, Robert Fico, ha activado las alarmas en la UE ante el temor de que la polarización se traduzca en una ola de violencia política. Y es que el ambiente inflamado, la hiperbolización de los discursos, la generalización de los insultos, la propagación de los bulos, la impunidad en las redes, las tertulias incendiarias… Todo suma y todo contribuye a alimentar un peligroso caldo de cultivo que un día es sólo violencia verbal y al siguiente muta sin aviso a violencia física. Y entonces será cuando nos preguntemos cómo fuimos capaces de mirar hacia otro lado y soportar o alimentar tanta indignidad. Cada uno en su alícuota parte de responsabilidad. Los que jalean, los que callan, los que señalan, los que se camuflan, los que se tapan los ojos, los que se declaran ajenos a la política como si la política no fuera todo… Todos somos responsables. 

Que el PP haya abandonado cualquier intento de buscar un mínimo común que acerque a la coincidencia, achique espacios de fricción o minimice el interés partidista es un mal síntoma. Cada vez que Ayuso echa fuego por su boca o Tellado despotrica contra Sánchez y Feijóo guarda silencio se convierte en uno más de los muchos que incitan a la discordia y buscan hacer de la política un espacio disolvente e irrespirable. Si es así -con la furia,  el insulto, la criminalización, la destrucción del adversario y la deslegitimación de las instituciones- como aspira a llegar a La Moncloa es probable que si algún día lo consigue lo haga a costa de una profunda división social que será muy difícil restañar.

Por eso, hoy más que nunca es oportuna -aunque insuficiente- la proposición no de ley que el PSOE ha registrado en la Cámara Baja en defensa de la convivencia democrática, la tolerancia y el respeto. “Los representantes públicos tienen una función y una responsabilidad esencial en la lucha contra la incitación al odio y la intolerancia”, reza en el texto, que exhorta también a los partidos a “abstenerse de realizar cualquier declaración pública que fomente e incite al odio” y “denuncie públicamente los casos de odio”.

La iniciativa condena “cualquier declaración política realizada por representantes públicos que fomente e incite el odio hacia cualquier persona o grupo social por motivos de nacimiento, origen racial o étnico, sexo, religión, convicción y opinión, edad, discapacidad, orientación o identidad sexual, o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. No bastará, eso sí, con votar a favor y, después, hacer que una proposición más se quede en una mera declaración de intenciones.

El clima anima a que los partidos tomen medidas ejecutivas contra cualquiera de sus cargos institucionales u orgánicos que traspasen el límite de lo tolerable, empezando por quien llamó hijo de puta al presidente del Gobierno. O se retracta y pide disculpas, o a la calle. Ese debiera ser el camino porque la política es algo más que una materia inconsistente, tóxica, cruel e implacable por la que también transitan personas que dan argumentos para que sigamos creyendo en ella. No todo es juego sucio por mucho que haya días que asome sólo la basura.