Hace un par de siglos, el año 1816 no tuvo verano según cuentan las crónicas. El tiempo se alteró por una violenta erupción volcánica, explican. Napoleón languidecía en la isla de Santa Elena. Dicen que el frío, precisamente, frenó varias veces su carrera imperial. En España teníamos de vuelta al rey, Borbón, Fernando VII. Aquí también patinaron los ejércitos napoleónicos, gracias a la labores entre otros de Juan Martín Díez, El Empecinado, a quien el rey felón terminaría ajusticiando por su coherencia y dignidad. Fernando VII había derogado ya la Constitución de Cádiz y el Trienio liberal dio pasó a la Década Ominosa, con la restauración del Absolutismo. Reciente aún la Revolución Francesa, habían crecido - sobre las brasas de la libertad- los Bonaparte. Y se llegaron hasta España. La reacción popular a esa invasión, también derivaría hacia ese Borbón que fue símbolo de involución como pocos. Hay algo en la España actual que evoca de alguna manera esos tránsitos diabólicos que sacuden a esta sociedad de cuando en cuando.
En los últimos años, el hartazgo de la política, del ejercicio de la 'Política', de las secuelas económicas que dejaron los errores y trampas, llegó al límite. Y hubo una movilización social –marcadamente pacífica- y algo cambió. Se visualizó en los ayuntamientos nacidos en 2015 y, en estos días, en el nuevo Congreso de los Diputados. La Cámara que representa a la soberanía nacional, empieza a parecerse algo más al pueblo que la ostenta –aunque tantos lo olviden-. Pero el viejo régimen, su esencia más genuina, no se conforma. Todo lo contrario: rabia. Hasta arrojando bilis por la boca. Y, por ejemplo, convierte en tema de debate nacional el que una diputada acudiera a la sesión que inauguraba la legislatura con su hijo en brazos. Los graves problemas que aquejan a esta sociedad quedan aparcados ante tamaño acontecimiento, que ni siquiera es la primera ni la única vez que ha sucedido. Teniendo allí mismo, en el hemiciclo, a un diputado del partido del Gobierno en funciones investigado por presunta pertenencia a organización criminal en la cuestión habitual de la 'mangancia' y la corrupción. Los cronistas palaciegos tienen gran parte de responsabilidad en ello.
Una a manera de bonapartismo influye en la vida de Europa también ahora. El imperio buscado es económico. Y mandan afilar la tijera porque conviene a las arcas del poder y porque, aquí, las cuentas no se hicieron como cuentan que se hicieron. Que una boyante economía casa mal con deber más de un 1 billón de euros - tras su increíble y rápido engrosamiento-, y, sobre todo, con casi un 30% de pobres ya, más de 4 millones de parados, unos salarios reformados que no alcanzan a pagar las facturas de muchos trabajadores y una emigración que no ve cómo volver.
En las altas esferas de la Corte –léase en sentido prioritariamente metafórico- ocurren escenas de vodevil, si no fueran tan serias en sus resultados. Tenemos al territorio del noreste dirigido por un amplio sector que quiere independizarse y, al no tener porcentaje de votos suficiente, ha elegido un atajo que no le han dado las urnas. Hay urnas ahora, a veces se duda de si sirven cuanto debieran, por una serie de factores. El presidente saliente así lo dice: han corregido las urnas con un pacto. La nueva parte contratante firma un texto en el que se le obliga a pública confesión de sus errores, en acto de contrición; a echar a un par de personas y a prestar a dos más para que voten con el titular. Y se muestran encantados. Y tan increíble actitud no se comenta de forma especial en las crónicas de la Corte.
El Rey, en esta ocasión de forma textual, decide no recibir a la presidenta del Parlamento que inicia, con estas premisas, su desconexión a 18 meses vista. Y, tanto él como el Gobierno, despiden al presidente saliente con un cese en el BOE sin agradecerle los servicios prestados como suele suceder. Así se hizo con otros presidentes -Cospedal, Fabra, Monago- pero es de entender que estos sí prestaron servicios. De hecho, Artur Mas también, pero al final se malogró un poco.
Pendientes de la formación de gobierno en España, sin mayorías absolutas, las gacetas palaciegas eligen composición. Viejo Régimen, Napoleones, Fernandos genuinamente VII, al gusto de las campañas europeas y de sus propios intereses. Y uno de los principales cronistas de la Corte decreta quién y cómo se debe gobernar y que, si acaso, el Rey que reina pero no gobierna, gobierne. O, peor aún, influya en que el plan salga como debe, sin interferencias. Básicamente, se refieren todos ellos a Podemos y las Mareas. A la izquierda. A los que han acudido nuevos al Congreso, en bici, en ropa sencilla, rastas que espantan a la laca de los cerebros, con mochila, banda de música, o niño en brazos. No convienen. Y los tratan como intrusos, cuando son muchos de ellos los que están quedando fosilizados en las paredes. Cierto que la política no ha nacido estos días, pero que no tengan la menor duda de que si a sus señorías de siempre no les gusta lo que le ven, es porque ellos mismos se lo han buscado.
Este folklore nos pilla pendientes de un juicio por delitos fiscales –al menos- de la hermana del Rey. Y nos topamos con que la Fiscalía –la ¡Fiscalía!-, la abogacía del Estado, y Hacienda trabajan con ahínco para liberar a la infanta del proceso. Se admitieron facturas falsas. Se sabe de feos abusos –hasta utilizando a niños discapacitados para evadir dinero- por parte del marido y socio de la aludida, pero esa misma Administración de Tributos nos dice que “Hacienda somos todos”, solo era una eslogan publicitario.
Todo esto está pasando y se concatena para describir ese escenario de tapices roídos y mucha porquería, aunque lo vaporicen con perfume caro. Como ese gobierno que se apremia a formar desde fuera de la política -porque el periodismo o los empresarios no se presentan a las elecciones- y que implica retornar a Luis VI y María Antonieta, al Napoleón que llamaron temerosos de la libertad, al Fernando VII que volvió al Absolutismo o simplemente al PP de los últimos 4 años. Con apéndices Ciudadanos. Existe ese riesgo. No ganó la suma de la derecha en las urnas y, de entrada, así figura en la composición de las mesas del Congreso y el Senado. En la Cámara Alta, la decisión del PSOE de ceder una plaza al PNV (con 7 senadores) negándosela a Podemos que es la terecera fuerza allí es demasiado evidente. Los hechos desmienten la búsqueda del acuerdo que dicen ofertar los socialistas. Queda mucho por ver, sin embargo. El PSOE es un partido que juega con pistolas de ruleta rusa en su propio seno y sus errores pueden resultar dramáticos. Es quien más tiene que ganar y quién más tiene que perder.
España anda enzarzada, sin embargo, con el niño de Bescansa, las rastas, los olores, el ruido dirigido que suele utilizarse para distraer. A quienes se dejan distraer, naturalmente
La gente ha recibido bocanadas de cambio. La política real, la auténtica, sin miriñaques y pelucas. Sin el hedor de los afeites y perfumes, sin jabón. Sin las máscaras para el carnaval de intereses. Algunos ciudadanos, asustados, ya empiezan a susurrar “Vivan las Caenas”, como hicieron sus ancestros con Fernando VII, porque hay personas a las que el aire libre les da miedo. O lo harán pronto porque la maquinaria de la propaganda funciona a jornada completa. Otros temen volver a ver cómo se desvanecen las esperanzas. Muchos grados de madurez y decencia en las cúspides ayudarían.
Hubo verano el año pasado. Parecía que no habría invierno, pero ya ha llegado el frío. Puede detener y derrotar la regresión o helarnos el alma.