El polvorín mundial y la pluralidad informativa
A estas alturas de la historia, parece necesario señalar la desinformación como un factor clave para haber modelado una sociedad timorata, abotargada y sumisa –en su mayoría– que no reacciona ante los grandes conflictos que nos atenazan. Cuesta creer semejante grado de desinterés como se está viendo en unos momentos tan conflictivos.
La escalada bélica emprendida por el Israel de Netanyahu se encuentra en un punto crítico: está sentando las bases para una guerra extendida a Oriente Próximo y más allá. Las ramificaciones de esta carrera al abismo alcanzan incluso a la industria petrolera iraní que Israel baraja si atacar o no. Joe Biden, el presidente en vías de jubilación forzosa, ha puesto como línea roja ¡las instalaciones nucleares de Irán! Nada más que se sepa. Israel ya ha cercado también con bombas la base rusa de Khmeimim en Siria y Rusia ha ordenado a sus ciudadanos que abandonen Israel. Los bloques, poderosos, se preparan para lo que haya de venir. Todo esto coincide con las elecciones norteamericanas, a celebrar en un mes. Y ya puestos, con los ataques de Zelensky y aliados directamente a suelo ruso en la otra gran guerra, en el norte.
Un ataque a las petroleras iraníes –las terceras reservas de crudo en el mundo– provocaría una crisis económica internacional. En ese terreno hay que prestar atención también a los movimientos dados ya por los bloques. Los países de la UE autorizan a Bruselas a aplicar aranceles a los coches eléctricos chinos, alinéandose con Estados Unidos. Y Joe Biden ha propuesto una nueva normativa que prohíba la circulación de determinados tipos de vehículos fabricados con tecnología vinculada a China y Rusia.
Va a cumplirse un año del atentado de Hamás en el Festival de música de Reim en Israel, uno de los más mortíferos en décadas: 1.300 muertos y 3.300 heridos; 291 soldados asesinados y 199 rehenes. Les llevó un año prepararlo. Israel lo sabía y no hizo nada por detenerlo, dado que –dicen– no le dio credibilidad, lo que constituye un hecho clave en la historia. Y sorprendente: además de sus afamados servicios de Inteligencia, Estado Unidos alertó a Netanyahu con tiempo y el gobierno egipcio le avisó una semana antes.
La respuesta fue brutal. Apenas 10 días después, la ONU advertía de la falta de bolsas suficientes para meter tantos cadáveres en Gaza. El “derecho de Israel a defenderse” no solo se ha llevado por delante miles de vidas y ha dejado incontables heridos y devastación, sino que lo ha ido extendiendo a otros países con más asesinatos e idénticos métodos. En 16 días Israel ha matado a 1.300 personas y ha provocado el desplazamiento de un millón de ciudadanos en Líbano a los que, además, les ha bombardeado la carretera de salida a Siria. Es su objetivo claro desde siempre: su supremacía en la zona, para lo que cuenta con –al menos en los pasos dados hasta ahora– la ayuda estadounidense de ambos partidos y de la UE.
La postura del Partido Demócrata es evidente, pero recordemos los movimientos de Trump nada inocentes antes de dejar la presidencia cuando indujo un nuevo diseño de alianzas en la zona. Trump avaló el acuerdo de paz entre Israel, Bahrein y los Emiratos Árabes Unidos. Y reconoció la soberanía de Marruecos en el Sáhara Occidental. No fue en absoluto al azar. Y hubo una serie de contrapartidas. En su propio plan, a la manera empresarial, sabe que tras Palestina va Líbano y también Irán, pero Irán no está sola ni de lejos.
Importantes entidades ayudan a Israel. El ejército de Netanyahu emplea en ataques contra civiles armamento de empresas como Boeing, Day & Zimmerman, Raytheon-RTX, General Dynamics, Leonardo, Oshkosh o Rheinmetall, que a su vez reciben apoyo de financieras, incluidas españolas, como mostraba el magnífico reportaje de Olga Rodríguez en primicia 'Quién vende y exporta las armas que Israel usa en sus masacres'.
El inmenso conflicto, lleno de derivaciones, requiere una información rigurosa incluso para prevenir o prepararse ante sus consecuencias, pero seguimos con la inercia habitual. Si hay un programa de debate que pueda intentarlo sin condicionantes es “59 segundos”, de TVE. Pero el de la noche de este jueves fue una muestra de ese seguidismo en los cupos de intervinientes en el que merece la pena detenerse. Lo conduce una periodista de prestigio indudable: Gemma Nierga. Se conectó con la corresponsal en la zona que se está dejando la piel en un trabajo excelente: Almudena Ariza. Había varios periodistas de gran solvencia, Olga Rodríguez, precisamente, en cabeza con su profundo conocimiento del tema.
Pero también estaban Celia Villalobos y María Claver y fue tan chirriante como para apagar el televisor. Tópicos, bulos, desinformación en el pasado y presente del conflicto. Intentar lavar -Villalobos- el papel de Aznar en aquella nefasta foto de las Azores y la participación española en la invasión de Irak poniendo a España en el punto de mira del terrorismo que alimentaron y que tan carísimo pagamos el 11M. No se puede convertir todo en objeto de discusión de barra de bar o de mesa camilla. Los temas serios merecen análisis serios. Fue como si colocaran a un premio Nobel de Medicina, pongamos por caso, a debatir con dos curanderos de mesa en un mercadillo. Y esto se hace a diario con cualquier tema. Ése es el problema.
Dicen que es en aras de la pluralidad. ¿Qué pluralidad? La que falsamente ampara el espectáculo de las tertulias. Dennos argumentos de profesionales expertos, no opiniones políticas alineadas con el bando agresor en la actualidad (y tantas veces) que comparten sin pestañear el genocidio que perpetra. Los que entienden la masacre de millones de personas y que se salten convenios internacionales para cometer crímenes de guerra al privarles de agua, luz, víveres, asistencia sanitaria y de todo tipo, para hacerles pasto de enfermedades epidémicas y de un inmenso dolor y desconsuelo. Como dijo Olga Rodríguez en la idea ya extendida: “Nadie podrá decir que no lo sabía”.
Leo que “59 segundos” siguió con temas de envergadura: la violencia en el fútbol, la tauromaquia, la pretendida correlación entre inmigración y delincuencia. Lo vieron menos de 400.000 personas, un 5% de audiencia. Merecía mucha mayor atención, pero a veces el tributo de lo que llaman pluralidad juega en contra de los buenos contenidos. Rara vez esa plurarlidad es real, además, no en porcentajes. La realidad no suele ser 50/50. Sin contar con otras inercias que han formateado a la sociedad ya.
Sube como la espuma en cambio La Revuelta, de David Broncano, un programa ingenioso y amable, de los que hacen falta también para distender e incluso enriquecer con otros contenidos. La deriva puede llegar, sin embargo, cuando la audiencia recibe como el descubrimiento del siglo la presencia de dos estrellas del corazón expulsadas de su cadena que han sabido reciclarse. Para quererlas a diario. Hasta columnas de opinión entusiasmada se han escrito en periódicos serios. Es como corroborar que a las cabras les gusta subir al monte a por hierba sin remedio. A muchos españoles les encadilan los famosos per se.
Tenemos cuestiones de envergadura a resolver en este país. Padecemos una oposición política como saco de mugre cementada a las espaldas con un plaga de avispas en derredor. Y un conflicto descomunal que planea sobre el mundo. Esto hay que afrontarlo con seriedad, con información, no con una falsa pluralidad en los debates.
Visto en la distancia del tiempo, las tertulias sesgadas han hecho un daño enorme. Se apostó por ellas de forma masiva hace apenas 15 años, cuando se desencadenaron las grandes convulsiones de la crisis del capitalismo y la respuesta ciudadana (primavera árabe, 15M y sus extensiones internacionales) que hoy está prácticamente desactivada. Las tertulias eran una forma barata -en general- de llenar parrillas y extraordinariamente eficaz para disuadir la información y crear opinión interesada. Fueron, en España, una gran plataforma para el crecimiento de la ultraderecha. Ahora lo son para amparar un genocidio y la megalómana ambición de cambiar el tablero mundial. Entiéndase que con excepciones, no todas las tertulias son así de nefastas, pero buena parte de ellas sí.
Y es que la sociedad olvida que sigue teniendo la última palabra, incluso la capacidad tan elemental de encender o apagar un conector.
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