Decir que la pandemia está cambiando y cambiará aún más el mundo en que vivimos, nuestra ordenación de prioridades y la manera en qué procesamos la realidad se ha convertido en un lugar común. Menos habitual y más ilustrativo resulta analizar algunos ejemplos concretos para ayudarnos a entender mejor de qué estamos hablando.
Pongamos, por ejemplo, que hablamos de Madrid.
Tras dos semanas con porcentajes de contagiados por encima del 15%, la Comunidad de Madrid ha anunciado medidas “durísimas”: ha decidido reducir el consumo en barra, local y terrazas al 50%, limitar los aforos en eventos sociales y bajar las reuniones a menos de 10 personas. En Galicia, por ejemplo, que nunca ha superado ese 5% de casos que la OMS indica como referencia para hablar de pandemia y riesgo de descontrol, restricciones bastante más duras y gravosas para la ciudadanía y la economía están en vigor desde hace semanas en las zonas más afectadas; como lo están en zonas de comunidades en situación de riesgo como Aragón o Catalunya.
Paradójicamente, la comunidad con mayor exposición y casos se convierte en la última en adoptar medidas restrictivas y lo hace sin, al menos, igualar el rigor de territorios menos afectados y donde ya rigen hace semanas. Si de verdad hubieran cambiado tanto nuestras prioridades, estaríamos discutiendo cómo es posible semejante contradicción opuesta a cualquier lógica o sentido común.
Pero en lugar de eso estamos enredados en la vieja batalla de siempre entre la propaganda, el partidismo y la fabricación de indignación contra los otros. Se critica a Madrid porque gobierna el Partido Popular, no porque la evidencia acredite que es la primera en casos y la última en medidas de contención; un debate tan absurdo como imposible.
Sostiene la presidenta Díaz Ayuso que Madrid no puede parar porque cualquier país se para si lo hace su capital. Un argumento que equivale a decir que la hostelería de, por ejemplo, A Coruña sí puede llevar detenida tres semanas, con cuatro veces menos casos, porque a quién le importa lo que pasa en provincias si todo el mundo sabe que la periferia vive del dinámico y emprendedor centro.
La Comunidad de Madrid ha retrasado cuánto ha podido las medidas que otros llevan semanas implementado con datos menos alarmantes porque los beneficios de no aumentar las restricciones se quedan allí y los costes sanitarios de asumir el riesgo se socializan. Así se explican y se entienden casi todas sus decisiones: la economía va primero siempre, sea para contratar rastreadores, personal sanitario o maestros o para imponer restricciones a negocios y empresas.
Los costes no se asumen, se transfieren. Gestionar la pandemia con semejante criterio sólo puede conducir a más calamidad. Igual que dejarla en manos de una responsable que puede sostener, al mismo tiempo y entre aplausos de sus fieles, que los colegios serán el sitio más seguro más seguro para los niños y que la gran mayoría acabará contagiada al terminar el curso.