Este sábado, El País perpetraba uno de esos artículos machistas con los que nos obsequia a menudo. Esta vez no era uno de opinión, sino una crónica que narraba los avances de un estudio del Ministerio de Interior sobre la violencia de género. “¿Por qué los hombres matan a las mujeres?”, se titulaba.
En él, contaban los casos que el estudio ordenado por el Ministerio estaba analizando, y lo hacían así:
“Desde el caso del tipo que un buen día le dio un golpe mortal a su mujer en la cabeza y después la descuartizó para deshacerse del cadáver; hasta el del buen padre con el divorcio atragantado que una noche, henchido de ira, entra en la casa de los suegros y se lía a cuchilladas con toda la familia; pasando por el caso del malote del pueblo, que coquetea con las drogas, de vez en cuando se le va la mano, entra y sale de prisión y acumula órdenes de alejamiento que incumple –incluso con el consentimiento de ella–, hasta que un día la mano se le va del todo y acaba matándola”.buen padre con el divorcio atragantado que una noche, henchido de ira, entra en la casa de los suegros y se lía a cuchilladasde vez en cuando se le va la manoun día la mano se le va del todo
Así describía El País la variedad de feminicidas que tenemos en España: desde un buen padre hasta tipos a los que “se les va la mano”. El estudio ha sido encargado por Interior a estudiantes de postgrado de psicología y criminología, y a catedráticos de lo mismo. Estas dos carreras es lo que tienen en común los encargados de analizar la violencia de género en nuestro país, con la intención de acabar con ella. No era requisito que tuvieran conciencia feminista o perspectiva de género, tampoco que hubieran estudiado o al menos leído sobre qué es el machismo y cómo todos lo perpetuamos. No. Nada de eso. Quienes tienen que acabar con la violencia machista no son personas formadas en violencia machista. Personas a las que nadie les ha preguntado si son conscientes de que todos reproducimos conductas machistas que hacen que el goteo de feminicidios sea constante.
“En estos momentos hay 300 'revisores', la mayoría estudiantes de postgrado tutelados por catedráticos y psicólogos de la Policía Nacional y Guardia Civil”, aseguraba El País.
Nos quedamos muy tranquilas. Que el Ministerio de Interior haya decidido obviar el trabajo de décadas del feminismo para pedirle a la Policía y a la Guardia Civil –instituciones para-nada-nada machistas– que arrojen pistas sobre “por qué los hombres matan a las mujeres” es otra muestra del desprecio que tienen por las mujeres. Los mismos que necesitan urgentemente conciencia feminista y perspectiva de género, los mismos cuya actitud pide a gritos formación para ser efectivos ante las denuncias de mujeres, son los encargados –junto con estudiantes de postgrado, por supuesto– de acabar con la lacra que ellos mismos perpetúan.
¿Cuántos casos de mujeres hay ya –sólo en nuestro país– que fueron asesinadas tras denunciar y no ser tenidas en cuenta por quienes debían protegerlas? ¿Cuántas más son necesarias para que los agentes que atiendan a víctimas sean formados y evaluados? ¿Qué tiene que pasar para que Policía y Guardia Civil sean objeto de formación y no sujetos de investigación en cuanto a violencia machista?
El estudio no sólo analiza 500 feminicidios, sino que ha tomado testimonios del entorno del agresor y la víctima: parece que los vecinos también tienen algo que decir, claro. Y como muestra, un botón: uno de los casos que analizan se trata de un hombre que mató a su mujer porque “ya me la he cargado, ya está, me tiene en un sin vivir con denuncias por todos lados”. El mismo artículo habla de las 14 órdenes de alejamiento que tenía el buen señor, ya divorciado de una anterior pareja contra la que también ejerció violencia. Para el Ministerio y los “expertos”, este caso es inexplicable, por eso decidieron analizarlo mejor. Ya ven, ¿¡cómo es posible que la matara!?
El feminismo ya consiguió que a esta violencia se le llamara “machista”, ya que está motivada por el machismo. Pero los “expertos”, en pleno 2017, cuando parecía que había debates que por lógica y experiencia no podrían reabrirse nunca más, han asegurado que: “Decir que todo es machismo es quedarse en la superficie”. Aquí cabe señalar que, dichas palabras, las han dicho hombres. Dos hombres, de hecho: un comandante de la Guardia Civil y un policía nacional, que son expertos en “violencia en la pareja”, asegura el artículo. Apártense, señoras, que se van a encargar los hombres de averiguar lo que ya se sabe.
Cuando no sabes qué es el machismo y lo reduces a aquellos que dicen frases como “vete a fregar”, sí, puede parecerte que algo así no puede explicar un asesinato. Pero si no estás formado con perspectiva de género, si no has ahondado en tu propio machismo para intentar deshacerte de él, si no has tenido un proceso de concienciación, es imposible que veas cómo tú también lo perpetúas y lo fomentas, y cómo vas a seguir haciéndolo mientras no percibas que la misoginia lo impregna todo. El Ministerio, repleto de señores que se creen parte de la solución y no del problema, encargan por eso el analizar el problema a otros señores que son como ellos. Y la bola sigue creciendo, y la violencia de género se convierte para ellos en una odisea irresoluble, por lo que piensan que debe esconder algo más. La ignorancia siempre encuentra explicaciones pintorescas, por eso nacieron los dioses: para explicar lo que no entendíamos.
Es trágico poner a resolver la violencia machista a personas que niegan que el machismo sea el motivo troncal: ¡estamos hablando de una violencia que lleva el “machista” en su propio nombre! Estamos dando pasos atrás. Estamos negando lo que ya sabíamos para encontrar otras explicaciones que satisfagan a los que nunca sufrirán ese tipo de violencia. Por eso están teniendo en cuenta hasta los testimonios de los vecinos, que no dudan en sentenciar cosas como: “Era ella la que le perseguía. Les pierde el alcohol”. Este testimonio se ha recogido para analizar el caso del que hablábamos antes. Las 14 órdenes de alejamiento y el historial de violencia de feminicida no hablan por sí solas, al parecer. Entienden que, si ella iba a verle a la cárcel para que él viera a los niños, está clarísimo que ella se lo buscó, ergo, ella es la culpable. Este patrón consistente en culpabilizar a la víctima debería servir para abrir lo ojos de estos “expertos”, sin embargo, para lo que sirve realmente es para que alejen el machismo como motivo de la violencia machista.
Hay un párrafo especialmente escalofriante:
“Frente a la idea generalizada –e impartida en universidades– de que la violencia de género implica una escalada (tensiones, agresiones verbales, físicas, falsa luna de miel y manipulación emocional...), existe un dato novedoso y desconcertante: en el 45% de los casos los hombres que asesinaron a sus parejas no tenía ningún antecedente violento conocido, entrarían dentro de un amplio grupo que podría calificarse como agresores 'ocasionales' y, por tanto, impredecibles”.
Decir que es un dato novedoso que gran parte de los feminicidas no tienen antecedentes conocidos de violencia –y que por tanto queda refutada la teoría de que la violencia de género conlleva siempre una escalada–, deja claro que no sólo no saben qué es una escalada de violencia o qué es la violencia machista, sino que no deja dudas de que los “expertos” no han tenido en cuenta los cientos de estudios anteriores sobre el tema que quieren resolver. Es más, se desprende que ni siquiera han leído titulares, porque ¿cuántas noticias en prensa y telediarios empiezan por “la víctima no había denunciado nunca”? ¿Cientos? ¿Miles?
No es ningún secreto, ni muchísimo menos un hecho novedoso o desconcertante, que gran parte de los agresores machistas sólo ejercen violencia sobre su mujer. Y que por eso las matan a ellas y no al vecino o a su jefe. Porque de eso va el machismo, de creerse en posesión de la mujer, de ejercer poder sobre ella: ella es mujer y él hombre, por lo tanto ella es menos que él. Es la prepotencia que sienten sobre las mujeres lo que hace que ejerzan violencia sobre ellas. Claro que muchos de ellos no tenían denuncia, eso no significa que no hubiera violencia previa. Y es justamente esa violencia previa, ese minar poco a poco la autoestima de las mujeres, ese maltrato psicológico previo lo que hace que muchas mujeres no sólo no vean salida, sino que lleguen a pensar que no merecen nada mejor.
Y si tu autoestima está por los suelos, si crees que no mereces que te traten bien, si tu propio marido te asegura que “¿quién te va a querer a ti?, sólo te aguanto yo”, ¿qué es exactamente lo que van a denunciar? Muchas toman la decisión de hacerlo, apoyadas por familiares y amigas, pero ¿quién tiene la moral de culpar a las que no? Sólo la misoginia puede justificar la culpabilización de las víctimas. Sólo una sociedad machista puede achacarles a ellas los motivos de la violencia que reciben.
El gráfico que muestra el artículo, cuya fuente es el Ministerio de Interior, es para echarse a llorar. Literalmente.
Una gráfica que presenta la “maldad” y la “locura” como los dos ejes que delimitan este tipo de violencia sólo demuestra lo alejados que están de profundizar en cómo funciona el machismo. El 65% de los agresores padece, según ese estudio, algún trastorno o enfermedad mental, y un 45% nada, sólo se trata de “violencia puntual”. En este enlace ya hablamos sobre “la locura” y cómo achacar el machismo a los trastornos psicológicos y enfermedades no sólo nos alejaba del foco del problema, sino que fomentaba la discriminación de las personas que realmente los padecen: personas que sufren más violencia de la que objetivamente ejercen.
Les parece oportuno ignorar que las mujeres también padecemos trastornos psicológicos pero no por eso matamos a nuestros maridos. Y es que, claro, si entramos a analizar los géneros de los agresores y las víctimas, aunque todos ellos puedan padecer trastornos, quizás corramos el riesgo de entrar en una “deriva feminista” que nadie en el Ministerio de Interior, o en el Gobierno en general, desea; algo así conllevaría sin remedio a plantar un espejo frente a toda la sociedad. Significaría que todos esos señores de corbata –que dicen querer saber por qué los hombres matan a las mujeres– tendrían que señalar como corresponsables a hombres que nunca han matado, ni pegado; a hombres que se han limitado a hacer chistes sobre violaciones, hombres que “sólo” han incomodado a mujeres por la calle, hombres que gritan a sus mujeres, hombres que controlan con quién están, hombres que no ven nada malo en presionar a sus parejas hasta que dicen que sí, hombres que manipulan y castigan psicológicamente hasta conseguir sexo, y peor aún, los llevaría señalar a hombres que están en su entorno, a hombres que pueden ser ellos mismos.
Un gobierno como el del Partido Popular o de Ciudadanos (un gobierno de derechas, en definitiva) jamás hará una lectura así, jamás aceptará que un estudio avance en esa dirección. Porque, en consecuencia, tendrían que tomar medidas para atajarlo contrarios a su ideología; tendrían que mirar hacia dentro de sí mismos a tal profundidad que sería inasumible. Ni hablamos ya de la sola idea de dar la razón a un colectivo como el feminista, de quien han sido, son y serán siempre enemigos.
En el titular del propio artículo ya dan con la solución: ¿Por qué los hombres matan a las mujeres? Miren qué tienen en común todos ellos y qué tienen en común todas ellas: ellos son hombres y ellas son mujeres. Hay cientos de miles de hombres que ejercen violencia contra su mujer que no llegarán nunca a matarla, también hombres que violan a extrañas y conocidas, hombres que acosan a mujeres, hombres que discriminan a mujeres, y esa es la base social necesaria para que ocurran los feminicidios. Es un iceberg de violencias cuya cúspide son los asesinatos, esos que encontrarán siempre inexplicables los que no tienen en cuenta la parte oculta del iceberg.
Si seguimos poniendo en el gobierno a partidos como el Popular, no sólo no se van a resolver los delitos de odio como éste, sino que seguiremos en la senda de buscar explicaciones chichinabescas e ignorando las certezas. No será raro que acaben estudiando por qué los heteros agreden a homosexuales, alegando que “señalar la homofobia es quedarse en la superficie”.
A las mujeres nos matan porque somos mujeres. Y nos matan hombres. Eso no quiere decir que los feminicidas sean conscientes de por qué están matando. El machismo sigue siendo invisible a muchas escalas, hasta hace pocas décadas, ni siquiera apalizar a tu mujer se consideraba reprobable. Gracias a la lucha feminista esta violencia ya es socialmente rechazada, pero quedan muchas otras: psicológica, económica, institucional, simbólica... Mientras la sociedad siga ciega a estas violencias, mientras agresores y víctimas no sean conscientes de que son agresores y son víctimas, y mientras sigamos negando o relativizando este sistema patriarcal, que genera relaciones de poder de ellos sobre nosotras, la violencia de género va a seguir siendo inexplicable, y por lo tanto: irresoluble.
Este estudio del Ministerio es sólo una prueba más de cómo gestiona el Gobierno –elegido por los españoles– los problemas de nuestra sociedad: sin formación, de forma prepotente, con sordera y ceguera selectivas, ignorando a los y las que saben en cada materia para pedir opinión a sus “hombres de confianza”, a quienes jamás les fallarán sacando teorías raras o incómodas. Así podrán seguir sentándose cómodamente sobre sus propios prejuicios o intereses, sin ser jamás sacados a la fuerza de su zona de confort. Este estudio que estamos pagando con nuestros impuestos no es más que otro Rajoy asegurando que su primo le ha dicho que el cambio climático no es pa tanto; es sólo otra de tantas, donde los mandamases escuchan las teorías que les interesan y descartan las que les suponen más esfuerzos o presupuesto atajar.
De la misma forma que el individualismo y el liberalismo se va metiendo más y más en nosotros –y en nosotras–, haciendo que pensemos sólo en nuestras propias vidas y circunstancias pero poco o nada en las de los demás (y cuanto más lejos estén, menos aún), la clase política hace lo propio y sólo piensa en sí misma, en su estatus, en su partido, en su imagen, en su bienestar, en su beneficio: en su propia clase. Y la ciudadanía no somos de su clase, somos gente que ellos ven por la tele y en las fotos de los periódicos. Somos para ellos lo que son para la sociedad las personas que buscan refugio: un batiburrillo de caras y cuerpos ajenos a nuestro día a día.