La serie El cuento de la criada ha levantado cierta polémica por la recreación estética que hace de la violencia. Surge la tensión de si esta representación de la violencia, especialmente contra las mujeres, tan bella formalmente, y por eso más impactante, es más bien una denuncia o una exaltación, y hasta qué punto se puede mantener el nivel de denuncia de la serie sin tener que pasar por el mal trago de las escenas más fuertes.
El problema de esas escenas no es tanto de si son prescindibles para denunciar, para hacer un producto más apto a todo los públicos, o si en vez de denuncia realmente son exaltación. El problema es que todo eso es real, pasa ahora mismo o ha pasado no hace tanto, en concreto en el caso español durante la Guerra Civil y la dictadura fascista.
En la Iglesia de Sevilla de la Macarena sigue enterrado Queipo de Llano, que amenazó con violaciones y asesinatos masivos, y lo cumplió. El integrismo cristiano como coartada para asesinar públicamente, las torturas, el hambre, los trabajos forzados, muertes en las cárceles por hambre y enfermedades, niños robados a sus madres ya sea al nacer, o posteriormente, por ser rojas... Todo, todo eso, ocurrió bajo la dictadura franquista, bajo la que tan apaciblemente se vivía en el Barrio de Salamanca y otros barrios pudientes, como añora Mayor Oreja.
Se puede seguir afirmando que los rojos también tuvieron Paracuellos. La diferencia es que la violencia roja fue resultado de la implosión del Estado, que siempre que pudo intentó impedirla, mientras que la violencia fascista era seña de identidad del nuevo Estado.
A quien la sufrió, le puede dar igual, si la torturó, la violó o la asesinó un incontrolado o un grupo con cobertura estatal. Pero desde el punto de vista político no es lo mismo. No es igual la legitimidad de un Estado democrático cuestionado y que no logra controlar el orden público en una situación de guerra que la de un Estado totalitario en la que el terror es parte de su definición, y es reconocido tan abiertamente.
El fascismo español asesinó a más españoles que el nazismo a alemanes, en proporción con el tamaño de la población. Pero además, el español lo hizo anunciándolo, pues las proclamas de los afectos al régimen en la prensa ahí están. A diferencia de los nazis, nadie podrá acusarlos de hipócritas o de incumplir sus amenazas. Les honra su palabra asesina.
Volviendo al presente, me causa cierto estupor que la recreación artística del terror que han vivido poblaciones como la española o como la que están viviendo ahora en Siria sea objeto de crítica. Nunca sobra saber con detalle de dónde venimos, porque casos como el de Bosnia o Siria nos muestran lo fácil que es volver al Terror. Por eso me causa indignación que quienes no han vivido bajo el terror fascista acusen con tanta alegría a toda opinión que no les gusta de fascista, y no dejen de decir que ahora estamos igual que con Franco.
Una cosa es la deriva autoritaria que estaba tomando el gobierno del PP y otra es que El cuento de la criada vuelva a ser nuestra vida cotidiana. Por eso está bien que sea realista en la representación de la violencia a la que podemos llegar los seres humanos. Además, que queramos denunciar las injusticias del mundo en el que vivimos no nos puede llevar a banalizar el terror que varias generaciones de españoles sufrieron, por no decir el resto de la historia de la humanidad.