Son bromas macabras del destino. El mismo fin de semana en que se ha escenificado en Madrid la atomización de la izquierda, ha sido el fin de semana en que el PP ha celebrado en Madrid su Convención nacional. Y mientras la izquierda se lanzaba los puños, la derecha se hacía piña. Una vez más, la izquierda muestra desunión mientras la derecha aparenta unión. Nada nuevo, solo que esta vez nos pilla con el susto en el cuerpo porque los fascistas han vuelto, por mucho que Bono no quiera llamarlos así (Bono se olvida de que los fascistas ya no llegan por las armas sino por las urnas; las armas las sacan después: en la cacería, en el ruedo, en la Amazonía, en la frontera). Nos pilla además con la necesidad de defender lo rescatado de las manazas de la corrupción, del autoritarismo, del robo, del abuso de poder contra la ciudadanía. Dos razones de peso para estar muy atentas a lo que pasó en Ifema mientras pasaba lo que pasaba en el Madrid Central.
Pablo Casado lo expresó el domingo con contundencia: “No se puede unir España desuniendo el voto”. Y como el voto fragmentado de la derecha tiene el común denominador del nacionalismo españolista exacerbado, esas palabras resumen el objetivo. La derecha se lanza a la Reconquista de Aznar porque la derecha tiene a España: “Si decimos que España no es solo un hecho histórico, sino también un hecho moral, tenemos que actuar en consecuencia”, llegó a decir Casado, quien va a la cabeza de la Reconquista y es, según el ex presidente, “un líder como un castillo”. No habló desde la grupa del caballo porque se lo ha prestado a Abascal. “A lo nuestro”, pidió Casado a correligionarios e invitados. Y sabía lo que decía: mientras la derecha tiene muy claro que hay ciertas generalidades que puede considerar y defender como lo suyo (España, la familia, la fe, el libre mercado, lo privado), la izquierda busca una identidad siempre plural, siempre en proceso. A fin de cuentas, la derecha está acostumbrada a considerar suyo casi todo, porque en sentido estricto casi todo ha sido siempre suyo. Es lo que viene a reconquistar.
Como la derecha tiene por costumbre ganar (sobre todo, dinero, que a fin de cuentas es poder), también ha ganado con su fragmentación. Ganancia es lo que ha habido en Andalucía y ganancia es lo que se respiraba en la Convención de Madrid. Por eso el líder como un castillo llamó a la reunificación y el lema del encuentro fue el rearme ideológico de la formación. Han querido dejar tal constancia de que el PP está dispuesto a todo con tal de seguir ganando que hasta han invitado a un chalado como Jaume Vives, portavoz de esa esperpéntica entelequia que es Tabarnia, que se atrevió a bromear, delante de un Casado de sonrisa congelada, pidiendo el voto para Vox. No deja de ser su pegamento andaluz y a lo mejor no era una broma, pero el nuevo PP de Aznar, el PP de Casado, aguanta lo que le echen porque quiere “ser todo a la derecha del PSOE”. Ultraderecha incluida, como siempre. Con su machismo, su homofobia, su xenofobia. “Sin complejos”. Pero que estén aguantando lo que le echen quiere decir que temen haber dejado de ser ese todo y se sienten la loncha del sándwich entre Ciudadanos y Vox. Para hacer un buen bocata de chorizo ha vuelto el mesiánico Aznar, acompañado de una moqueante Botella, que no lloraba de gripe, ni de contrición por el daño hecho a las personas estafadas con los fondos buitre, sino de emoción al ver que el PP aplaude de nuevo a su esposo y a pesar de Feijóo.
Ante el rearme de esta derecha ultramontana pero con muchas tragaderas, la izquierda debe hacer un ejercicio de responsabilidad histórica y de pragmatismo. La crisis desatada en Madrid ejemplifica la complejidad del panorama pero también da la oportunidad de actuar de la manera que se ha demostrado eficaz para lograr gobierno: unidad aunque sea en la fragmentación. Sería imperdonable que no se alcanzaran los acuerdos y pactos necesarios para que Madrid no vuelva a caer en manos de la derecha. Permitirlo sería muestra de una debilidad endémica que desmoralizaría demasiado y por demasiado tiempo. En este contexto preelectoral, no debe importar nada que no sea la posibilidad de ganar frente a esa derecha, y a la ciudadanía madrileña ya no se le puede trasladar otro conflicto que no sea ese. Toda la izquierda debe reflexionar, recapacitar y rectificar, si es necesario. Esa es la altura política que se necesita hoy. Lo demás son bochornosos personalismos, luchas intestinas, egos desatados, rencores personales y miserables ambiciones. No nos dejemos llevar por esas corrientes. Miremos a la derecha.