Hace unos meses se nos anunció a bombo y platillo un cambio de estrategia en la comunicación del presidente Rajoy. Iba a ponerse a hacer política de la buena, iba a mostrarse más accesible, más próximo y pensaba asumir en primera persona el deber y la tarea de explicar sus decisiones y su manera de gobernar.
Como ya anticipamos aquí, siguiendo el Código Mariano, nada de eso sucedería y todo seguiría exactamente igual. Eran cosas que se filtraban y decían desde el entorno de Rajoy para darse importancia y para dar a entender que mandan mucho. Fiel a su código, el presidente dejaba hacer para que no le comieran la cabeza con tonterías mediáticas y tener a los suyos entretenidos.
La nueva política de comunicación se sumergió para siempre con el refrescante baño que Rajoy se regaló en el Río Umia. Desde ese día, todo han sido selfies y besos en ambientes controlados, donde la gente a quien se acerca el presidente sirven como meros extras en el rodaje de una especie de remake de 'Rajoy, ese hombre'.
De contestar preguntas y dar explicaciones ya se encargan los ministros metepatas como Fernández Díaz o los ministros que no quieren repetir, como Luis de Guindos. El presidente y candidato Rajoy solo aparece para inspeccionar obras, festejar romerías, conceder indultos, contar cuentos chinos o anunciar, o no, la reforma de la Constitución; depende del día.
El ultimo ejemplo de la absoluta vigencia del marianismo lo hallamos en el debate sobre el presupuesto milagroso que vamos a aprobar a tres meses de unas elecciones. Carece de precedentes que un Gobierno elegido para gobernar cuatro años apruebe cinco presupuestos. La excepcionalidad de semejante decisión exigiría una explicación en primera persona por parte del presidente del Gobierno. Si tan justos y necesarios son, si tan responsable se entiende la decisión y tan urgente resulta para acabar con la incertidumbre, qué menos que honrarlos con una defensa directa por parte del máximo responsable del Gobierno y de su presentación..
Que Rajoy haya rehuido el reto de Pedro Sánchez para debatir cara a cara los Presupuestos Generales del Estado llamados a abrir “de par en par las puertas a un futuro de bienestar” no invita precisamente a la confianza. Más bien lleva a pensar que las cuentas traen trampa y que, si se aprueban ahora a toda prisa y sin muchas explicaciones, se debe a un ataque de prevención causado por el temor a no estar en enero para administrarlos.
Mandar a Cristóbal Montoro a decirnos que no somos nosotros, son ellos y que lo hacen por nosotros y no porque vengan unas elecciones y el presupuesto se haya convertido en su gran baza electoral no sólo no genera certidumbre, sino que mas bien invita al cachondeo.