En los últimos días hemos ido conociendo datos y previsiones económicas que para muchos ciudadanos han podido suponer una cierta sorpresa por inesperados, especialmente si se informan a través de ciertos medios que han ido en los últimos años desenfocando la información esparcida por motivos ideológicos y/o geopolíticos.
Veamos dos botones de muestra. Por un lado, el avance de los datos oficiales preliminares del INE relativos a la contabilidad nacional trimestral del último trimestre de 2024 de nuestra querida España, y que han sido mucho mejor de lo esperado por la mayoría de analistas. Por otro, la fuerte revisión al alza, por parte del FMI, del crecimiento económico de Rusia para 2024, después del ya de por sí fuerte crecimiento en 2023, donde ninguno de los males y medios que azotarían a dicho país, según las previsiones realizadas tras la invasión de Ucrania y las sanciones occidentales, se han cumplido. Ciertos “manuales” o “enfoques” de previsión han resultado ser, digámoslo suavemente, chapuceros.
Los datos del INE relativos al último trimestre de 2023 confirman que, de nuevo, España ha sido la economía de la Unión Europea que más ha crecido en 2023, al igual que en 2022, y lo volverá a ser en 2024, salvo que el Banco Central Europeo y/o Bruselas vuelvan a las andadas. Los datos publicados no dejan lugar a duda, son simplemente espectaculares. El PIB, en términos reales, registró una variación del 0,6% en el cuarto trimestre respecto al trimestre anterior. Esta tasa es dos décimas superior a la del tercer trimestre. La variación interanual del PIB fue del 2,0%, frente al 1,9% del trimestre precedente. Las horas trabajadas variaron un 2,8% interanual y el empleo en términos de puestos equivalentes a tiempo completo un 3,9%. Por agregación temporal de los cuatro trimestres, el crecimiento del PIB real en el conjunto del año 2023 fue del 2,5%. Son datos fantásticos si los comparamos con nuestro entorno. Si no es por España y Portugal, la Unión Europea ya estaría en recesión.
¿Se acuerdan ustedes de las plagas bíblicas predichas por los economistas conservadores patrios alrededor de determinadas medidas de políticas económicas implementadas por el anterior Gobierno de coalición? El resultado final ha sido diametralmente el opuesto a los agoreros pronósticos que todos estos tahúres esparcían usando sus bolas de cristal y sus cartas de tarot. Pero es que ni siquiera se molestan en seguir determinados modelos de previsión disponibles de manera abierta para todos, y que trimestre a trimestre lo clavan. Hace tiempo que he asumido que para aproximarme a la previsión macroeconómica o la anticipación geopolítica no basta con nutrirse solo de la información de los organismos multilaterales dominantes. Hay que buscar fuentes de información fiables y distintas. En nuestro caso, para seguir la economía española, acudo a modelos econométricos denominados, utilizando su terminología en inglés, Dynamic Factor Models, donde las propuestas realizadas por económetras españoles, entre otros Gabriel Pérez Quirós y Manuel Camacho, que han cristalizado en el modelo Ñ-STING, disponible por Banco de España, el Euro-Sting, disponible por el comité del Banco Central Europeo, y el MIPred de la Airef, son las mejores del mundo. Si echan una ojeada al MIPred, disponible públicamente, no les hubiese sorprendido a nadie los datos anticipados por el INE.
En cuanto al informe del FMI, la institución financiera sostiene que la economía rusa crecerá este año mucho más rápido de lo previsto, ya que el “gasto militar del presidente Vladimir Putin se traducirá en un mayor crecimiento”. Se prevé que el producto interior bruto aumente un 2,6% este año, más del doble del ritmo que el FMI había pronosticado en octubre, y ligeramente inferior a la expansión del 3% estimada para 2023, que ya de por sí fue espectacular en comparación con lo previsto. La mejora rusa, de 1,5 puntos porcentuales respecto a la anterior previsión, es la mayor para cualquier economía incluida en la actualización de las Perspectivas de la Economía Mundial del FMI, publicada este martes. Ello evidencia el fracaso de las múltiples rondas de sanciones occidentales destinadas a reducir los ingresos fiscales obtenidos por el Kremlin para financiar su guerra en Ucrania. De nuevo, los análisis sesudos realizados allá por el inicio de la invasión de Ucrania han demostrado ser papel mojado, en este caso por prejuicios geopolíticos. ¿Por qué?
Los errores de los análisis occidentales son de doble naturaleza. La primera, ¿se acuerdan de todos esos estudios que preveían la caída de Putin a mano de los “oligarcas” rusos? Ni siquiera se habían molestado en entender la estructura de poder peculiar de la Rusia de Putin, donde estos oligarcas no eran los de la época de Yeltsin. La relación ahora es unidireccional. Todos ellos deben su estatus a Putin, que los colocó a gestionar las otrora empresas públicas soviéticas, de manera que cada uno de ellos reporta a Putin, pero no al revés.
La segunda consideración es de tipo económico y geopolítico. La maquinaria bélica de Putin está muy bien financiada –parece que su banquera central es mucho más competente que los nuestros– y puede seguir alargando este conflicto, e incluso extendiéndolo y ampliándolo. El Gobierno de Rusia está gastando rublos para ampliar el gasto público. Cualquier idea de que cortar las reservas de divisas mediante un embargo provocaría que la economía rusa se contrajera o incluso colapsara eran sólo sueños descabellados: una lección importante para los responsables de las políticas económicas occidentales.
Además, dentro de esta segunda consideración, hay otra arista adicional. El Sur Global ya se cansó de nuestro cinismo, y, por qué no reconocerlo, de nuestros aires de superioridad moral, que se van desvaneciendo conforme la realidad se va consolidando –el genocidio de Gaza como ejemplo–. El PIB de los países Brics más aquellos que se unieron a principios de año ya ha superado al del G7. Rusia, ante las sanciones occidentales, además de rearmarse hasta los dientes, buscó otra alternativa a Europa, Asia, especialmente a través de un comercio triangular. China importa los abundantes recursos naturales de Rusia: carbón, petróleo, acero, gas,…, y los transforma en los productos que usamos en nuestra cómoda vida cotidiana occidental. Todo, desde textiles hasta iPhones son en realidad trozos de petróleo y gas rusos. China depende de Rusia de una manera que todavía no hemos comprendido. Putin mantiene las luces encendidas en Pekín: Rusia es el mayor proveedor de electricidad de China. Pero Occidente, a su vez, también depende de Rusia. Si Estados Unidos, por ejemplo, impusiera sanciones secundarias a China, literalmente todo lo que el estadounidense medio compra cada día se iría al garete. De la noche a la mañana aumentaría su precio entre un 30% y un 50% -y eso si es que pueden conseguirlo. Por lo tanto, China financia y seguirá financiando la maquinaria bélica de Rusia. Además, los vínculos entre ambos países se estrechan cada vez más, precisamente porque comparten un sentimiento de antipatía antioccidental. China depende de Rusia, y Rusia depende de China. Y nosotros, vía un desastroso diseño de la globalización, de ambos.