La prensa está en entredicho. Una crisis mal afrontada y peor resuelta la mantiene en situación de debilidad. Donald Trump, el nuevo presidente de Estados Unidos, ha decidido usar ese estado vulnerable a su favor para avanzar en unos planes realmente temibles. Pero no es el único peligro que acecha a la información y por tanto a la sociedad. La bola avanza en caída arrolladora engrosándose, con excepciones como asideros.
Donald Trump ha declarado la guerra a la prensa de su país. La llama incluso “enemiga del pueblo”. En su escalada bélica por todos los frentes, ha denegado la entrada a The New York Times, CNN y Politico, entre otros medios, a un acto en la Casa Blanca. Es el comienzo de una persecución anunciada. Pero conviene matizar. Trump carga contra la prensa que informa, la que expone sus (escandalosas) medidas, la que cuenta la verdad. Hay medios a los que el presidente adora. Son su guía, de hecho. De Breitbart News, la web de agitación ultraderechista y manipulación, procede su estratega y principal asesor: Steve Bannon. Y todo el grupo mediático Fox es faro y norte de Trump. Lejos de menospreciarles, les rinde veneración.
Pocos datos ilustran con más precisión la personalidad del actual inquilino de la Casa Blanca que el reducido grupo de personas a las que sigue en Twitter, la red de la que hace un uso casi diarreico. Su cuenta personal, anterior a su acceso a la presidencia, tiene más de 25 millones de seguidores, él se limita a seguir a 43. En ese exclusivo grupo, lo que más se repite es el apellido Trump. Allí tiene a su familia, comenzando por su hija Ivanka, y sus empresas. Están varios miembros de su equipo, no todos. Un par de estrellas, de la canción y del deporte, con el común denominador de añadir a su fama el extremismo religioso, y el resto son todos de Fox News. El resto del mundo no parece interesarle, y llama la atención semejante pobreza de fuentes y hasta de inquietudes personales en alguien con tan enorme poder de decisión.
Para quien no conozca la línea editorial de Fox, viene a ser lo que en España resume a la Caverna mediática, una mezcla de 13TV, Intereconomía, Losantos y OKdiario. Son famosos sus locutores increpando agriamente a los enemigos políticos de la derecha más reaccionaria y a los periodistas rigurosos. Véase el caso del mexicano Jorge Ramos tratado con extrema agresividad por el presentador. La objetividad no se roza ni por equivocación.
Donald Trump intenta, por lo que vamos viendo, acallar a la prensa, expulsar a los testigos de sus atropellos. Para seguir sembrando el desconcierto en esa masa que le apoya y cree sus “verdades alternativas”, es decir sus mentiras. Los inexistentes sucesos de last night, la última noche, en Suecia o en Júpiter, que siembren el miedo y justifiquen ese brutal aumento del arsenal militar que se dispone a contratar 54.000 millones de euros a detraer de las necesidades de los ciudadanos. Como se anunció, Trump avanza por las sendas del totalitarismo y ni su propio partido, el Republicano, le detiene. En ese objetivo es clave restar el derecho a la información de los ciudadanos a muchos de los cuales deja tan desvalidos como a todos con su acopio de bombas.
¿Se imaginan guiarse únicamente por Fox y Breitbart News? Trasladado a nuestro país, por todos esos cascabeles y gatos de ultraderecha mediática de agitación. La verdad es que numerosos cargos del PP acuden asiduamente a sus programas. Las investigaciones judiciales dan cuenta de que el PP financió con dinero negro a Libertad Digital, por ejemplo. No es preciso incidir en sus desbordamientos de opinión y hechos tergiversados. Son de sobra conocidos. Basta verlo. De la mañana a la noche además.
El problema aquí reside en el deslizamiento de medios, antaño más o menos fiables, hacia posiciones dudosas. Esas portadas, editoriales, artículos, programas de radio y televisión generalistas en los que se encuentra a menudo mucha más propaganda que información, por expresarlo de una forma mesurada. Pueden ir al kiosco, siquiera virtual, y cada día encontrarán ejemplos. En España el problema de la prensa es la credibilidad. Y en ambos casos pierde la sociedad destinataria.
No es el caso de los “Estados de Trump”, pero la siembra de sospechas sobre la veracidad de los hechos y las creativas versiones acerca de lo que realmente sucede en España y con su Gobierno también dañan la información a la que tienen derecho las personas. En todos los medios, o en su inmensa mayoría, se pueden encontrar periodistas que siguen informando a veces con riesgo de su puesto de trabajo. La dirección de las propias empresas sabe de esa rentable mezcla de contar medias verdades y verdades completas que regularicen todas. Y, sin duda, existen medios que no se amilanan, como éste, eldiario.es y varios otros sin duda, y entienden la importancia de una sociedad que disponga de datos que le afectan para tomar decisiones. De la información. Si con todo lo que está ocurriendo que nos tiene ahogados de escándalo contásemos solo con las portadas panfletarias o las soflamas de algunas emisoras, la impunidad sería mayor.
Para que nos entendamos de la forma más gráfica más posible. Trump justificó sus ataques a la prensa hace unos días afirmando que, “los periodistas están fuera de control”. Aquí, la única queja que se ha oído del Gobierno ha sido hacia medios digitales y algunos programas de La Sexta, cadena donde no es unánime –como en la mayoría– el apoyo al PP. Con el resto de los medios están encantados. El rey lo resumió mejor que nadie en la entrega de unos premios periodísticos de ABC. En estos días convulsos de sentencias judiciales que crean alarma social y de juicios múltiples a autores de tuits afectados por la Ley Mordaza del PP, Felipe VI destacó “el papel de la prensa para la estabilidad en un año político inédito”.
De ahí que resulten hasta enternecedoras las comparaciones entre los ataques reales de Trump a la prensa que informa y la que aquí se duele, henchida de autocomplaciencia, de las quejas fundamentadas a sus desvíos. En Estados Unidos ya hacen alguna autocrítica por haber primado las ganancias inmediatas a la labor de informar. Aquellos días en los que los directivos de las cadenas, como Les Moonves de CBS, decía: “Donald Trump quizás no sea bueno para los Estados Unidos pero es una bendición para CBS”, lo han sentado en el despacho oval. De alguna manera la prensa se construyó la soga de la que ahora la cuelgan. Los más desaprensivos. En la campaña electoral francesa también se han apuntado, con Marine Le Pen a la cabeza, a la exitosa táctica de disparar a la prensa crítica. El trumpismo mediático, como amenaza a la democracia, está ahí.