Un día antes de finalizar el año, el PSC anunciaba que Miquel Iceta cedía su puesto de candidato a la presidencia de la Generalitat en favor de Salvador Illa. Una decisión tomada a mediados de noviembre pero sigilosamente guardada a petición del Pedro Sánchez. Antes se debían aprobar los Presupuestos, encarrilar la campaña de vacunación y presentar el balance de un año de legislatura. Es evidente que la gestión de la pandemia ha dado al ministro de Sanidad una visibilidad y centralidad nada predecible cuando se le asignó tal función (al ser una cartera con pocas competencias y muy técnicas, la idea era compatibilizarla con el cargo de secretario de organización del PSC). Así pues, la decisión de hacer presidenciable a Illa supone sacar provecho de su grado de conocimiento y valoración con fines electorales. Pero a la vez, esta decisión provoca una sacudida en el propio PSC y en el conjunto del tablero electoral catalán. Vayamos por partes.
A Salvador Illa se le conoce por su perfil técnico, dialogante, poco amante del enfrentamiento. Hombre gris de partido, con las luces y sombras que esto supone. Disciplinado, sin salidas de tono, tampoco con grandes apuestas de país. Sería el anti-candidato en el manual del buen populista. Y, en parte, por eso ahora resulta un buen presidenciable. La pandemia ha puesto en valor la capacidad de una buena gestión pública: más hacer y menos gritar. Además, su figura es capaz de recuperar la transversalidad perdida en el electorado del PSC. Puede romper el techo electoral que tenía la candidatura de Miquel Iceta. Y también puede mostrar la salida a una estrategia limitativa en la que se había embarrancado la organización catalana en los últimos tiempos: la obsesión de captar votos desafectos de Ciudadanos acentuando un enfrentamiento con el independentismo. Se apostó por construir una suerte de nuevo eje de disputa: el binomio orden-desorden. El pacto con Units per Avançar, y las negociaciones abiertas con la Lliga, Lliures u otros grupos provenientes del centro-derecha, iban en este sentido. Todo esto chirriaba con la estrategia de Sánchez a nivel estatal.
Más allá del espacio político-electoral del PSC, la salida con fuerza de Illa a la batalla electoral para el 14F sacude el propio tablero catalán. En primer lugar, sitúa al PSC y a ERC en la batalla por el primer puesto. A ambos les interesa alimentar el binomio de “presidenciables” y es previsible que así lo hagan. Salvador Illa y Pere Aragonès son aspirantes con posibilidades de acceder a la presidencia de la Generalitat. Sus perfiles no distan mucho: gestores, pactistas y con la mirada puesta en el futuro. Sus electorados sí difieren. Este hecho les posibilita mantener su talante dialogante, marcar educadamente a su contrincante y, a la vez, seducir a amplios electorados. Al PSC le va bien insistir en la idea de que aún hay partido y que puede haber cambio en la Generalitat. A ERC le sirve movilizar un voto útil soberanista planteando un proyecto transitable de país.
En segundo lugar, la entrada en acción de Illa refuerza un marco distinto al de 2017. Mientras que en aquella cita Cs y JxCat arrasaron alimentando la polarización, la disputa identitaria y el carisma del liderazgo, ahora parece que el nuevo contexto les coge con el pie cambiado. La pandemia ha favorecido el debate alrededor de las políticas públicas y la gestión. El encauce de la crisis catalana con el gobierno de coalición ha destensado la vida política catalana en el eje nacional. Así pues, el cambio en el mundo socialista puede empujar en este sentido. De todas formas, no todo está hecho. Y cada uno de los actores va a intentar reconstruir el marco electoral de manera más favorable a sus intereses. La última encuesta del CEO cifraba los indecisos en un 36,2%. Quien sepa jugar mejor la campaña, se va a llevar el agua a su molino: unos querrán volver a tensar, los otros intentaran no caer en provocaciones.
Y en tercer lugar, se abre un nuevo espacio para los comuns. Mientras que la llegada del ministro a la vida política catalana puede reducir sus expectativas electorales (sus principales fronteras de voto son con socialistas y republicanos), paradójicamente puede asegurarle un peso importante en la gobernabilidad el día posterior. Más que seguir insistiendo en una suerte de tripartito que no llegará (en estos momentos, parece difícil que ERC y PSC gobiernen juntos), estos podrían presentarse como la garantía de que arrastraran al presidente hacia la izquierda si gobierna Aragonès, o hacia la plurinacionalidad si gobierna Illa. Sería un error medir la salud de la formación de Pablo Iglesias solamente por los resultados que obtengan sus socios el día 14F. Su papel para estabilizar la correlación de fuerzas de la moción de censura, también desde Catalunya, puede darles su protagonismo.