El otro día, en el Congreso de los Diputados, durante la sesión que aprobó la ley orgánica de abdicación de Juan Carlos de Borbón, algunas señorías de la bancada popular (popular en sentido PP) aplaudieron cuando hablaba Alfredo Pérez Rubalcaba, aún jefe socialista (socialista en sentido PSOE). El aplauso dio mucha grima.
Por un lado, porque el aplauso lo daba un partido que, por ceñirnos al contexto, cayó en la parodia de decir lo que dijo Rajoy: “El modelo del Estado no está en el orden del día”. Vamos a ver, señor presidente, no es que estuviera en el orden del día: en realidad, era el orden del día (quiero decir que en la realidad debiera haberlo sido; será que confundo la realidad política con un axioma y el deber político con la deontología). Pero ustedes lo torcieron con los cuatro renglones de ese proyecto de ley que publicaron unos días antes. Como si fueran dios, y el pueblo, los ciudadanos, fuéramos locos, “errores de la Naturaleza”, como los definió Torcuato Luca de Tena, aquel escritor tan de su monárquico gusto. Si el día que se vota en el Congreso de los Diputados la ley orgánica de sucesión no está el modelo del Estado en el orden del día, es evidente que el presidente del Gobierno está haciendo luz de gas a los ciudadanos: nos toman por tontos para volvernos locos. Más.
El aplauso dio mucha grima, por otro lado, porque lo recibió un diputado, el aún jefe de esos socialistas, que insistió en “el alma republicana” de su partido para defender la continuidad del modelo monárquico de la jefatura del Estado: la luz de gas del aplauso de los contrarios convertida, directamente, en oxímoron. Imposible debatir el absurdo.
Fue políticamente muy interesante, no obstante, que se aplaudieran Gobierno y oposición. Esa rareza. Porque el aplauso entre ambos debiera (otra vez el axioma, la deontología) producirse en otras importantes situaciones, cuando se debaten otras cuestiones esenciales. Es a lo que iba. Pues veamos, sin embargo, qué había sucedido unos días antes en el pleno del Ayuntamiento de Madrid.
Resulta que hay en España un 30% de niños en riesgo de pobreza y exclusión social, un 19% de ellos en Madrid. De los más de 20 millones de niños europeos en riesgo de pobreza, un 13% son españoles: solo nos supera Rumanía. No se lo inventa el concejal socialista madrileño Pedro Zerolo, sino que lo avalan las cifras aportadas por la Oficina de Estadística de la Comisión Europea, Eurostat, y los diversos informes publicados por organizaciones como Unicef, Cáritas, Save the Children y CIECODE. El indicado por AROPE, del Instituto Nacional de Estadística, eleva esa cifra a un 22%. Pedro Zerolo lo comunica en el Pleno de su Ayuntamiento y propone diez medidas urgentes para paliar o resolver este problema social y humanamente desgarrador.
Entre ellas, la habilitación de un crédito extraordinario para solventar los problemas de alimentación de los niños; la implementación de ayudas para los gastos familiares de energía, como la luz y la calefacción; el aumento de becas de comedor; las ayudas para material escolar y transporte público; o el acceso gratuito a las redes culturales y deportivas para los niños cuyas familias no se lo pueden permitir. ¿Y qué sucede con los aplausos en los que, ante estas propuestas, debiera haber prorrumpido la bancada municipal popular? ¿Qué sucede con ese, no ya deseable, obligado aplauso común frente a la pobreza infantil? Que no se produce. Que no solo no aplaude sino que el PP vota en contra de las medidas del concejal socialista.
Tomás Gómez pidió a su vez en la Asamblea regional que la Comunidad de Madrid destinara lo recaudado a través del “euro por receta”, que se cobró de manera inconstitucional, a abrir comedores de verano para los niños sin recursos y en riesgo de exclusión, especialmente en los barrios y municipios más azotados por la crisis. ¿Aplaudió Ignacio González la iniciativa? ¿La aplaudió la bancada popular? No. González rechazó la propuesta porque “gracias a Dios, no hay ningún problema de desnutrición” entre los niños de la Comunidad de Madrid. Gracias a Dios, dijo. Gómez insistió en que proponía una medida “sin color político”, promovida por la propia Defensora del Pueblo, Soledad Becerril. Pero no. No hubo aplausos.
En el escenario político del bipartidismo, los aplausos entre las dos grandes formaciones, PP y PSOE, solo se han producido ante un falso debate de naturaleza estructural pero de carácter paródico: la sesión en el Congreso de los Diputados sobre la abdicación de Juan Carlos en su hijo Felipe. Esa vergonzosa pantomima política que vino a escenificar las vergonzantes declaraciones de Felipe González sobre la necesidad en España de una “gran coalición PP-PSOE”. Se deduce que, aunque el dinosaurio González se arrepintiera después de haberlo dicho (fue “inoportuno”, reconoció), estaba al tanto de la indignante componenda monárquica que los aplaudidores y los aplaudidos llevaban tiempo pergeñando contra el más que oportuno proceso constituyente que reclama gran parte de la sociedad española.
Por este y muchos otros motivos, los dos partidos mayoritarios están dando un espectáculo político más que bochornoso. Así que, en tal escenario, la irrupción de Podemos y el avance de Izquierda Unida, junto el de otros partidos minoritarios de izquierdas, suponen un abucheo a ese bipartidismo, la esperanza de dinamitar esa grimosa coalición de facto entre PP y PSOE.
La coalición que coincide en los aplausos a las princesas ricas pero no en los aplausos a la protección de los niños pobres.