El problema Irene Montero

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Irene Montero es un símbolo, para bien y para mal, para unos (especialmente para unas) y para otros. Fue desde el principio el enemigo a batir, por mujer joven, por ministra de Igualdad, por podemita, por cónyuge de Pablo Iglesias. Cargó en solitario con los errores propios y las culpas ajenas y aguantó insultos graves y manipulaciones aún más graves. En ese difícil camino hizo más fácil la vida de las mujeres, del colectivo LGTBI y de las personas trans y lideró un feminismo moderno y transformador. Los méritos se repartían entre todo los miembros del gobierno pero Irene Montero recogía en solitario el odio sembrado por los avances de las políticas de igualdad, también el que encontraba terreno en parte del gobierno de coalición por ser la cara de un nuevo feminismo que no gustó ni gusta a quienes creen que saben qué es lo más conveniente para las mujeres y se quedaron sin ese poder en el reparto de la cartera de Igualdad.

“Quiero lo mismo para la gente que no conozco de nada que para la que más amo en la vida”, dijo una vez Irene Montero desde la tribuna del Congreso. Y llevó ese deseo a la práctica. A través de leyes fundamentales, como la Ley de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo, la ley del aborto, que garantiza el derecho a las mujeres a su autonomía sexual y reproductiva, uno de los símbolos de la lucha de las mujeres en todo el mundo y también una de las obsesiones de la carcundia más ultra y machista. La llamada ley trans, que por primera vez reconoce la autodeterminación de género en España para que cualquier persona mayor de 16 años pueda cambiar su sexo registral sin necesidad de pasar por un infierno, norma que también concita el odio furibundo de la derecha ultra y, desgraciadamente, de algún sector del feminismo, bloques que han encontrado un nexo de unión en la protección de las menores y el borrado de las mujeres, dos problemas que jamás han sido causados por las personas trans. Y la ley de solo sí es sí, una ley necesaria que ha sufrido un alto nivel de intoxicación informativa, impidiendo que se valoren sus virtudes y enredando a la propia izquierda en debates estériles sobre el consentimiento o el punitivismo, debates que ganó, y por goleada, la derecha que había impuesto el marco del relato. 

El castigo dirigido contra ella es un ejemplo del sangrante triturado personal que puede suponer el ejercicio de la política, pero nunca se había visto tanta saña y acoso contra nadie, ya sea en el Parlamento, en las tertulias o en las columnas de la prensa escrita. Ese odio desmesurado y la incapacidad para sustraerse a los relatos del adversario lograron que Irene Montero se encastillase en sus propios errores, una estrategia terrible que se agravó cuando los socios de coalición de Podemos la abandonaron a su suerte, deseando que capitalizara el descontento y la rabia de la rebajas de las penas a agresores sexuales. Nadie detuvo la sangría de reputación que aquello supuso ni ayudó a apagar el incendio en el que terminó abrasada Irene Montero. Su trabajo de casi 4 años quedó empañado injustamente y, aunque ella contribuyó a maximizar el error, todos, a derecha e izquierda, se dispusieron a enterrarla, a ella y a su indiscutible legado.

Ahora, vuelve a ser la protagonista de la última batalla de la izquierda alternativa, esa llamada izquierda a la izquierda del PSOE que, como bien describe Isaac Rosa en este diario, convierte al PSOE en izquierda y al resto, en los restos. Firmado ya el acuerdo por el que Sumar y Podemos se presentan juntos a las elecciones, queda en el aire el veto de Yolanda Díaz a Irene Montero. A falta de que ambas formaciones expliquen los puntos de este acuerdo, la posibilidad de ese veto no debería sorprender a nadie porque Montero siempre ha sido un problema, un bendito problema, para los que no quieren arriesgarse al avanzar. Es un error. Hay que defender a Irene Montero, y defender su inclusión en las listas de Sumar. No por feminista, no por todas las descalificaciones y el odio que ha tenido que sufrir, no por su gran trabajo pasado, no porque se lo debamos. Hay que defenderla porque el futuro político de este país será mejor con ella, con su coraje y su tozudez, su capacidad de trabajo y su pragmatismo.

“Solo juntas, en equipo, codo a codo y defendiéndonos las unas a las otras, podemos seguir conquistando derechos”, ha dicho muchas veces Irene Montero. Porque queda mucho trabajo por hacer, quiero a Irene Montero dentro de la izquierda alternativa. Con todos sus errores y sabiendo que lo mejor para ella, y para su familia, sería retirarse. La izquierda ha de ser más valiente que nunca y saber que nunca ha salido bien lo de aceptar el relato y los objetivos del adversario. Y entre los objetivos del adversario siempre estuvo acabar con Irene Montero.