Tras la debacle que la izquierda sufrió en las elecciones de 2011, el 24M ha supuesto la confirmación de un cambio de ciclo que ya parecía apuntarse en los comicios europeos del pasado año. ¿Qué factores explican que en un corto periodo de tiempo hayamos pasado de la hegemonía apabullante del PP a un escenario en el que la suma de las fuerzas de izquierda podría cambiar el mapa político de nuestro país?
1. La política austericida.austericida. No cabe duda de que la principal razón estriba en el agravamiento de los efectos devastadores de la crisis económica provocado por la política de recorte de derechos y de reducción del gasto (social) público. El Gobierno aparece ante la opinión pública como un martillo que ha pulverizado la cohesión social con el fin de lograr una estabilidad macroeconómica que olvida el sufrimiento de los ciudadanos.
2. La corrupción. Pese a que desde el estallido en 2009 del caso Gürtel se han celebrado diversos procesos electorales, no ha sido hasta ahora –en realidad, hasta las europeas del pasado año– cuando la corrupción ha pasado factura al PP en las urnas. En ello ha pesado el goteo incesante de casos que hemos conocido desde entonces, pero sobre todo el convencimiento de la ciudadanía de que los actuales dirigentes populares no tienen ninguna intención de hacer frente seriamente a la corrupción.
3. Una izquierda emergente alternativa. Impulsados por el espíritu del 15M, Podemos y otros movimientos de izquierda alternativa han sido particularmente exitosos en atraer y movilizar a muchos ciudadanos progresistas desencantados –abstencionistas– desde plataformas articuladas en torno a una idea de ciudadanía digna y a la reivindicación de un modo diferente de hacer política.
4. La (lenta, pero progresiva) renovación del PSOE. Menor peso ha tenido –aunque puede ser muy relevante en el medio plazo– el proceso de renovación y regeneración que los socialistas han llevado a cabo. Con todos los matices que se quiera, lo cierto es que el PSOE ha frenado lo que parecía un imparable proceso de pérdida de credibilidad gracias a decisiones como la elección directa de su secretario general por sus dos cientos mil militantes o a la recuperación de un discurso de valores típicamente socialdemócratas que durante demasiado tiempo se han visto desdibujados.
Llega ahora el momento de formar gobiernos, y sería lamentable que este claro avance de la izquierda en su conjunto no se tradujera en alcaldías y presidencias autonómicas por la incapacidad de las diversas fuerzas que la integran de alcanzar acuerdos. No por la mera ambición de acumular poder y evitar que gobierne el PP, sino por dar respuesta a una ciudadanía que en los distintos territorios ha enviado un nítido mensaje de cambio, de apuesta por políticas honestas que recuperen el crecimiento sin sacrificar la cohesión social.
En este escenario, el PSOE debería ser consciente de que, como principal fuerza de la izquierda, tiene una mayor responsabilidad a la hora de establecer su política de alianzas. Cuál sea esa orientación va a ser crucial para el futuro más inmediato, pero también puede ser decisiva para marcar su trayectoria a más largo plazo. Por eso el PSOE debe mirar a su izquierda, es decir, buscar el apoyo del resto de fuerzas progresistas –Podemos, señaladamente– en lugares donde tiene capacidad para liderar, y prestarlo en aquellos en los que han sido otros en el espectro de la izquierda los que han merecido un mayor reconocimiento por los electores. En definitiva, debería transmitir a la opinión pública un mensaje de compromiso firme en la conformación de gobiernos de progreso.
Ahora bien, sería muy importante que no se tratara de una mera decisión táctica, sino de una verdadera apuesta estratégica que marque la línea política de los socialistas en el futuro. Y es que no cabe duda de que el escenario político ha cambiado sustancialmente con la irrupción de nuevos partidos que parecen llamados a consolidar un nivel de apoyo significativo. Y esto supone que el PSOE va a necesitar a otros para gobernar, porque difícilmente va a alcanzar el entorno del 40% de los votos. Lo importante es que esas alianzas se busquen en la izquierda; o dicho de otro modo, que el PSOE aspire abiertamente a convertirse en la principal referencia entre las fuerzas progresistas.
Es muy probable que esta orientación estratégica ‘condene’ a los socialistas a no obtener más de un 30% de votos, y no faltarán voces que consideren un error alejarse del centro. Pero, paradójicamente, el PSOE podría salir beneficiado de ello porque le permitiría identificar nítidamente y reivindicar sus señas de identidad socialdemócratas –el compromiso con la igualdad y la cohesión social– arrumbadas por la crisis y por los errores, con dos importantes efectos. De un lado, esa coherencia favorecería la recuperación de la credibilidad perdida, un elemento imprescindible para atraer votos. Y, de otro, facilitaría los puntos de encuentro con otras fuerzas progresistas y, por tanto, una mayor capacidad de encabezar gobiernos para el impulso de políticas redistributivas firmemente comprometidas con la preservación de nuestro Estado de bienestar.