He tenido muchos sustos las noches electorales, normalmente malos, de los de muerte –entre susto y muerte–. Y los días siguientes ya no había posibilidad de recuperarse, la verdad. El susto era real, sin paliativos y sin futuro, hasta la siguiente ocasión. Y así sucesivamente.
El 10 de noviembre, también fue noche de susto-muerte. Fue noche de la que, conociendo el pasado reciente, con los resultados en la mano, cabía pensar que todo había terminado para la izquierda: un candidato, el más votado, que no iba a poder dormir en un Gobierno de coalición y que, de hecho, no lo formó a tiempo, no abría puertas a una realidad diferente.
La verdad, yo me acosté pensando que habría Gobierno presidido por Sánchez y apoyado – bueno, es un decir – por la derecha, por eso del orden y la estabilidad. Ya lo habíamos vivido, contra el criterio de Sánchez, por cierto, lo que provocó su odisea y su epopeya, cuando el PSOE apoyó a Rajoy en segundas nupcias, como las que se prometían también en esta ocasión, pero cambiando de posición los cónyuges.
Y pensé, cómo no hacerlo, que la vida –también la vida política– es cruel cuando no nos deja retroceder lo más mínimo ni tener una segunda oportunidad. Pero, y este fue el susto-susto y no el susto-muerte, resulta que a las cuarenta horas de cerrarse los colegios electorales, Sánchez e Iglesias –no me atrevo todavía a decir PSOE y Unidas Podemos– llegan a un acuerdo de gobierno. ¡Ahí es nada!, un pacto para un gobierno de coalición, o sea, de dos gobiernos en uno – lo que no podía ser bajo ningún concepto –y de Iglesias en el Gobierno– lo que era un dislate porque el líder del partido contrario no puede compartir Consejo de Ministros/as– y de opiniones distintas sobre Catalunya– lo que abriría un cisma irresoluble en cualquier momento-.
Pues mira por dónde, va y resulta que la vida política ha sido generosa con ambos –no voy a medir quién tiene que estarle más agradecido, ni quién ha tragado más, aunque lo sé– y han tenido lo que nadie tiene: su segunda oportunidad. Han podido volver al pasado, haciéndolo futuro y realizar, no sé si su devoción, pero sí su obligación. No todas tenemos la misma oportunidad, la verdad es que no.
Pero un acuerdo a dos, aunque es mucho, no es más que eso. Y, en este caso, faltan los apoyos que también habrían sido necesarios tres meses antes. Aquí, salvo los restos del naufragio de Rivera –que pudo decidir en su día–, todo el mundo está ante su primera oportunidad, pues nadie pudo ofrecer sus escaños a la nada. Ahora, es momento de reflexión general, incluidos los dos pactantes.
Puede haber gobierno y deberá ser fuerte. Fuerte para abordar tantas cuestiones de las que depende la dignidad de nuestras vidas y nuestra tranquilidad vital, las cuestiones que borren los elementos de mayor injusticia y desigualdad – unas reformas laborales que solo han traído más desasosiego y desesperanza, un tratamiento injusto de las pensiones, una insuficiente regulación efectiva del derecho a la vivienda, una educación desigual manteniendo un elitismo inaceptable, y así, suma y sigue... -.
Los puntos de acuerdo entre ambas fuerzas, sin contenidos aún, no dan todavía muchas pistas de lo que vaya a ocurrir ni si se seguirán políticas de izquierdas, de izquierdas de las de toda la vida, de enfatizar lo público y rebajar lo privado, en todos los terrenos. Lo iremos viendo. Puede ser sensato acordar ahora el mínimo de mínimos, esto es, acordar que se acuerda, y luego vendrá lo de después. Pero conviene saberlo cuanto antes, mayormente para reforzar la posición y garantizar que los apoyos son claros, conscientes y sostenidos.
Ya se sabe –o se intuye con altísima probabilidad– quiénes van a dar su apoyo, como lo dieron en la moción de censura y lo han ido proclamando en estos meses pasados. Son variados, muy variados. Hay que contar que estos apoyos también condicionarán la línea del futuro Gobierno, desde luego. Basta pensar que algunos de ellos, como el PNV, reciben –o la han recibido hasta ahora–, como el mismo PSE, la oposición de uno de los grupos que formarán el Gobierno que se va a sostener. Pero, y esto es muy interesante, no parece que esto vaya a ser un obstáculo difícil de superar, como no lo ha sido en el pasado reciente.
Ahora bien, aunque puedan tenerse estos cimientos, lo cierto es que, afortunadamente, no son suficientes. Digo “afortunadamente”, sí. Porque creo que es una fortuna y una gran oportunidad poder –o tener que– intentar acordar con otras fuerzas, con las que ha venido siendo complicado, como lo fue cuando, en febrero pasado, el Gobierno de Sánchez vio rechazados, con plena consciencia, su proyecto de presupuestos generales por, entre otros, ERC, JxCAT y EH Bildu. Se abre ahora la segunda oportunidad para replantearse, no cómo se va a lograr una mayoría de investidura y de estabilidad, sino cómo se articula una relación razonable entre diferentes. Y sobre si cabe hablar, y coger el teléfono, y si la única línea roja es la de la sordera. Es cierto que la realidad política electoral catalana marca claramente las posiciones de cada cual, pero convendría que este tema, no solo no se enquiste, sino que sea uno de los grandes temas de la legislatura, con, como en las novelas, su planteamiento, nudo y desenlace. Escribir la historia es mucho más satisfactorio y más responsable que leerla.