Hace bastantes años que escribo “columnas” (sigo usando ese término que nació de la edición en vertical en las páginas de la prensa en papel, irán naciendo nuevos términos para la edición en la Red pero mientras tanto supongo que debo seguir llamándolo así). Para practicar el columnismo no se precisan siquiera estudios, nadie te pide un título ni una especialización, es aceptada la intromisión en el periodismo profesional de personas de discutible capacitación científica: solemos ser de ese campo de la cultura que hace bastantes años se cursaba en la licenciatura de Filosofía y Letras.
Aunque a veces lo practiquen licenciados en Ciencias Económicas, en los últimos tiempos hemos comprobado que la ciencia económica también es más literatura y fábula que ciencia. Todo es mejorable pero, a pesar de esas y otras limitaciones, como lector creo que la columna de opinión es una rama del periodismo útil para contrastar criterios y formarnos uno propio.
Sin embargo, aunque el columnista tenga legitimidad y origen discutibles, se debe sentir obligado a analizar las realidades sociales lo mejor que pueda o, al menos, a ofrecer una opinión razonada; se trata de dar una opinión personal pero sin caer en un subjetivismo extremo en suma. Pero eso cada día cuesta más o, al menos, a mí me lo está costando. Debe de ser la edad.
Además de intentar analizar vagamente lo que nos está ocurriendo, la edad me trae constantemente los recuerdos del último franquismo y de como fue el parto doloroso de esta época que resultó ser una burbuja narcótica, ésta que ha pinchado y se desinfla velozmente. Son dos sociedades y dos épocas diferentes, sin duda, pero también éstas son la continuación de aquellas.
En aquella época en que el anciano criminal se extinguía y se presentía la crisis del Régimen, por mucho que se pinte de épica o de rosa de un lado o de otro, en la sociedad reinaba la angustia y un miedo ominoso. Miedo a los acontecimientos en la calle, a la violencia, muertes y a lo que haría el Ejército en cualquier momento; o mejor, a lo que volvería a hacer. El antifranquismo lo veía de otro modo, pero en realidad era una parte muy pequeña de la sociedad. Quien tenga la paciencia y la oportunidad de ver las horas de grabación que hizo TVE de la cola de españoles que desfilaron llorosos ante el cadáver del Generalísimo Franco seguramente reflexione sobre la cohesión y penetración del franquismo en la sociedad de entonces. Ese documento histórico debería estar al alcance de todos.
¿Y en la España de ahora? ¿Cuánta gente echa de menos hoy a Franco? En caso de no mediar una guerra civil, que casi nadie desea, para conseguirlo, ¿cuántas personas aceptarían una vuelta de un régimen como aquel? No son mayoría, pero son una parte importante de la población, un núcleo duro que no se disolvió mágicamente con el paso de un par de generaciones. En cualquier caso, si observamos otras sociedades encontraremos un núcleo duro y oscuro semejante, aunque no tenga su origen en el franquismo y tenga otras tradiciones. Siempre habrá una parte de la sociedad alimentada con miedo y que tiene fe en el propio miedo, y que el resto del país justamente debe temer y vigilar.
La sociedad es otra, efectivamente, también desapareció el antifranquismo. Aquel cuerpo social que se fue creando y organizando, que era minoritario pero con capacidad de desafiar y presionar a un régimen militar que contaba con el respaldo de los EE UU. El antifranquismo no era un movimiento, pues se organizaba y se aglutinaba alrededor de organizaciones, dentro cabían ramas y posturas distintas, y aún enfrentadas, pero tenía ideología de izquierdas. Hoy eso no existe, tampoco.
La sociedad que ve de nuevo una crisis política y una crisis de todo no tiene organizaciones que presenten un plan de ruptura con el régimen político ni cuestionen el sistema económico o social. ¿Alguien está dispuesto a nacionalizar todo lo que privatizaron estas décadas: combustibles, telefonía, aeropuertos, transportes públicos...? ¿Alguien defiende la nacionalización de la banca? ¿La salida de la OTAN? ¿El ejercicio de la autodeterminación para las poblaciones que lo demanden? ¿La denuncia del Concordato? ¿El cierre del Valle de los Caídos, al menos?
La práctica de la política de estas décadas ha alejado a la población de los partidos, los dos que sostuvieron y sostienen el sistema político son más máquinas de poder que otra cosa...Pero en realidad no fuimos engañados, mientras la cosa funcionó todos estuvimos contentos o al menos la mayoría de personas que ahora denuestan “la política” como causa de todos los males. También hay mucho cinismo debajo de tanta inocencia fingidamente ultrajada.
El malestar de unas generaciones o de un sector social se manifiesta en movimientos sociales, pero cuando realmente pretende cambiar la estructura política y social necesita la dureza de las organizaciones. Sin sindicatos, organizaciones sociales y políticas los movimientos lanzan golpes blandos y sin continuidad que el poder instituido encaja con disgusto pero con confianza.
Está claro que este Gobierno tiene confianza y hace lo que le da la gana, las reformas sociales y políticas más radicales desde hace décadas, y el cabreo de la población ofendida y lastimada no puede pararlo porque detrás tiene la verdadera fuerza, el verdadero poder, que ahora no es militar sino financiero.
Pero no es cierto que les duela tener que obedecer a un poder financiero radicado fundamentalmente en Alemania, eso es una mentira de tamaño mundial, pues les está dando la oportunidad a la banca y la burguesía española de enriquecerse mucho más con la especulación y con la rapiña de todo lo público y de reformar el Estado según su ideología. Véase, si no, su política educativa, sanitaria, la liquidación del poder judicial o, lo más descarado, lo que acaba de hacer el PP con el Tribunal Constitucional: se lo privatizó. No lo hizo porque le mandase Merkel, como todo lo demás lo hacen porque les interesa y, sobre todo, porque les da la gana. Y a los demás, “¡que se jodan!”.
Esta sociedad y esta época es distinta, sí, la izquierda no tiene fuerza, pero la derecha sigue como siempre.
Como les decía al principio, cada vez me resulta más difícil escribir sobre la experiencia social que estamos viviendo, constato que esta sociedad sin nervio cívico está inerme y que evolucionó muy poco desde aquella otra sociedad angustiada y encogida por el miedo. Qué se puede escribir que sea útil cuando se llega a este nivel de cabreo y no se ve un horizonte donde señalar algo de luz.