La portada de mañana
Acceder
Mazón calca la estrategia del PP en otras catástrofes y sigue sin explicar su comida
La riada se llevó 137.000 vehículos en horas y comprar uno es casi imposible
Regreso a las raíces: Trump, gobierno de “delincuentes”. Por Rosa María Artal

¿Qué puede hacer y qué puede no hacer el ministro de Cultura y Deporte por los animales?

En su intervención en la presentación de la plataforma Capital Animal, en 2016,  el hoy flamante ministro de Cultura y Deporte, José Guirao, declaró: “Estamos ante la necesidad de un cambio antropológico radical (...) La especie humana, en su soberbia, ha olvidado todo lo que la hace humana (...) Hay que empezar a considerar a los animales iguales en todo. Iguales en inteligencia, en sensibilidad, en derecho a la vida...” 

En una de sus primeras entrevistas como ministro se le preguntó cómo pensaba lidiar, una persona poco menos que animalista, con los asuntos de la tauromaquia. A lo que contestó tener el corazón partido, ser “un claro y sincero defensor de los animales” pero también “entender lo que es el arte de la tauromaquia, su tradición, su implantación”. Que sin ser ministro de Cultura se inclinaría hacia un lado, pero que, como ministro, tiene que buscar un “equilibrio”.

Señor ministro, ese equilibrio nunca ha existido en la tauromaquia, ni cuando estaba en el Ministerio del Interior, ni ahora que está en el Ministerio que usted dirige. Porque en un equilibrio hay justicia, y hay esfuerzo y premio a partes iguales. Y los taurinos desde el Ministerio de Cultura reciben honores, Medallas de Oro, Premios Nacionales, planes para el fomento y la protección de ese cruel oficio, mientras que los toros, esos mamíferos que dice usted le son los más cercanos, solo reciben torturas e intimidación, y son despedazados después de haber vomitado sangre y ser apuntillados y arrastrados hechos un amasijo palpitante. ¿A qué equilibrio se puede llegar?

No puede negarse que la tauromaquia sea una tradición. Pero no es arte. El arte es una representación, una interpretación de la realidad. Los toros son torturados, sufren y mueren en la realidad. Y el hecho de que algo sea una tradición no es razón indiscutible para que se preserve su práctica.

Como su efímero antecesor se había declarado tibiamente antitaurino, un matador de toros, tertuliano en un programa de televisión en prime time, afirmó vehementemente sentirse marginado. Un tertuliano pagado para opinar como si fuera Ortega y Gasset o Menéndez Pidal sin ser ni Ortega ni Gasset ni Menéndez ni Pidal, y se sintió marginado. Pero la realidad es que quienes han estado siempre marginados por el Ministerio de Cultura han sido en primer lugar los animales y acto seguido los defensores de los mismos.

El equilibrio que usted busca solo se alcanzará haciendo de la tauromaquia un objeto de museo, una parte del pasado de la historia de España y no del presente. Con esto in mente, ¿cuáles son las competencias del Ministerio de Cultura y Deportes en relación a los animales? ¿Puede abolir la tauromaquia y prohibir la caza, otro tema con el que usted ha manifestado públicamente estar muy concienciado? Obviamente no, sería ingenuo solo pensarlo.

¿Qué puede entonces hacer y qué puede no hacer el ministro de Cultura y Deportes por los animales? Pues, sencillamente, puede no fomentarlo.

Puede, por ejemplo, desarticular o pedir que trasladen a otro ministerio el Plan Estratégico Nacional de Fomento y Protección de la Tauromaquia (PENTAURO). Puede hacer que el Ministerio se desligue de la Comisión Nacional de Asuntos Taurinos. Puede proponer que se elimine la Declaración de la Tauromaquia como Patrimonio Cultural. Puede dejar de conceder Medallas de Oro al Mérito en las Bellas Artes en Tauromaquia; de hecho, en más de una ocasión no se han concedido a otras disciplinas realmente artísticas y no pasó nada. Puede dejar desierto el Premio Nacional de Tauromaquia; tampoco pasaría nada.

También puede estudiar la posibilidad de que el Consejo Superior de Deportes deje de tutelar a la Real Federación Española de Caza y las Federaciones de Caza autonómicas, y que la caza deje de ser considerada un deporte. Sí, aunque suene absurdo, también la caza depende del Ministerio que usted dirige. Puede impedir que en las universidades se abran o se mantengan o se financien cátedras de tauromaquia, o por lo menos no reconocerlas.

Y las competencias del Ministerio que usted dirige van mucho más allá. Puede incentivar que en la Real Academia Nacional de Medicina, en la Real Academia Nacional de Farmacia y en la Real Academia de Ciencias Veterinarias de España se apueste mayoritariamente por sustituir y abandonar la experimentación en animales. Puede estimular que la Real Academia de Gastronomía aprecie y potencie la alimentación y la gastronomía sin productos de origen animal. Puede estimular a través de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación la revisión y desarrollo de leyes de protección animal. Puede pedir que la Academia de Psicología de España aborde y profundice en el tema del maltrato animal y las tradiciones crueles como una patología social. Puede hacer que el Colegio de España en París, el Instituto Cervantes, el Collegio di Spagna y las demás instituciones culturales en el exterior difundan una imagen de una España que no considera el maltrato animal como una seña de identidad.

Señor ministro: en 2012, su predecesor Wert tuvo la valentía, o la desfachatez, de dedicar buena parte de su primera comparecencia parlamentaria a subrayar el hecho de la ubicación en la Secretaría de Estado de Cultura de las competencias del Estado sobre el fomento y la protección de la tauromaquia como disciplina artística y de la fiesta de los toros considerada “producto y bien cultural”, así como a explicar que se dotaría a la Comisión Consultiva Nacional de Asuntos Taurinos de un dinamismo del que había carecido en los últimos años. Demuestre usted su trapío: como primer paso, tenga la valentía y el arrojo de excluir la tauromaquia de sus competencias. O sencillamente déjela morir de inanición. Pero ya. Más del ochenta por ciento de los españoles se lo aplaudirán. Y los demás no tendrán argumentos coherentes para reclamárselo.

Señor ministro, no nos falle. Y sobre todo, no falle a los animales. Ya han esperado y sufrido demasiado.