Varios comentaristas han descrito la victoria de Emmanuel Macron en las elecciones presidenciales francesas como un triunfo de la centroderecha, porque recibió votos que de lo contrario habrían ido hacia la candidatura del conservador François Fillon, plagada de escándalos.
Pero esta dinámica electoral no expresa el significado de la victoria de Macron. Sería más preciso decir que traspasó las líneas de los partidos tradicionales y se erigió como un candidato de quienes creen que, gracias a una administración adecuada y las nuevas tecnologías, la integración europea y las fuerzas de la globalización pueden reportar beneficios generalizados. En contraste, la mayoría de sus oponentes no hicieron más que avivar temores acerca de las realidades económicas actuales.
Piénsese en las siguientes estadísticas de la primera ronda de las presidenciales francesas: un 42% de quienes votaron por Macron han simpatizado en el pasado con el Partido Socialista y otro 32% ha tendido a apoyar a candidatos de centro. Son datos que indican que los votantes de la izquierda y el centro constituyen el fuerte de su base de apoyo, y que lo veían como un candidato de centroizquierda en lugar de uno de centroderecha.
En efecto, Macron procede de la centroizquierda moderna y pro-globalización. Su último cargo público estuvo en el Gobierno del presidente francés François Hollande y con anterioridad en su carrera su mentor fue el ex primer ministro socialista Michel Rocard. Pero incluso si no marcó una clara ruptura con su pasado político, se desmarcó de las barreras de identidad políticas y partidistas tradicionales, al apuntar a los votantes de todo el espectro político, excepto a quienes se sienten interpretados por la izquierda y la derecha extremas.
Si algo reflejan los muchos intentos de encajar a Macron en un arquetipo político francés tradicional es que la política mundial y europea necesita a las desesperadas un nuevo marco que dé cuenta de los nuevos argumentos, narrativas y problemas.
El Gobierno transicional nombrado por Macron justo después de las elecciones refleja una gran diversidad, no solo en términos de género sino también de experiencia y afiliación política. Su gabinete recurre a partidos de tendencias centristas, izquierdistas y derechistas, incluidos los socialistas y los verdes. Pero su nombramiento de algunos republicanos de centroderecha como Bruno Le Maire y Gérald Darmanin es de particular importancia, ya que las encuestas indican que su mensaje resonó menos con los votantes de ese sector.
Más aún, al nombrar como su primer ministro a Édouard Philippe, también de los Republicanos, Macron reforzó su compromiso de transformar la política francesa. Desde el primer día, su Gobierno abarcará de un punto al otro del espectro político. Y con una representación política tan diversa, Macron podría apuntalar las perspectivas de su propio partido, La République En Marche!, en las elecciones para la Asamblea Nacional que se habrán de realizar este mes. Una alta participación mejoraría de manera importante las opciones de cumplir algunas de sus promesas de campaña clave.
Como funcionario liberal en lo social y buen entendedor de los engranajes de la economía global, Macron podría convertirse en lo que muchos progresistas han estado buscando. Para hacerlo, habrá de forjar un nuevo contrato social que proteja a los más vulnerables de los rápidos cambios y las abruptas interrupciones inherentes a la economía flexible y abierta del siglo veintiuno. Sin duda que es un reto gigantesco, pero si lo logra, cumplirá la idea de “modernidad” que los reformistas han sostenido por tanto tiempo.
El nuevo contrato social francés para el siglo XXI se debe basar en tres pilares, comenzando con sólidas políticas de seguridad social que permitan una mayor flexibilidad del mercado laboral y una economía más dinámica. Por ejemplo, el actual sistema de Francia sería mucho más eficiente si diera cuenta de los cada vez más numerosos trabajadores móviles. Los ciudadanos franceses se beneficiarían si contaran con medidas de protección social más portátiles que los sigan a lo largo de sus vidas, sea que estén buscando nuevos trabajos o caminos profesionales.
El segundo pilar es un sistema industrial que fomente la difusión y la innovación tecnológicas e impulse el espíritu de emprendimiento, de modo que los nuevos participantes puedan competir con las empresas establecidas en todos los sectores. Y, finalmente, todo nuevo contrato social debe mantener un firme compromiso con la apertura económica, la integración europea y la globalización.
Quienes votaron por Macron en primera vuelta, cuando todavía había abundancia de otros candidatos, creen que estos tres pilares no son solo compatibles, sino que se refuerzan mutuamente. Mientras tradicionalmente los candidatos de izquierda se han centrado en la solidaridad social, a veces al punto de rechazar la integración europea, Macron ha prometido defender en simultáneo la justicia social, el crecimiento y la apertura. Y para los que se ubican en la centroderecha, ha prometido que una vez se hayan reformado las políticas sociales, Francia también puede alcanzar una mayor innovación y flexibilidad de mercado.
Al desarrollar un nuevo contrato social, Macron podría redibujar el mapa político francés. Hoy en día, el país está en esencia preso en un “doble conservadurismo”, en el que los conservadores de derecha argumentan a favor de políticas sociales más laxas como manera de aumentar la competitividad, mientras que los “conservadores” de izquierda argumentan que el sistema actual simplemente no se puede reformar. Con Macron podría surgir gradualmente un nuevo sistema político progresista que combine una síntesis de políticas sociales y liberalización.
Más aún, Macron no estará a la defensiva con respecto a Europa. Ha transmitido muy bien su compromiso con el proyecto europeo, y parte importante de la población francesa parece estar de su parte. A diferencia de muchos de sus oponentes en las elecciones, Macron considera a Europa como una fuente de soluciones, no de problemas.
Si logra estos objetivos, su presidencia representaría un paso adelante en el uso de la atractiva escala, la distribución del riesgo y la mayor influencia de la UE en los asuntos mundiales, convirtiendo al continente en uno de los motores del progreso humano. Es un papel adecuado para Francia y su presidente.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
Kemal Dervis, ex Ministro de Asuntos Exteriores de Turquía y ex Administrador del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), es vicepresidente de la Brookings Institution. Caroline Conroy es analista de investigación en la Brookings Institution.
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