Hay ocasiones en las que un sistema pervertido actúa sin ningún tipo de careta. Ayer fue una de ellas. El ex consejero de Justicia de Camps, el hombre que lo afilió a AP, fue nombrado ayer presidente de la Audiencia de Valencia. Desde hoy enjuiciará procedimientos y dirigirá el máximo órgano de Justicia de esa provincia. Estamos tan sometidos al escándalo que casi andamos anestesiados para situaciones tan inadmisibles como esta. Con toda suerte de honores protocolarios, el hombre que hizo su carrera política a la sombra del ex presidente de la Generalitat Valenciana, se convirtió ayer en cabeza visible de los jueces valencianos al grito de “Camps ya no se cuenta entre mis amigos” y “mi mandato apostará por la transparencia”. Encima de todo falsete y un poco cínico.
No acabaremos con la corrupción hasta que no limpiemos el sistema y, para eso, deberemos empezar por niquelar la separación de poderes y la independencia del Poder Judicial. El caso de Valencia nos muestra cómo no estamos ni a medio camino de ello. El hombre de Camps reina en la Audiencia y, por encima de él, en el Tribunal Superior, su protegida Pilar de la Oliva a la que él mismo se encargó de nombrar cuando era vicepresidente del CGPJ. Y lo logró, a pesar de que De la Oliva no cumplía el requisito de haber pertenecido a un órgano colegiado. No fue óbice. Pasó de ser una mera juez de Instrucción unipersonal a gobernar a todos los jueces de la Comunidad Valenciana. Agradecida debe estar a De Rosa y a sus mentores. Y también puede que el PP se lo esté a ella pues, presidiendo como preside el juicio del Caso Gürtel, ha retrasado la continuación de las vistas hasta después de las municipales lo cual alivia la campaña popular y lo llevará en el tiempo... ¡oh, my God! justo al punto en el que ella misma deba ser renovada en su puesto por la mayoría conservadora del CGPJ. ¿Cómo vamos a luchar así, siquiera legalmente, de una forma contundente contra la corrupción?
Acabar con las puertas giratorias entre el mundo de la política y la judicatura debe ser una de las premisas básicas. En mi libro “La Justicia sometida” que sale estos días a la venta lo explico más extensamente. No se trata de un tema en el que haya pecado exclusivamente el PP, porque el PSOE también lo ha hecho, pero lo cierto es que tenemos la judicatura y la carrera fiscal llena de ex políticos, ex ministros, ex secretarios de Estado, ex vocales del CGPJ. Una corrosión que es difícil de soportar. La apariencia de imparcialidad, como poco, queda claramente afectada. Y me temo que no es lo único. Pero ¿qué vamos a esperar si la persona que se encuentra en la cúspide de la pirámide, el presidente del Tribunal Supremo, fue un alto cargo en el Gobierno de Aznar? ¿Qué esperan si la cabeza visible del Poder Judicial fue la mano de derecha de Ángel Acebes, ministro y secretario general del Partido Popular?
Los constituyentes tuvieron una rica discusión sobre si los jueces iban a poder o no, en la democracia española, pertenecer a partidos políticos. Los conservadores se negaban en banda a cualquier atisbo de proximidad a la política y los progresistas abogaban por su derecho a poder militar pero negaban cualquier posibilidad de asumir cargos públicos. Pues ya ven a dónde nos han llevado. Los conservadores reforman las normas para poder nombrar de forma política e identificar con los partidos a los vocales del CGPJ que nombrarán a otros jueces y los progresistas reformaron la ley para que los ex ministros pudieran volver a la carrera.
El caso de Fernando De Rosa me resulta especialmente inquietante pues deja palmariamente claras dos cosas: una, que hay políticos gobernando los tribunales y, otra, que si eres buen chico y dócil nunca te encontrarás desprotegido pues siempre encontrarán algo que nombrarte. Así este hombre ha pasado de secretario de Justicia y conseller de Justicia de la Generalitat de Valencia a vicepresidente del CGPJ (llegó a ejercer como presidente una temporado cuando se destituyó a Dívar) y de ahí a presidente de una Audiencia Provincial y de una sala de enjuiciamiento. No se preocupen. De aquí a cinco años que acabe su mandato ya les informaremos de dónde acaba.
Eso si no somos capaces de detener esto. Hay que barajar y volver a repartir las cartas. La oportunidad que ofrece el momento político que vivimos es decisiva para ello. A veces me preguntan si tengo esperanza. Cuando vea lo que piensan hacer los nuevos gobernantes -de la vieja o de la nueva política- con esta cuestión lo sabré y les contestaré honestamente.