Algunos portavoces de los grupos de la oposición se enteraron por los periodistas de que el pleno de investidura de Quim Torra como candidato a la presidencia sería este sábado. Junts per Catalunya, socio de ERC, pretendía que fuese el lunes y no escondió su malestar por que el president del Parlament, Roger Torrent, hubiese hecho caso omiso de su petición. Ya hace mucho que en la Cámara catalana se fue deteriorando la cortesía propia del parlamentarismo. Ahora se empieza a perder el respeto mínimo que exige la elección de la primera autoridad de Catalunya.
Sirva este preámbulo para ayudar a entender cómo será la legislatura que se avecina. Promete ser convulsa y el tiempo dirá si tan estéril como lo han sido los cinco meses previos a la elección del candidato que ocupará el cargo de jefe del Govern. Ocupar el cargo aunque no ejerza de presidente. Al menos esa es la intención de Carles Puigdemont a la hora de elegir a Torra. Y la de este a la hora de aceptarlo. A no ser que, como Puigdemont, una vez dentro le encuentre el gusto. De todos modos es probable que su legislatura sea aún más corta que la última.
Torra, al igual que le pasó a su antecesor, se encontrará un gobierno ya hecho hasta el punto de que ERC ha ido revelando algunos de los nombres de sus consellers antes incluso de que se conociera quien era el elegido para ser el relevo de Puigdemont. Que no sea la primera vez que los republicanos lo desvelan antes de que el president lo haga público no significa que sea lo correcto. Otra vez, salta por los aires el respeto mínimo.
El previsible nuevo presidente es un hombre tan culto como radical. Y Torra es muy culto. Afable en las formas pero con un discurso más que duro. Su elección es una buena noticia para aquellos que defienden que hay que mantener la confrontación con el Gobierno central hasta el límite. ERC y el PDeCAT deberán actuar como muro de contención para evitar que los desafíos de la Mesa del Parlament y el Govern acaben con sus integrantes sentados en un banquillo.
Lo que a buen seguro no faltarán son nuevas dosis de simbolismo. La primera y más evidente será el reconocimiento de Puigdemont por parte de Torra como el 'auténtico' presidente. El ascendente que tendrá el primero sobre el segundo se podrá comprobar, por ejemplo, cuando este comunique oficialmente si ocupa o no el despacho oficial o prefiere dejarlo vacío para evidenciar la ausencia obligada del presidente 'legítimo'.
La trayectoria y las primeras declaraciones del candidato elegido son una mala noticia para republicanos, socialistas y comuns, que aspiraban a acercar posiciones con el independentismo para intentar sosegar la convulsa política catalana. Prometer diálogo y la implementación de la república a la vez, que es lo que pretende Torra, es una contradicción propia del 'procesismo' en el que se lleva instalado una parte del secesionismo desde hace años.
Descontados los aspavientos públicos, quien puede estar satisfecho es Albert Rivera, porque la estrategia del tándem Puigdemont-Torra permitirá a Ciudadanos mantener la confrontación que tan buenos réditos electorales le ha dado en Catalunya y le puede proporcionar en el resto de España.
Muerto el procés, ¡viva el procesismo!