Nadezhda Tolokonnikova, de 23 años; Maria Alekhina, de 24; y Yekaterina Samutsevich, de 29, reaccionaron con sonrisas a la lectura del veredicto. Sabían que les iban a condenar y no iban a mostrarse derrotadas por un desenlace previsible. La juez dictó sentencia de culpabilidad contra las tres Pussy Riot por los delitos de vandalismo e incitación al odio religioso, y les impuso una pena de dos años de prisión, la mínima establecida por la ley.
Como en otras sesiones del juicio, Tolokonnikova llevaba puesta una camiseta azul con el mensaje en español “No pasarán”. Las tres estaban esposadas.
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Las reacciones posteriores al juicio por el acto de protesta contra Putin que cinco mujeres llevaron a cabo en una catedral ortodoxa coincidieron en que se trata de la respuesta de un Estado autoritario a la crítica y la disidencia. “Nos encaminamos a Irán y Arabia Saudí, donde uno puede ser lapidado por motivos religiosos”, dijo el padre de Samutsevich. “Generaciones de personas han pasado por prisión, y también lo hará ella. Saldrá convertida en una luchadora”.
El marido de Tolokonnikova se mostró desafiante: “Lo único que puede salvar a mi esposa y mi hija es una revolución. Y la haremos”.
La elección de la catedral por las Pussy Riot era una forma de denunciar la complicidad de la jerarquía religiosa con el Estado controlado por Vladimir Putin. Los ejemplos de esta relación son numerosos. Los religiosos mezclan un mensaje ultranacionalista con las habituales referencias al diablo y la denuncia de una supuesta conspiración financiada por EEUU para socavar el poder de Rusia.
El Gobierno de Putin “es un milagro de Dios”, dijo el patriarca Kirill de la Iglesia ortodoxa, que además recomendó a sus feligreses que votaran al actual presidente. El arzobispo Dmitri Smirnov afirmó que la provocación de las Pussy Riot deja claro quién es el enemigo: “Todo ruso sabe ahora quién está detrás del feminismo y el punk. Juntos constituyen obviamente fuerzas demoníacas”.
Putin ha convertido la fe ortodoxa es una de las fuerzas legitimadoras de su control de la política rusa desde hace una década. El enaltecimiento del orgullo ruso obliga a aumentar los privilegios de la jerarquía ortodoxa y su influencia social. La Iglesia es propietaria de empresas y bancos que reciben un trato oficial de favor. A cambio de ello, el apoyo al poder es completo, excepto entre algunos sacerdotes que defienden el derecho de la oposición a manifestarse.
Un ejemplo chusco del intento de ocultar esa riqueza se produjo hace unos meses cuando en una foto aparecida en la página web de la Iglesia desapareció vía photoshop el reloj de la muñeca del patriarca Kirill, un caro reloj de un valor estimado de 30.000 euros.
La influencia social de la Iglesia va más allá de los objetos de lujo. La condena a Pussy Riot demuestra por qué la protesta acertó en la elección del objetivo: no había nada más subversivo y por tanto efectivo que realizar una protesta contra Putin en un recinto religioso.
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Hoy se han convocado decenas de protestas en todo el mundo contra la condena a las Pussy Riot.