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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

El mundo se derrumba, pero que los chavales no pierdan clase

A ver si lo he entendido: estamos viviendo (en palabras del secretario general de la ONU) “la peor crisis mundial desde la II Guerra Mundial”... pero cuidado no vayan a perder clase los chavales. Nos dicen que esto es “una guerra” que exige una “economía de guerra”, sacrificios, medidas excepcionales, estado de alarma, recortes de libertades y hasta nuevos Pactos de la Moncloa… pero continuemos con el curso escolar, que desde casa y con un ordenador se arregla todo. Llevamos más de 13.000 muertos, hemos abierto hospitales de campaña y morgues improvisadas, no sabemos cuándo podremos salir a la calle… pero que sigan haciendo deberes, no se vayan a relajar demasiado los chicos. Cientos de miles de trabajadores se han ido al paro, el desplome de la economía no tiene precedentes, ha hecho falta aprobar un “escudo social”… pero venga, con un poco de buena voluntad de profesores y familias, ya veréis cómo continuamos con las clases. Estamos todos asustados, estresados, encerrados, dicen que sufriremos estrés postraumático… pero lo importante es que los estudiantes de todos los niveles educativos completen el curso, sean evaluados y se ganen el aprobado, aunque sea pasándoles un poco la mano.

Perdonen el sarcasmo, pero es que llevamos un mes catastrófico, en el que nuestras vidas se han detenido, medio mundo se nos ha derrumbado, vivimos en vilo pendientes del próximo mensaje del presidente, nos subimos por las paredes de nuestras casas sin poder salir, echamos de menos a nuestra gente querida, asistimos con angustia a la evolución de la famosa “curva”, sentimos una enorme incertidumbre hacia al futuro (incertidumbre material para muchas familias)… y al mismo tiempo tenemos que dedicar a nuestros hijos el tiempo, la atención y la tranquilidad que necesitan para hacer sus deberes y trabajos, compartir con ellos recursos tecnológicos limitados (hogares con dos o más estudiantes y un solo ordenador, o ni eso), asegurarnos de que envíen todo en tiempo a sus profesores, ayudarles con materias que apenas habían empezado a dar en clase (y de las que a menudo las madres y padres no tenemos ni idea, con el añadido del bilingüismo en muchas familias).

También ellos estresados, los estudiantes, tras tantas semanas sin pisar la calle y en una continua convivencia familiar a veces complicada; asustados también ellos por lo que está pasando, tan incapaces de concentrarse como nosotros, y más necesitados de apoyo y cariño que de deberes y tensiones escolares.

Y por supuesto, también estresados los profesores, que participan del mismo miedo e incertidumbre, el encierro, sus propias realidades familiares, sus propios hijos metidos en casa; y que además deben inventarse sobre la marcha un sistema de enseñanza a distancia para el que no había nada preparado y sin apenas recursos. Profesores que en muchos casos están mostrando una enorme empatía por sus alumnos y sus familias, haciendo en lo posible más fácil el confinamiento (y en el caso de los más pequeños, dándoles mucho ánimo y cariño en estos momentos), lo que como padre les agradezco enormemente y les aplaudo un ratito cada tarde.

Cuento todo esto porque andamos esta semana discutiendo qué hacer con el final de este atípico curso escolar. Que si hay que evaluarlos, que si no se puede dar un aprobado general como en Italia, que si se avanza materia, que si la Evau… Este martes el Consejo Escolar del Estado se reunió y emitió sus recomendaciones, y en los próximos días el gobierno y las Comunidades Autónomas tendrán que decidir. Pero veo que las recomendaciones insisten en buscar cierta “normalidad” dentro de la “excepcionalidad”: que el trabajo en casa pueda ser evaluable (de forma personalizada, como si fuese tan fácil en estas circunstancias; y con especial atención a las familias sin medios tecnológicos, como si tener un ordenador y wifi fuese por sí mismo garantía de aprendizaje a distancia); o que no haya aprobado general pero la repetición de curso se produzca solo en casos “extraordinarios” (¿es que no lo es ya? ¿Nos están diciendo que otros años se suspende a la ligera?).

No sé, igual deberíamos aceptar que este final de curso no tiene arreglo. Que si, como nos repiten a diario, el mundo se derrumba, no tiene mucho sentido sostener en pie el curso escolar, aumentando además con ello la desigualdad y la segregación socioeconómica de un sistema educativo que ya segregaba lo suyo antes del virus. Y dedicar nuestros esfuerzos, también los de los docentes (que tienen mucho que proponer si les escuchan), a planificar bien el próximo curso y dotarlo de los recursos necesarios, para reparar entonces todo lo hoy perdido, y que de verdad nadie se quede atrás. No sea que al destrozo sanitario, económico y social, se sume también el destrozo educativo.

Mientras tanto, todo lo que no ayude a quitar estrés a las familias durante el confinamiento, y por contra les añada más, por mí puede esperar.