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Querido capullo

Íñigo Errejón, en el Congreso.
26 de octubre de 2024 22:00 h

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He tomado prestado el título del libro de Virginie Despentes para hablar de Iñigo Errejón porque a veces la ficción explica mejor la realidad que el más sesudo de los análisis. Si no habéis leído esta novela publicada en 2023, trata sobre lo que sucede después de que una mujer joven acusa, a través de su blog, a un escritor mayor (de izquierdas y adicto a ciertas sustancias) de acoso sexual, uniéndose “al ejército de mujeres maltratadas que rompen su silencio”, a las que han “roto el tabú” y creen que “la vergüenza debe cambiar de bando”.

“El problema es mi queja uniéndose a miles de otras quejas, allí donde debería haber silencio y olvido. Mi voz es un copo de nieve en la avalancha que os aplasta”. Así presenta Despentes a la protagonista, Zoé Katana, pero si después de esto esperamos una oda a los ajustes públicos de cuentas de la era del MeToo, nos equivocamos.

Despentes también da voz al “capullo”, Oscar, a través de su relación epistolar con Rebecca, una actriz de 50 años, ácida, un poco pasada de rosca, amante del sexo y las drogas, que tan pronto le insulta como le comprende. “Esta generación se angustia rápidamente. Y no se avergüenza de decirlo”, dice Rebecca de las feministas jóvenes al tiempo que responde a las quejas de Oscar: “¿Quieres saber qué es que te cancelen? Habla con una actriz de mi edad”.

En este libro está casi todo lo que opino de este caso. Están los hombres que “citan a feministas muertas y enterradas para decir que antes era mejor. Porque hasta el feminismo les pertenece”. Están las víctimas jóvenes como Zoé, que bajo una presión mediática y de relato vigente corren el riesgo de convertirse en caricaturas o representaciones alejadas de la realidad (“Cuando lees lo que publica es una diosa de la guerra y la destrucción. Y cuando la ves en la vida real, es una niña exhausta a punto de desmoronarse”).

Están los capullos, que son legión, en su mayor parte más despreciables y egocéntricos que agresores, más imbéciles que delincuentes, a los que Despentes también da la posibilidad de defenderse y redimirse. Están las mujeres maduras, de vuelta de todo, que se alegran de la inesperada fuerza del cabreo de las jóvenes pero que saben que todas las relaciones están envueltas en dinámicas de poder y que la realidad es siempre más compleja que el meme. Están los foros públicos de denuncias anónimas como lugares, cuanto menos, imperfectos para empezar a recuperarse de un abuso o de una agresión.

Puede resultar catártico denunciar, de forma anónima, a un cerdo machista que te hizo sufrir, pero qué pasa después si no hay espacios feministas reales donde las mujeres se escuchen unas a otras, “donde las palabras de otra persona pueden hacer añicos nuestros mitos y nuestras ideas preconcebidas”. Y en Querido capullo también están la culpa, las moralinas, la falta de educación sexual de los jóvenes, la relación entre deseo y dominación, el oportunismo, el revanchismo y la crueldad de unos con otros.

La realidad, y las personas, tienen muchas capas, y no siempre es fácil llegar al meollo de las cuestiones, a lo verdaderamente importante. El machismo es trasversal, no entiende de clase, sexo e ideología, el patriarcado impide hasta la emancipación masculina y, como apunta Despentes, hasta las mujeres llevamos un hombre imbécil dentro. El feminismo ayuda a visibilizar a ese imbécil, de una forma dolorosa, ante los demás y ante nosotros mismos. El objetivo último de este feminismo es ayudar a construir un mundo mejor, más justo, más vivible para ellas y también para ellos. 

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