Del quiosco a las redes sociales. Nada es gratis
En mi época de quiosquero en la Barceloneta vendí muchos periódicos, revistas y cómics. Entonces a los cómics les llamábamos tebeos, por el pionero TBO que apareció por primera vez en 1917, al mismo tiempo que la revolución rusa.
También alquilábamos novelas de Marcial la Fuente Estefanía o Corín Tellado a vecinos a los que les gustaba leer, pero su poder adquisitivo no les daba ni para comprar lo más barato del mercado literario. El alquiler a un módico precio les permitía disponer semanalmente de alguna de las 2.600 novelas del Oeste o de las cerca de 5.000 novelas rosa publicadas por los dos grandes estajanovistas de la literatura española de aquellos tiempos. Durante décadas este genero “menor” fue la puerta de entrada a la lectura de muchas personas. Además, servía como evasión de la dureza de la vida diaria en aquellos tiempos tan oscuros del franquismo. Si quieren saber más sobre este fenómeno les sugiero consultar al amigo Javier Pérez Andújar.
No recuerdo que nadie, nunca, en mis tiempos de quiosquero, me pidiera disponer de diarios o revistas gratis. Si alguien se hubiera atrevido a hacerlo las carcajadas hubieran llegado a Tegucigalpa. A lo más que se atrevían algunas amistades es a pedir que les dejara leer un diario o semanario y luego devolverlo en riguroso orden de revista. Pero aquello era anecdótico y limitado a los muy amigos.
Esta imagen de mi vida me ha revisitado al leer algunas críticas a los medios de comunicación que limitan el acceso digital a su información a los que no son socios o suscriptores. Sinceramente cuesta entender que alguien piense que el trabajo de los profesionales de la comunicación no tiene coste, es gratis. Cuesta mucho más para alguien que ha sido quiosquero.
Todo apunta que la exigencia de acceder gratis al trabajo de los profesionales puede ser consecuencia de la inercia creada durante los años de transición de la prensa analógica a la digital. En algún momento de esa transición, provocada por la crisis de modelo de negocio de los medios, estos pudieron generar el espejismo de que lo digital era gratis, como si el coste principal de un periódico fuera su impresión y no el trabajo de sus profesionales.
La idea de que el trabajo periodístico es gratis es también alimentada por dos sucedáneos. El de las redes sociales y el de la prensa digital subvencionada. En contra de su leyenda negra, en las redes sociales no solo hay ruido. Yo tengo mi propio sistema de “googles humanos”. Me permite detectar cuentas que me aportan cosas muy interesantes que de otra manera no conocería. Pero convendrán conmigo que hay informaciones, trabajos de investigación y análisis que requieren de una estructura y una profesionalidad que solo los medios de comunicación pueden ofrecer.
Otro factor distorsionante es el de los medios condottieri que actúan como mercenarios al servicio del poder institucional que los subvenciona sin límite ni control. Tiene fama, bien merecida, el submundo de los digitales que quedan dentro de la M40, pero les puedo asegurar que en Catalunya también vamos bien surtidos. Se lo pueden preguntar a Jordi Évole, que acaba de ser objeto de una de las frecuentes manipulaciones y linchamientos que los digitales “nacionales” aplican a las opiniones disidentes.
La controversia sobre el pago no es solo de índole económica, tiene profundas consecuencias democráticas. Los medios de comunicación juegan un papel clave para garantizar el pluralismo social y político, su crisis está erosionando, en algunos casos carcomiendo, la democracia. Se trata de un fenómeno global que hunde sus raíces en la crisis de todas las estructuras de mediación social como consecuencia del impacto de la digitalización.
Nada es gratis, y cuando lo parece, el precio que pagamos es ruinoso para la sociedad. A través de las redes sociales, de acceso “gratuito”, las grandes plataformas han montado, usando nuestros datos, un inmenso negocio de publicidad que les otorga un poder económico y político que desprecia derechos humanos básicos y deteriora la democracia hasta extremos hace años inimaginables. Basta ver lo que está pasando en EEUU con Trump.
Sobre los medios condottieri, daría para otra reflexión específica. Solo quiero apuntar que cada cual es libre de dejarse manipular “gratis”, aunque debería ser consciente del coste personal y social de estas prácticas, es de lo más corrosivo.
Convencido como estoy de la importancia de disponer de comunicación de calidad, practico con el ejemplo. Soy socio o suscriptor de cinco medios distintos –llegué a serlo de siete–. Es uno de mis vicios declarados. Pero a pesar de eso me siento insatisfecho. No puedo acceder a contenidos que me interesan de medios a los que no pago.
Eso me lleva a pensar que el sector debería hacer una reflexión sobre el particular. Lo he hablado con algunos amigos profesionales, pero parece que nadie se atreve a encabezar algunos cambios que considero imprescindibles para la sostenibilidad de este modelo. Soy consciente de que predicar es más fácil que dar trigo y si nadie le ha puesto el cascabel al gato debe ser porque no es fácil.
Con la prudencia debida que exige opinar sobre lo que deben hacer otros, me atrevo a sugerir algunos pequeños ajustes. O quizás no sean tan pequeños. Uno de ellos tiene que ver con la proliferación de digitales. No creo que las diferencias en la manera de entender el papel de los medios de comunicación y sus líneas editoriales sean tan importantes como para justificar tanta oferta, que a medio plazo va a resultar insostenible. Un proceso de fusión de algunas cabeceras del entorno progresista ayudaría.
Otro reto que creo debería plantearse es la posibilidad de construir plataformas comunes que permitieran acceder, pagando en función del acceso que se haga a cada contenido. Es uno de mis sueños húmedos, la posibilidad de que cada uno de nosotros pueda construir digitalmente y a medida su propio medio. De la misma manera que ahora hacemos cuando viajamos por las redes. Se trataría de una manera de hacer compatible la competitividad entre medios y profesionales con la cooperación entre ellos.
Por último, lo más fácil o quizás sea lo más difícil para cuadrar las cuentas. Cada vez son más habituales las quejas de socios o suscriptores que no se consideran bien tratados por los medios a los que están suscritos. Se refieren a la interferencia constante de publicidad entre los contenidos por los que se paga. Nada es gratis, pero debería ser un poco más cómodo.
Ah, se me olvidaba, tengo un gran recuerdo de mi experiencia de quiosquero, quizás porque era joven y no era yo el que tenía que cuadrar las cuentas. Eso lo hacían con mucho sacrificio y poco éxito mis padres.
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