Ni tenéis razón ni tenéis corazón

Esa fue una de las consignas que se repitieron ayer domingo en la manifestación antitaurina con la que recorrimos las calles de Madrid: ‘Ni tenéis razón ni tenéis corazón’. Dirigida a los taurinos que siguen extendiendo la violencia por esta península renombrada como ‘piel de toro’ (dicen quienes lo han leído que fue Estrabón en el siglo I a.C.), el lema resume la naturaleza del tauricidio: para su defensa no hay argumentos, como tampoco hay compasión.

Mientras lo coreaba bajo un sol de justicia, recordaba al sabio Coetzee, escritor que la tarde antes había presentado en Fundación Telefónica su libro Siete cuentos morales, publicado en español por El hilo de Ariadna y Literatura Random House. El admirado premio Nobel reflexionó sobre su ya mítico personaje Elisabeth Costello, una mujer casi viva que ha encarnado el pensamiento del propio Coetzee, quien dijo de ella que considera sobredimensionada una racionalidad, heredera de Descartes, que puede ser destructiva, y apela a la empatía para redimir a la humanidad. Desde las páginas de Coetzee, desde la sosegada exposición de la razón y el corazón de su creador, Costello gritaba con nosotras: ‘Ni tenéis razón ni tenéis corazón’.

Durante las más de cuatro horas que duró la marcha #TauromaquiaEsViolencia, en los corrales de la plaza de Las Ventas esperaban, sin saber qué, unos toros que por la tarde serían torturados y ejecutados ante el regocijo de un público aficionado al sadismo, ante el estupor de una infancia expuesta a ese horror y ante el vómito de unos turistas estafados. La crítica taurina dijo después que la corrida había sido un fracaso porque los toros eran “mansos”. Mansos torturados: una perversión moral. Dicen esos críticos que los toros huían. “El quinto fue un pavo. Cuajado, feote, descarado”, escribió uno: perversión moral hecha verbo. Y que “el toro no veía bien”, por lo que “hubo que picarle” y respondió “con mucha emoción”. Hay quienes escriben sin razón ni corazón.

Cuando esos toros estaban aún encerrados en la antesala del infierno, 500 activistas rompieron banderillas en la Puerta del Sol, creando una nube de humo rojo que representaba su sangre, la violencia a la que iban a ser sometidos, la violencia a la que la tauromaquia somete también a esta piel de toro llamada España, la agresión contra esos animales que es agresión social, estafa cultural. No en vano ha sido tan promovida, impulsada, fomentada y alimentada por el corrupto, mafioso, saqueador, agónico Partido Popular. Con la indecente complicidad de Ciudadanos y el PSOE, que van del palo ese de “estamos en contra del maltrato animal pero lo respetamos” (y luego claman por la coherencia política de otros). Con la tibieza de una izquierda que ni siquiera en las formaciones del cambio ha tenido la valentía de apelar a la abolición: no subvencionar los espectáculos taurinos es una medida bienvenida pero insuficiente; bienvenida en un sentido puntual, pues dejan de perpetrarse allá donde se cierra el grifo económico, pero insuficiente en el sentido moral al que nos enfrenta la “arrogante, dominante, intolerante, nada simpática” (así la describió un irónico Coetzee) Elisabeth Costello, cargada, sin embargo, de razón y corazón. Claro que la moral de Elisabeth Costello no se rige por cálculos electoralistas.

Más de 20.000 toros, vacas, vaquillas, novillos y becerros son torturados y ejecutados cada año en festejos taurinos en España, prácticas que solo apoya un 19% de la población. El 84% de los jóvenes de entre 16 a 24 años rechaza la tauromaquia, asegurando estar “poco” o “nada” orgullosos de vivir en un país donde se impone como tradición cultural. Otra estafa. Entre 2007 y 2017, los festejos en plaza disminuyeron en un 57,5%, mientras que el 76% de las plazas de toros existentes en España no se utilizaron para el fin principal para el que fueron construidas. Una tauromaquia que es quintaesencia de la degradación moral del Estado y que agoniza como sus principales valedores: Esperanza Aguirre, Cristina Cifuentes, Ignacio González, Carlos Fabra, Eduardo Zaplana… Juan Carlos de Borbón y su prole, incluido Felipe VI.

‘Violento con toros, violento con todos’, se coreó también en la manifestación antitaurina de Madrid. Nos referíamos a todas las violencias que nos infligen quienes por la tarde serían violentos con los toros (y no te olvides de los caballos, que diría el añorado Forges). Nos referíamos a ellos como Elisabeth Costello, como Coetzee, en el último párrafo de sus Siete cuentos morales: “Escribo para ellos. Tuvieron una vida tan breve, tan fácil de olvidar. Dejando a Dios a un lado, soy el único ser del universo que los recuerda. Y cuando yo ya no esté, solo habrá vacío. Será como si no hubieran existido. Por eso escribo sobre ellos y quería que leyeras lo que he escrito. Quería transmitirte a ti la memoria de esos seres. Nada más”.