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Tres razones por las que recordar a José Luis Sampedro

Se cumple este año el centenario del nacimiento de José Luis Sampedro: un buen pretexto, sin duda, para recordarle. No son pocos, desde luego, los motivos para hacerlo. Y no son los menores su extraordinaria personalidad y la calidad de su obra literaria. Nos importa sobre todo reivindicar su obra económica, probablemente mucho menos presente que la literaria y, sin embargo –opinión personal y discutible–, quizás más relevante. Aunque también son muchas las razones en este ámbito, en mor de la brevedad obligada me atrevo a destacar las tres que me parecen esenciales.

1. El análisis estructural de la economía

Hacia mediados de la década de 1950, Sampedro era ya un economista de prestigio: catedrático desde 1955 y profesor de enorme predicamento entre sus estudiantes, había publicado trabajos notables de carácter aplicado, pero en los que latía una creciente desconfianza frente a la economía neoclásica, que fue convenciéndole paulatinamente de la necesidad de un enfoque diferente para entender la realidad económica. Enfoque que fue modelando al calor de sus clases y que partía de una aproximación eminentemente inductiva, basada en la observación de la realidad y cimentada en un sólido conocimiento empírico, pero también pertrechada de un arsenal científico interdisciplinar, porque la realidad no es sólo económica ni su dimensión económica es total y perfectamente diferenciable de sus restantes dimensiones; razones por las que resulta incomprensible si se la observa con un instrumental exclusivamente económico.

Ésta es, sin duda, la gran aportación metodológica de José Luis Sampedro, que se materializa de forma integral en 1959 en su libro Realidad económica y análisis estructural, una obra que supuso una deslumbrante ruptura en el panorama económico español de la época y que fue completando a lo largo de los años siguientes hasta publicar en 1969, en colaboración con Rafael Martínez Cortiña, Estructura Económica. Teoría básica y estructura mundial, un apasionante manual a través del que muchos estudiantes de Económicas de este país pudimos intuir que otra forma de entender la Economía no sólo era posible, sino también más consistente, realista y eficaz para construir una sociedad mejor.

Su objetivo básico era desarrollar una forma más avanzada de observar e interpretar la realidad económica, que Sampedro modula a partir de múltiples enfoques previos para plantear una aproximación que los integra en lo que constituye su análisis estructural. Una metodología con la que entender la estructura profunda de la realidad, que para Sampedro radicaba ante todo en las interacciones establecidas entre los principales actores colectivos de la economía. Interacciones en las que son esenciales las relaciones de poder y de cuya dinámica –y especialmente de la conflictividad que surge entre ellas– dependen las causas del cambio. Un planteamiento en el que no es difícil encontrar ecos del marxismo, pero diluido en la metodología de Sampedro con aportaciones de numerosos ámbitos (la geografía, la historia, la antropología, la sociología, la psicología, la tecnología...) y de una nutridísima serie de influencias de múltiple carácter, desde clásicos semiolvidados a los más modernos estructuralismos.

Una lista impresionante que Sampedro va entrelazando en su enfoque de una forma sólo posible en alguien de su apabullante cultura, revelando un esfuerzo descomunal por evidenciar la necesidad de una mirada profundamente interdisciplinar. Una de las (muchas) razones por las que tan querido nos resulta Sampedro en Economistas sin Fronteras: su visión de la Economía como una ciencia eminentemente social, que sólo tiene sentido y adecuada capacidad analítica en la medida en que tenga presentes las múltiples dimensiones de la realidad y en que sepa observarla de la mano de otras disciplinas imprescindibles para captarla de forma no reduccionista.

Una Economía, en ese sentido, que quiere –también en el terreno conceptual– eliminar fronteras, que busca el enriquecimiento de diferentes perspectivas y que rechaza el autismo de quienes la perciben como un pensamiento único, centrado en sí mismo y, por ello, impotente para entender de forma consistente la realidad.

2. El subdesarrollo y los límites del desarrollo

La segunda gran aportación de Sampedro a la Economía se va consolidando a lo largo de la década de 1970, en el marco de un interés creciente en el estudio del subdesarrollo y del proceso de desarrollo: el campo, también, en el que se canaliza más claramente su alejamiento del ámbito estricto de la Economía, su cada vez más decidida opción por la heterodoxia.

En primer lugar, porque advierte la decisiva importancia de los factores sociales y políticos en el subdesarrollo, un fenómeno derivado –en su opinión– de la dependencia integral de los países llamados subdesarrollados. Pero también porque, paulatinamente, va percibiendo con claridad creciente que para entender cabalmente el subdesarrollo no basta con tomar en consideración variables sociales y políticas, porque el problema tiene raíces aún más profundas, que remiten al modelo de desarrollo dominante y al propio concepto de desarrollo en que se basa.

Es –pensaba– ese mismo modelo el que genera inevitablemente subdesarrollo, y no sólo en los países “pobres”; también en los considerados “desarrollados”, aunque se trate de un subdesarrollo diferente: al margen de la pobreza y desigualdad también existente en ellos, un subdesarrollo eminentemente ambiental y cultural, que deriva del sesgo brutalmente materialista que le caracteriza. Porque es un desarrollo –un mal desarrollo– que sólo aspira al crecimiento económico y que, en esa medida, prioriza desequilibradamente la dimensión económica, pero a costa de otras vertientes esenciales tanto para la sociedad como para el ser humano, olvidando que el verdadero desarrollo debe entenderse como un continuo “perfeccionamiento del hombre” y no como una absurda carrera que sólo tiene como objetivo la acumulación de mercancías.

Consideraba Sampedro que este modelo de desarrollo –y la aspiración al crecimiento en el que se basa–, pese a inducir aumentos en los niveles de bienestar material –aunque muy desiguales–, ha generado tres empobrecimientos crecientes: pobreza masiva, empobrecimiento imparable de la naturaleza y empobrecimiento de la dimensión interior del ser humano.

Empobrecimientos que comportan contradicciones cada vez más acusadas y límites cada vez más patentes (y cercanos) para el propio modelo de desarrollo, barreras cada vez más difícilmente franqueables para la sostenibilidad del crecimiento y del estilo de vida dominante. Una perspectiva en sintonía con el ecologismo político emergente en esos mismos años y con planteamientos paralelos en diferentes disciplinas, pero que Sampedro incorpora con especial claridad en el debate económico, anticipando cuestiones que se harán centrales unos cuantos años después en la polémica sobre el carácter del desarrollo, la inviabilidad del crecimiento permanente, las teorías sobre el decrecimiento y las concepciones alternativas del –y al– desarrollo.

3. La necesidad de un cambio de rumbo

En ello radica la tercera de las aportaciones de Sampedro que querría recordar: la necesidad de una reorientación fundamental no sólo del modelo de desarrollo, sino del modelo de vida y del modelo de sociedad, porque las contradicciones mencionadas son las señales inequívocas de un inapelable agotamiento de la forma actual de vida.

Un agotamiento que está en la base de la crisis estructural de nuestro tiempo, que sólo podría superarse –pensaba– desde un cambio cultural y de valores radical: cimentado en torno a una austeridad voluntaria y consciente que permitiera romper –o al menos debilitar– las cadenas mercantiles-consumistas que minimizan la autonomía del ser humano y que impiden plantear alternativas frente al caos al que el estilo de vida dominante conduce a la humanidad.

Una austeridad liberadora –“Aprender a vivir con más simplicidad, con lo esencial”, escribió– que debería convertirse en el eje de un nuevo modelo de economía y de vida, hacia el que sólo se podría avanzar dedicando una atención prioritaria a la vertiente cultural.

No olvidaba, no obstante, que los problemas que genera el modelo de desarrollo dominante tienen su raíz en los intereses dominantes y que, en consecuencia, el cambio de rumbo que propugnaba era, ante todo, un problema eminentemente político. Pero un problema –pensó siempre– que sólo podría afrontarse adecuadamente desde una base esencialmente cultural y educativa, porque sólo podría solventarse en la medida en que cambiasen las ideas, los valores y los objetivos vitales de la sociedad.

Algo que implicaba para Sampedro la necesidad de trascender la economía. Es decir, la necesidad de afrontar los problemas económicos con perspectivas y finalidades no sólo económicas, porque las aspiraciones sociales no pueden depender exclusivamente de criterios económicos, aunque las condicionen severamente.

A ello responde su reivindicación de lo que llamó “metaeconomía”: esa perspectiva más amplia que posibilita la conciencia de que, en momentos de crisis estructural como los actuales, no sólo hacen falta nuevos modelos de economía, sino también, y sobre todo, nuevos modelos de vida frente a los que impone la ciega racionalidad materialista: momentos –diría– en los que es necesario ante todo impulsar “una construcción interpretativa del mundo” diferente a la dominante y en los que, por ello, se hace particularmente urgente una labor previa  de “descolonización cultural”.

Hasta aquí las tres aportaciones. De las tres, probablemente sólo pueda considerarse estrictamente original la primera, precursora y profundamente iluminadora. Pero no menos importantes son las otras dos: incluso aunque otros hayan defendido en su tiempo ideas parecidas, no es en absoluto irrelevante para su crédito que un economista del prestigio, del carisma y de la popularidad de Sampedro las haya defendido con el sentido común, la consistencia, la brillantez y la capacidad comunicativa con que él lo hizo. En buena medida, ahí radica su valor. No son, insisto, las únicas razones para recordar al gran y entrañable José Luis Sampedro. Pero sí son tres buenas razones para hacerlo.  

Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión del autor.