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OPINIÓN | Ana 'Roja' Quintana, por Antonio Maestre

La rebelión del Estado

Foto de archivo de Pável Dúrov, cofundador de Telegram

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Esa norma privada para definir el bien no sólo es doctrina vana, sino que también resulta perniciosa para el Estado público

Hobbes

Estaba el otro día en trance de regresar de allí donde las corrientes de aguas puras cristalinas y los árboles que se miran en ellas viven bajo el aire más puro del mundo, cuando me vi alrededor de una hora dentro de un avión sin atisbos de que este despegara. No es una queja y menos cuando tuve información sobre los motivos. El comandante nos explicó profusamente que no estábamos autorizados a despegar debido a que había restricciones en el espacio aéreo de París que, a pesar de estar a más de unos tres mil kilómetros de nosotros, debíamos atravesar en nuestro camino a Madrid. La información siempre atenúa el cabreo. Máxime cuando al día siguiente la información me reveló que todo el trajín había sido producido por la orden de detención dictada por la fiscalía francesa contra Pável Dúrov que se dirigía en su jet hacia París y que fue finalmente arrestado en Le Bourget, el aeródromo privado de la capital de Francia. 

El mítico fundador y propietario de la red Telegram fue detenido por complicidad con bandas organizadas al rechazar entregar a las autoridades los documentos necesarios para interceptarlas emitidas de forma acorde con la legislación francesa. Eso mismo que lleva haciendo Dúrov media vida: pasarse por el forro las órdenes de los jueces de los más diversos países para poder efectuar investigaciones criminales. Lo hizo en Brasil y su red fue suspendida en dos ocasiones, la última por no colaborar con la intervención de comunicaciones de bandas neonazis. El ruso va desobedeciendo las órdenes y requerimientos de jueces de todo el mundo, también en Alemania, Noruega o Chequía y, cómo no, en España. ¡Vaya la que se le lió al juez Pedraz por ordenar la suspensión del servicio en nuestro territorio! Tanto que por fas o por nefas al día siguiente dio marcha atrás y se comió la rebeldía del de Telegram, tragando con que su red de mensajería se situara por encima de las redes españolas. 

A Musk le acaba de pasar de nuevo en Brasil donde X ha sido suspendida por un juez de la Corte Suprema por negarse a hacer caso a sus requerimientos de suspensión de cuentas. Alexandre de Moares es el juez brasileño más poderoso, una especie de Garzón del otro lado del océano. Musk ha montado en cólera y no sólo ha gritado en nombre de libertad de expresión y tal y cual sino que ha amenazado con hacer pública “la larga lista de crímenes que el juez ha cometido”. Moares sostiene un pulso con las tecnológicas que se niegan a cumplir las órdenes del poder judicial brasileño. 

Es la rebelión de los estados. Me alegra que empiecen estos movimientos de insumisión de los poderes judiciales establecidos respecto a los niños bonitos de las tecnológicas -sean norteamericanos o rusos- que pretenden que ellos y sus negocios están por encima de las leyes nacionales. Si esta batalla se ganara, sobrarían iniciativas torpes como la planteada por el fiscal delegado de ciberdelincuencia  -que pasaría por una enésima e ineficiente reforma del Código Penal o por la mandanga de acabar con el anonimato o pseudoanonimato-. Basta con que las órdenes judiciales se cumplan, como hacen el resto de las empresas de las naciones, para que todo eso que se propone resulte innecesario.

Saben que las redes se esconden de su responsabilidad respecto a los contenidos afirmando que no son medios de comunicación sino una especie de empresas de telecomunicaciones. Estoy simplificando, pero su postura es que no son un diario que responda de sus contenidos sino como una empresa de telefonía que pone los medios para que los usuarios se comuniquen sin conocer ni intervenir en lo que hacen. Incluso si asumimos que las redes son simplemente eso, hay que recordar que todos, todos, todos los operadores de telefonía y telecomunicaciones europeos cumplen escrupulosamente las órdenes de intervención dictadas por los tribunales y también las solicitudes de datos y localizaciones para detener criminales. Por tanto ¿por qué podrían sustraerse a esas órdenes Telegram o X o cualquier otra? No es una cuestión de libertad de expresión. Para nada. Si cierran una compañía de móviles puedes usar otra y tu libertad sigue intacta. Lo mismo sucede en este caso. La cuestión es si es posible asumir que haya multimillonarios tecnológicos por encima del poder de los estados. De eso va esta lucha y yo la aplaudo. 

Por muchos millones de usuarios que tenga, Telegram es una empresa y debe cumplir las leyes como el resto de millones de empresas de este mundo. Lo cierto es que Telegram por sus características -pueden hacerse cuentas sin dar el número de móvil, pueden crearse grupos de hasta 200.000 personas, facilidad para crear bots- es preferida por muchas organizaciones criminales; también por muchos usuarios que de forma sentimental creen que se trata de una red alternativa, no imperialista, una parte del Fediverso. 

En realidad ni unos ni otros pueden preferirla por ser más segura ni más hermética porque lo cierto es que no lo es. La realidad es que mientras que Whatsapp o Signal son mensajerias encriptadas de extremo a extremo -las conversaciones se encriptan en el mismo teléfono del usuario y viajan así hasta desencriptarse en el móvil del receptor-, Telegram no lo es. Telegram encripta y desencripta en sus propios servidores lo que quiere decir que los mensajes, en algún momento, están en su poder en abierto. De ahí la idea de que existe una llamémosla “llave” que Dúrov tiene y que permite acceder a esos mensajes. En todo este tejemaneje un juez le llegó a pedir que entregara esa llave y el ruso le remitió una enorme llave de hierro en un sobre. Encima con choteo.

Si los estados dejan que las grandes tecnológicas se sustraigan a las leyes desaparecerán: el poder estará en manos de sus dueños, esos admirados multimillonarios, que impondrán sus leyes sin ningún refrendo democrático. Los estados democráticos deben rebelarse contra esta posibilidad para defender, ahí sí, nuestras libertades. Obviamente los Musk y los Dúrov de la vida se llenan la boca vendiéndonos que la verdadera libertad nos la ofrecen ellos. Yo sigo prefiriendo parlamentos de electos que legislen y jueces que apliquen las leyes a todos, empresas incluidas. 

En esa pugna reside nuestro futuro. 

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