Hace unos días un conocido me dijo, “Qué radical estás. Yo sigo donde siempre, sigo leyendo El País”, y se quedó tan pancho. Su respuesta me dejó perplejo, de entrada me pareció que él tenía razón. Pero eso me hacía sentirme un poco loco porque, siendo cierto que él no se había movido del sitio, leía y se guiaba por el mismo periódico por el que se venía guiando desde hacía décadas, y sin embargo a mí su visión de la realidad española me parecía totalmente reaccionaria y antidemocrática.
No tuve más remedio que concluir que yo no estaba loco, que esa persona sí se había movido del sitio, era cierto que seguía a bordo del mismo barco pero ese barco y él con el barco habían tomado otro rumbo. Es decir, que quien vivía una realidad alienada era esa persona y no yo. Pero eso ya lo conté aquí hace un par de años y, por si tuviera dudas, me bastaba leer en la portada de ese diario, tras la manifestación de ciudadanos catalanes en Bruselas, tan masiva y meritoria como pacífica, el siguiente titular: “Los separatistas pasean su odio a España por las calles de Bruselas”.
El núcleo central del progresismo español se resume en cómo se concibe esa persona que se sentía confortablemente en su lugar de siempre. Ese lugar mental e ideológico es el de los pactos y consensos bajo la Constitución vigente. Yo podía haberla votado pero no la voté, con la organización en la que estaba, aprecié lo que había de mejorías democráticas y que abría puertas a una vida distinta pero también veía sus limitaciones y que estaba cerrada con un candado y que la llave del candado se le negaba explícitamente a la ciudadanía, al electorado. Venía cocinada en una cocina que no era nuestra, era de nuestros amos, y la receta también era suya.
Un lector atento del periódico que pasaba por ser el único progresista, había mucha gente que pensaba que era incluso “de izquierdas”, habría ido viendo que cuando plumas como Herman Tertsch o Arcadi Espada escribían ahí no podía ser muy de izquierdas o esa cosa que llamamos “progresista”, incluso podría haber reparado en que desaparecían muchas voces que precisamente marcaban la diferencia con las demás cabeceras de la corte. No hacía falta llegar a tener que leer que “los separatistas pasearon su odio a España”, no hacía falta tener que volver a leer el lenguaje del puro franquismo escrito por una nueva generación de plumas del búnker renovado.
Pero no hay duda de que ese conocido seguirá leyendo y guiándose por opiniones, que no informaciones, así pues responde a un proceso histórico profundo, como se reconfiguró el dominio de los mismos amos y de la misma ideología, aunque revisada para poder entrar en Europa. Resumiendo, la Transición y la democracia española cuando fue desafiada democráticamente, y esto solo lo hizo la sociedad catalana, se desnudó como lo que es, la continuidad del franquismo.
Del mismo modo que el antifranquismo era minoritario ahora es minoritaria la disidencia a la política e ideología del estado. La misma falta de cultura democrática de entonces explica que a tanta gente les resulte estupendo y a otra tanta tolerable multar, esposar, encarcelar a políticos democráticos.
Debo reconocer que me encuentro en una vuelta del camino de la vida que no esperaba. Veía lo que estaba ocurriendo, el desnudamiento del franquismo que permanecía en las instituciones del estado, en la sociedad, envuelto en velos institucionales, pero no tenía previsto de qué modos acabaría afectando a uno en su vida personal, en cómo se sentiría y se vería.
Pues me veo de vuelta a una situación parecida a la de mi juventud, situado casi en la clandestinidad, expulsado de la realidad oficial instituida y teniendo que aceptar que personas, figuras que había aceptado, sin que lo mereciesen, como figuras “progresistas”, democráticas, etc. no me merezcan respeto y que debo hacer todo lo posible por evitar su trato y reconocerlas. Todo lo que sabía cuando murió Franco y que intenté olvidar era cierto, todo este tinglado era una puñetera farsa.
Es lógico que gobierne España Mariano Rajoy, a pesar de estar comprobado y ser público que recibió dinero negro y que mintió, etc., el presidente de un partido que es una gran trama corruptora, que recortó libertades, se apropió de una Constitución que había combatido, y vació la caja del estado. Es lógico porque tiene a los poderes económicos y del estado detrás, como los tienen exactamente igual el PSOE y Ciudadanos, quienes sostienen este gobierno. Es lógico que los franquistas del 155 crean ser “la gente normal”. Tienen razón, reconozcamos otros nuestra anormalidad.