Hasta hace bien poco, no había día en que uno abriese un periódico y no se encontrase una noticia que parecía siempre la misma, por comenzar siempre con el mismo titular: “Investigadores españoles descubren…” Tras los puntos suspensivos caben todos los proyectos de investigación que en los últimos años nos han hecho creer que habíamos dejado de ser un país atrasado en el terreno científico: la lucha contra el cáncer, el corazón, bioquímica, nuevos medicamentos, enfermedades raras, cultivos, cambio climático, el universo, nanotecnología…
Hoy el espacio de esas noticias está siendo desplazado por otro tipo de informaciones, que también comienzan siempre por una misma frase: “Los recortes presupuestarios ponen en riesgo la investigación sobre…” Y tras los puntos suspensivos, podemos anotar los muchos proyectos que hoy están amenazados, paralizados o directamente evaporados, debido a la falta de recursos. En ocasiones, además, son los mismos que antes recibían titulares esperanzadores como los del primer párrafo.
Es difícil hablar de la precarización o el empobrecimiento de la ciencia, porque en España ese ha sido siempre el estado natural de tantos investigadores: precarios y pobres. Pero sí hubo unos años en que parecía que nos tomábamos en serio la inversión en ciencia, y nuestros investigadores eran un poco menos precarios y menos pobres. Fue bonito mientras duró: hoy, tras varios años de asfixia presupuestaria, el nivel de precariedad y pobreza que está alcanzando la comunidad científica equivale a un salto atrás de varias décadas.
Muchos resisten, trabajando sin cobrar durante meses, peleando por conseguir unos pocos euros más, investigando en condiciones lamentables con tal de no perder todo el trabajo ya hecho, o pidiendo ayuda a la desesperada. Otros tiran la toalla, se marchan a otros países (lo llamamos fuga de cerebros, pero es una expulsión), se buscan otro trabajo (porque investigar es también una actividad laboral, aunque se nos olvide).
Podría darles cifras de proyectos paralizados, investigadores emigrados, reducciones presupuestarias, pero lo entenderán mejor con un chiste ya popular: están en un bar un científico español, un alemán y un inglés, y dice el español: “¿qué van a tomar los señores?”.
¿Somos conscientes los ciudadanos de la poca gracia que tiene este chiste? ¿Nos enteramos del daño que supondrá para el futuro tener una ciencia más precaria y más pobre? Me temo que no. Mientras que los recortes en sanidad o educación tienen consecuencias inmediatas y que sufrimos directamente, el desmantelamiento de la ciencia no nos duele en carne propia. Sí, en las encuestas decimos que es importante el I+D, y nos ponemos chapas en defensa de la ciencia, pero a la hora de la verdad dejamos a los científicos a solas con su ciencia, para que la defiendan ellos.
Cada vez más investigadores deciden salir del laboratorio a la calle: a manifestarse, a hacerse oír, a buscar nuestra solidaridad. Otro día hablamos de la toma de conciencia de un colectivo tradicionalmente desclasado, y que hoy empieza a organizarse y movilizarse también como lo que son: trabajadores.
Por ahora, me cuentan amigos investigadores que hay ruido de batas en los laboratorios. Después de haber recogido 230.000 firmas en defensa de la Ciencia, se han unido en una plataforma, y para empezar saldrán a la calle el próximo 27 de septiembre, todos juntos: personal investigador, técnico y de gestión del CSIC, OPIs, universidades y spin-offs. En esa fecha es la “Noche de los investigadores”, y la comunidad científica no está para muchas celebraciones.
Pero por mucho que los investigadores tomen conciencia y luchen, ellos solos no pueden salvar la ciencia, como tampoco los médicos lograrían nada sin los usuarios, ni los profesores sin la comunidad escolar. En el caso de los investigadores, ¿quiénes son los usuarios, quién es la comunidad afectada? Nosotros. Todos. La ciencia es nuestra también. Y los chistes de investigadores se ríen también de nosotros.