El referéndum de ratificación de la iniciativa autonómica se celebró el 28 de febrero de hace 38 años, pero sus resultados no han dejado de gravitar sobre el sistema político andaluz desde entonces.
Javier Arenas es un testigo de excepción de lo que acabo de escribir. Individualmente ha sido, sin duda, la persona más damnificada por el resultado de aquél referéndum. Él lo vivió como dirigente de las juventudes de UCD en el momento de su celebración y fue testigo de cómo el terremoto que generó el referéndum arrasó al partido, deslegitimándolo como partido de gobierno de España y deslegitimándolo no por un motivo secundario, sino por su “parcialidad territorial”, lo que hacía imposible su recuperación.
El Gobierno presidido por Adolfo Suárez que había dirigido la definición de España como un Estado social y democrático de Derecho, tropezó en Andalucía con su proyecto de definición de España como un Estado políticamente descentralizado. Encontró una respuesta para el primer problema constituyente con el que tenía que enfrentarse la sociedad española tras la muerte del general Franco. Pero fracasó ante el segundo, la transición de un Estado unitario y centralista a otro políticamente descentralizado. Ese fracaso lo anuló como posible presidente del Gobierno y destruyó el partido que él había conseguido ensamblar para ganar las elecciones de 1977 y 1979.
Javier Arenas ha vivido también, ya no como dirigente de las juventudes del partido, sino como uno de los máximos dirigentes del PP, cómo el recuerdo del 28 F le ha impedido llegar a ser Presidente de la Junta de Andalucía en las dos ocasiones, 1996 y 2012, en que se daba por hecho que lo conseguiría.
En ambas ocasiones parecía prácticamente imposible que el PP no sustituyera al PSOE en la presidencia de la Junta de Andalucía. Tras las elecciones municipales de 1995, en las que el PP situó a sus ocho candidatos como alcaldes en las ocho capitales de provincia, y en una situación de casi descomposición interna del PSOE, la victoria del PP parecía imparable. En 2012, tras los resultados de las elecciones municipales de mayo de 2011, en las que el triunfo del PP había sido arrollador y tras las elecciones generales de noviembre, que dieron la Presidencia del Gobierno a Mariano Rajoy con 186 escaños, los resultados de las eleccciones andaluzas de marzo de 2012 se daban por descontados.
Y sin embargo, en ambas ocasiones el PSOE resistió, ganando por poco pero ganando las elecciones de 1996 y perdiendo, pero casi empatando con el PP, en las de 2012 y convirtiéndose, en todo caso, en el eje de una mayoría de izquierda que imposibilitaba que Javier Arenas pudiera ser investido presidente de la Junta de Andalucía. Nada de esto se explica sin el recuerdo del 28 F. No fue el PSOE el que ganó las elecciones. Quienes vivimos ambas campañas fuimos testigos del desorden de la campaña socialista y del ambiente de derrota que flotaba en el aire. Fueron los ciudadanos los que rescataron al PSOE y lo mantuvieron al frente de la Junta de Andalucía.
No hay dos sin tres, dice el refrán. Y esto le va a ocurrir a Javier Arenas. En las dos ocasiones anteriores estaba en la arena, en el centro de la plaza, en esta va a ver los toros desde la barrera, pero va a ver como en las próximas elecciones andaluzas, que son las primeras del próximo calendario electoral, el PP desaparece como partido de gobierno primero y como partido político a continuación.
Esto es lo que van indicando ya las encuestas y la cuesta abajo está solamente empezando. La desconfianza de los andaluces en las siglas a través de las cuales se ha expresado la derecha española en nuestra comunidad es muy superior a la que tienen los ciudadanos de las demás regiones españolas. Esa desconfianza recibió un impulso enorme en la campaña del referéndum del 28 F y tiene tendencia a reaparecer en todas las circunstancias críticas.
En esta ocasión, no va a ser una excepción. Andalucía es el peor sitio para el PP en unas elecciones de supervivencia. Su suerte está echada.