No puedo estar más de acuerdo con mi compañera Maruja Torres: cuanta más gente se muere, más ganas de vivir tengo. Soy un vitalista: no creo en la existencia de otra vida, así que esta hay que disfrutarla en todo lo maravilloso que pueda ofrecernos, y no es poco. Pero, como Maruja y tantos otros, siempre he inscrito mi epicureísmo en un compromiso con causas colectivas. Y tengo que reconocer que, en lo social, los tiempos actuales no son muy alegres. El avance, siempre tortuoso, hacia mayores cotas de libertad, igualdad y fraternidad ha sido sustituido por un regreso al Medievo, aunque, eso sí, altamente tecnológico.
Vuelve a regir obscenamente la ley del más fuerte. En nuestro mismísimo mar Mediterráneo. Israel, el matón económico, militar y tecnológico de Oriente Medio, hace lo que le sale de las narices en Gaza, Cisjordania, Líbano, Siria y hasta Irán. Lo vemos a diario en la tele y no pasa nada. ¿Crímenes de guerra? ¿Crímenes contra la humanidad? Pues sí, y a mucha honra. Que se meta donde le quepa la Corte Penal Internacional su orden de arresto de Netanyahu.
Israel ha matado a su progenitor, le ha dado la puntilla a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que en 1947 firmó su acta de nacimiento con la resolución 181. Se la suda que aquella misma resolución hablara de un Estado palestino y de un estatuto especial para Jerusalén. Jamás habrá Estado palestino, Jerusalén entera será israelí para siempre. En cuanto a los palestinos, que sigan huyendo de Tierra Santa y buscándose la vida donde puedan, como vienen haciendo desde 1948.
Israel ya no se toma ni la molestia de disimular. Declara ilegal a esa agencia de Naciones Unidas llamada UNRWA, y se queda tan pancho. Los palestinos no van a tener ni el cacho de pan que les ofrecía la ONU. ¿Genocidio? ¿Limpieza étnica? Si quieres llamarlo así, allá tú. Los amos consideran trasnochada toda esa palabrería sobre la que se fundó la escena internacional tras la derrota de los fascismos en la Segunda Guerra Mundial. Tan inútil como la palabrería de la Sociedad de Naciones cuando condenaba las guerras de Mussolini y Hitler.
No existen la verdad y la mentira en el siglo XXI, a ver si lo pillas de una vez. La verdad es lo que diga el más fuerte y todo lo demás son opiniones discutibles. En esa democracia menguante llamada Estados Unidos, y en sus países vasallos, la verdad es lo que diga Trump. Y en Oriente Próximo, lo que diga Netanyahu. ¿Europa? Desaparecida en combate.
A Trump y Netanyahu los han votado sus respectivos pueblos, ¿o no? Como en su día los alemanes votaron al Führer, que todo hay que decirlo. Y esto les da carta blanca para hacer lo que Dios les inspire. ¿Contrapoderes democráticos? Quia, antiguallas. Cuanto menos, mejor. Lo suyo es que los jueces del Supremo hagan lo que convenga a quienes les han puesto en sus magistraturas, y que los grandes medios de comunicación repitan como loros los argumentarios que les vamos remitiendo.
Y si no estás de acuerdo con el nuevo orden medieval de las cosas, igual es que eres un viejuno, en el mejor de los casos, o un peligroso perturbado, en el peor. ¿Acaso te tomas por Robin Hood luchando contra el sheriff de Nottingham? Ay, ay, ay, lo que tú estás necesitando es la atención de un loquero.
Las cosas, por cierto, tampoco están mejor en esa aldea gala llamada España. Por los pelillos de un kiwi ganaron el 23J de 2023 los que no querían ser gobernados por los émulos locales de Trump, pero, ya lo veis, se les está haciendo muy dura la legislatura. El que pueda hacer, que haga, ordenó don José María.
Pobres socialistas. Creían en la limpieza del juego político y ahora descubren que el árbitro es lo que es y permite a sus rivales hacer zancadillas y meter goles con la mano. Pobre izquierda a la izquierda del PSOE. Desmovilizaron a su ciudadanía pensando que desde el urinario de Twitter y unas cuantas poltronas en las instituciones se podían cambiar las cosas.
Se nos viene encima un largo invierno. Conviene ir pasando al modo resistencia. Como los demócratas franceses al ver desfilar a los nazis por el Arco del Triunfo. Hay que trabajar ya en lo próximo: fortalecer y ampliar los espacios de libertad.
Días antes de las presidenciales uruguayas del domingo, Pepe Mujica declaró: “Me dediqué a cambiar el mundo y no cambié un carajo”. Matizó de inmediato su desencantada confesión con una maravillosa apostilla: “Pero estuve entretenido”. Ítaca no te engañó, Pepe, Ítaca te regaló un hermoso viaje.
A falta de París, siempre nos quedará Uruguay. El pasado junio, Mujica, de 89 años, bailó feliz en un acto de campaña del Frente Amplio tras completar su tratamiento contra el cáncer de esófago. “Tengo todo el tiempo de bailar hasta que muera”, decía la letra de la canción. Y resulta que, el domingo, los suyos, los progresistas, ganaron las presidenciales uruguayas. Mientras hay vida hay esperanza. El tesoro es estar vivo.