Difícilmente se puede hacer peor. Quienes creyeron que todos los problemas del PSOE concluirían en el momento en el que desalojaran a Pedro Sánchez del aparato orgánico del partido cometieron un error propio de principiantes. No es el momento de volver a incidir en la manera chapucera en la que se diseñó y ejecutó una operación encaminada a hacer dimitir al secretario general y nombrar en su lugar a una Comisión Gestora encargada de “reconducir” una situación que curiosamente también habían contribuido a crear. El proceso ha encontrado bastantes más resistencias de las que pudieron siquiera imaginar quienes confiaron en las estructuras orgánicas para finiquitar el mandato de un secretario general que, más allá de haber cometido errores significativos, ni dispuso de autoridad suficiente, ni se le dotó del poder necesario para ejercer su función con garantías.
Han pasado ya tres semanas desde el nombramiento de la Comisión Gestora y nadie puede afirmar que este órgano haya podido hacerse con el control, ni siquiera a los solos efectos de encauzar las pretendidas discrepancias dentro del marco de discusión de los órganos de decisión del partido. Basta analizar el camino recorrido hasta la convocatoria del Comité Federal encargado de modificar la posición del PSOE en la investidura de Mariano Rajoy, así como su desarrollo y resultado, para constatar que la fractura del PSOE, lejos de estrecharse, está adquirido una dimensión estructural que solo puede ser abordada, en toda su dimensión, a partir de la convocatoria de un Congreso.
Será entonces el momento para redefinir el programa con el que un nuevo PSOE trate de dar respuesta a los problemas de la sociedad actual. El programa que se apruebe habrá de estar respaldado, obviamente, por un líder competente capaz de inspirar y recuperar la confianza de militantes y votantes. Pero hasta que ese momento llegue, todavía hay que atravesar algunas etapas de calado.
De hecho, un PSOE dividido y en clara decadencia se enfrenta ahora a una sesión de investidura en la que su abstención hará presidente a Mariano Rajoy. La actual dirección del partido sabe que esta decisión no sólo es contestada entre los miembros integrantes del Comité Federal que la aprobó (139 votos a favor y 96 en contra), sino también entre los votantes y, especialmente, los militantes.
En los últimos días la citada dirección ha podido advertir, además, las dificultades para administrar la forma en la que dicha abstención deberá materializarse el sábado en el Congreso de los Diputados. No en vano, tras el Comité Federal del domingo se ha abierto un nueva brecha en el PSOE que enfrenta a quienes consideran que la abstención debe ser la posición unánime de los diputados integrantes del grupo parlamentario (abstención grupal), con aquellos otros que consideran suficiente una abstención conformada únicamente por el mínimo de diputados que garantice la investidura (abstención técnica).
En este último grupo se sitúan a su vez los que están dispuestos a llevar su posición hasta las últimas consecuencias, como es el caso del PSC y otros más, y aquellos que se someterán finalmente a la disciplina de partido si la dirección del grupo no articula una fórmula que valide la libertad de voto.
Como puede advertirse sin mucho esfuerzo, el enfrentamiento de estos últimos días ni es una cuestión menor, ni la forma en la que se resuelva resultará neutra en escenarios futuros. Efectivamente, en este momento se trata de dilucidar quién, dentro del actual PSOE, asume el coste político que implica cambiar de posición para abstenerse y otorgar el gobierno al PP sin consultar a la militancia, tras hacer dimitir al secretario general y todo ello bajo una fuerte contestación interna.
El dilema no admite muchas opciones: o el coste lo asumen mancomunadamente quienes, de forma expresa o implícita, se han mostrado contrarios a que el PSOE siguiera vetando un Gobierno del PP presidido por Mariano Rajoy, o la consecuencia se asume de forma solidaria por todos. La forma en la que se resuelva esta discrepancia trasciende la propia sesión de investidura y determinará la posición de partida para el momento en el que el PSOE decida abrir la reflexión sobre su futuro. Para ello es urgente la convocatoria de un Congreso ya sea como resultado de la presión que ejerza un número determinado de militantes o bien por iniciativa de la misma Comisión Gestora.
Dice un proverbio chino que “siempre que alguien señala la luna, hay algún necio que centra la mirada en el dedo”. Pensemos si algo de esto podría estar ocurriendo, quizás, en la crisis que actualmente destroza al PSOE.