La noche del domingo pasó por la cabeza de más de uno, pero solo el alcalde socialista de Valladolid, Óscar Puente, se atrevió a verbalizarlo: que el PSOE se abstenga para evitar que Vox entre en el gobierno de Castilla y León. Desde la calle Ferraz se apresuraron a adelantar el NO.
Puente lo tiene claro: “Hay que intentarlo y que sea el PP quien se eche en brazos de la ultraderecha, pero no darle ni una excusa para que lo haga. Esta dinámica de tensión y polarización no nos lleva a ninguna parte ni debemos estirarla hasta el infinito. El PSOE nunca ha sido como el PP en lo que respecta a su acreditada responsabilidad de Estado. Tenemos la obligación de dejar de alimentar este clima de crispación. Hay que abrir de una vez por todas en serio el debate sobre cómo frenar la presencia de la ultraderecha en las instituciones. De lo contrario, este país camina hacia una quiebra profunda de la convivencia. Hay que intentarlo en serio y cerrar un acuerdo de investidura que incluya un acuerdo presupuestario para gestionar los fondos europeos. Es la única forma de que este país no se rompa por las costuras”.
En conversación con elDiario.es, el alcalde de Valladolid no defiende nada más que el cordón sanitario que en ocasiones ha pedido su partido para la formación ultra y lleva vigente desde hace años en otros países europeos. En Francia, ya en las presidenciales de 2002, hubo un sector de la extrema izquierda que pidió el voto para Jacques Chirac con el único objetivo de derrotar en la segunda vuelta a Jean-Marie Le Pen, candidato del Frente Nacional. En Alemania, donde la extremista Alternativa por Alemania (AfD) es desde hace años el primer partido de la oposición, la ex canciller Angela Merkel rehusó pactar con los ultras y de ahí nació la gran coalición. “Con la ultraderecha, ni se pacta ni se toma café”, era su lema. “La libertad de expresión tiene sus límites: esos límites comienzan cuando se propaga el odio, empiezan cuando la dignidad de otra persona es violada. Esta cámara debe oponerse al discurso extremista. De lo contrario, nuestra sociedad no volverá a ser la sociedad libre que es”, fueron sus palabras más aplaudidas por toda la socialdemocracia europea.
En Suecia, hasta seis partidos tradicionales de izquierdas y derechas alcanzaron hace años un acuerdo en el que se comprometían a no votar contra el presupuesto que presentase el Gobierno. La dinámica, claro, no está exenta de riesgos, por ejemplo que una parte de la sociedad entienda que la única oposición es la que representa la extrema derecha que, pese a sus posiciones xenófobas, misóginas, racistas, ultranacionalistas y antiestado, ha logrado presentarse como adalid de la rebeldía, la indignación y un falso sentido común.
Castilla y León se ha convertido en laboratorio de pruebas de lo que puede pasar en unas elecciones generales: que los de Abascal sigan creciendo y se conviertan en imprescindibles para la formación de gobierno. Con el PSOE estancado; Unidas Podemos en claro retroceso y con Yolanda Díaz, que de momento convence pero no vence -su alta valoración no se traduce hasta ahora en decidido apoyo electoral-, la izquierda puede tener en 2023 serias dificultades para sumar una mayoría holgada, incluso con el respaldo de nacionalistas vascos y catalanes. El bloque haría mal en no leer correctamente los resultados del 13F y quedarse en la autosatisfacción del mal menor.
En efecto, como dice Puente, el único que podría librar a Alfonso Fernández Mañueco del abrazo de Vox es el PSOE porque suma escaños suficientes para hacer irrelevantes a los de Abascal. Y si la decisión tuviera una dosis de recuerdo del trauma socialista que supuso en 2016 la abstención del PSOE a la investidura de Rajoy, en el relato habría que incluir que entonces el PP tenía una mayoría alternativa que no exploró y que se demostró, después, con la aprobación de sus presupuestos. Esta vez no la hay. O se abstiene el PSOE o Vox entrará por primera vez en un gobierno. Y las consecuencias ya las conocemos.
Lo que está en juego es mucho más que una estrategia partidista, el futuro de unas siglas o un liderazgo interno. Es el momento de demostrar altura de miras y si es posible otra forma de hacer política. De lo contrario, Abascal y su discurso del odio y contra las minorías llegarán, de la mano de Casado, a la vicepresidencia del Gobierno. No hablamos de otra cosa. Y si el PSOE moviera ficha, tendría que retratarse el PP.