Los reyes como arma arrojadiza

5 de diciembre de 2023 22:39 h

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Hace unas semanas salió publicado un libro de Jaime Peñafiel, por cuya lectura pediré a mi jefe un plus de penosidad, en el que se cuentan cotilleos sobre la reina Letizia, la gran mayoría ya sabidos y contados. La novedad reside en que habla su excuñado. El susodicho ha utilizado ahora sus redes sociales para verter datos que socavan la dignidad e intimidad de ella, yendo mucho más allá de lo que hace el libro, y luego los ha borrado. Antes de publicar, le hubiera recomendado asegurarse al menos de que no se contradecía a sí mismo con las fechas y acontecimientos que él mismo contaba. Luego ha dado el paso a la política, la parte que parece que le interesaba de veras: después de atacarle a ella por lo personal, ha atizado a Felipe VI por dejar gobernar a Sánchez. Es un clásico machista: a cada género, la esfera que le corresponde. El hecho ha conseguido aglutinar y subir los decibelios en la campaña de la ultraderecha contra la monarquía que empezó el 3 de octubre.

Desde que el rey Felipe VI encomendó al socialista Pedro Sánchez la formación de gobierno, después de hacer lo propio con Feijóo basado en la “costumbre” de llamar primero al candidato que tiene más votos –si alguien se atreve a cambiar el artículo 99 de la Constitución para dejar claro el procedimiento le hacen un favor a la monarquía y los monárquicos–, el rey está recogiendo insultos en foros ultra, en las manifestaciones violentas en las puertas de Ferraz y en redes sociales como X –o el vertedero en el que se ha convertido, donde vale igual un insulto que un argumento–. “Felpudo VI” es lo más fino que han dicho estos grupos, entre los que se han visto banderas carlistas. 

Aquellos que piden la insumisión a la ley si la ley permite que gobierne el PSOE con el apoyo de Puigdemont, instando al monarca a que también se rebele, son paradójicamente quienes protestan por el hecho de que no se cumpla la ley. Aquellos que dicen defender la Constitución son, precisamente, quienes lo quieren quemar todo, hasta la conservadora corona, cuando la Constitución permite lo que no es de su agrado. En este imaginario de la ultraderecha antisistema, Letizia Ortiz es Yoko Ono y “roja”, Felipe es un “felpudo” y un “masón” y Pedro Sánchez es un “traidor”. 

Antes del 3 de octubre, todas esas cuentas que jalean y que son alentadoras de las barricadas de Ferraz y contra la legitimidad del Gobierno, esperaban encontrar en el rey un Borbón de los de antes, de los que ponían y quitaban a los gobiernos. Algunos incluso han expresado su anhelo por el retorno del rey emérito, que si no ha acabado condenado a la cárcel ha sido por una interpretación estricta de su inviolabilidad y la prescripción de algunos delitos.

El despertar amargo para los más ultra ha sido que el monarca hiciera lo que dice la Constitución que debe hacer, piense él lo que piense personalmente. Esos que se quejan y tuitean burradas pueden hacerlo, precisamente, porque hay una Constitución, un estado de derecho y una democracia que lo hace posible. “Nuestra obligación, la obligación de todas las instituciones, es legar a los españoles más jóvenes una España sólida y unida, sin divisiones ni enfrentamientos”, dijo el monarca en la apertura solemne de las Cortes. Hay un grupo que va sin frenos y en dirección contraria mientras la mayoría asiste, atónita, a los intentos desaforados desde todos los puntos posibles por desgastar la democracia.