La ruina de 'La Psoe'

“La verdad cambia hasta tal punto para nosotros que a los demás les cuesta mucho reconocerse en ella”

Marcel Proust. La prisionera

Cuando en la profunda oscuridad institucional de la Junta se gestaba la corrupción de los ERE, yo hacía periodismo en Andalucía. Cosas de ser una mujer con historia. Por eso no tengo que hacer ningún ejercicio de imaginación para evocar cómo era aquel régimen. Era un régimen. Conocí a muchos de los hoy condenados campando como seres legendarios e intocables por todos los rincones de la autonomía. Un sistema que resultaba asfixiante, hasta si compartías simpatías ideológicas, porque todo lo que es estructuralmente inatacable acaba por resultar insoportable. Eran los años de Chaves y Mandatela, que así llamaban los andaluces en sorna a Magdalena Álvarez y del poderoso y grimoso Zarrías, al que poca gente hubiera osado contradecir.

Hay pueblos que escapan de sus destinos por el drama y la tragedia, los rusos parecen uno de ellos, mientras que otros han encontrado como válvula de escape la sorna, la ironía y una suerte de estoicismo que les permite sobrevivir. Los andaluces pertenecen a esta segunda especie, en mi opinión, y por eso durante años se refirieron al PSOE-A, como La Psoe. Estaban, ya saben, La Santana, La Abengoa, La Puleva... y La Psoe, que no había artículo que diera más fuerza a la idea de que el partido se había convertido en una de las grandes empresas de Andalucía, por su capacidad de empleo.

Así que allí estaba el régimen de La Psoe cuya faceta, por así decir empresarial, constituía el mecanismo de fondo de un vivero de votos cautivos que no querían, por nada del mundo, que cambiara el panorama, por si ese cambio los dejaba en la rúa. Clientelismo. Voto cautivo. Ese es el caldo de cultivo de la corrupción condenada ahora en la Audiencia de Sevilla. Un caldo espeso que era muy perceptible desde la sociedad andaluza pero que no se parecía en nada a las estructuras del resto del Partido Socialista en otras comunidades, y eso que en aquella época gobernaba casi todas.

Todo eso ya lo saben. Lo importante es señalar por qué fue posible que se produjera esta corrupción institucional. Dice la sentencia que ante una “necesidad política”, que podemos traducir por interés partidista, para mantener “la paz social” — la excusa en forma de fin loable para justificar los medios— se decidió “crear un sistema ágil”, lean sin cortapisas legales, y que “tal agilidad se consiguió eliminando los mecanismos de control legalmente establecidos”. En resumen, dos de los principales problemas que acechan a la pureza de las democracias: la asunción por parte de los representantes políticos de que el fin justifica los medios, sobre todo su fin de mantener el poder, y el derribo de controles que desequilibra el entramado de pesos y contrapesos sobre el que se erige el sistema democrático.

Lo de La Psoe fue pues muy grave. Gravísimo. Y muy difícil de denunciar cuando estaba sucediendo. No sólo por el sopicaldo andaluz de la época que hacía complicado hasta saberlo, que también, sino porque tales cuestiones siempre residen en sutiles alteraciones legales, prolijas cuestiones de derecho administrativo, cosas aburridas que son difíciles de explicar y que siempre perecen en el fárrago de lo grueso.

Así es como poco a poco se pervierten los sistemas de control. No hay que cesar de repetirse que, en democracia, la forma es el fondo. Cualquier leve alteración de las formas, inocente en apariencia, difícil de explicar a la ciudadanía, contiene una corrupción de fondo. Las formas en democracia están diseñadas como dique de contención. Por eso la regeneración que tantos proponen no significa ni más ni menos esfuerzo que volver a recuperar las formas tras el manoseo partidista al que han sido sometidas durante décadas por los dos principales partidos. Esa es la verdadera regeneración y, no crean, la más difícil.

La otra lección que nos deja la condena de toda una forma de entender la política de los socialistas andaluces es tan simple como contundente. La hegemonía, la homogeneidad, la acumulación de poder durante tanto tiempo, acaba desembocando en abusos. Lo hemos visto en muchos partidos y en muchos territorios. Así que el nuevo mandato de los ciudadanos, plural y heterogéneo, no es tanto un sin dios ingobernable, como quieren hacernos ver los de siempre, sino una apuesta por el incremento de control incluso interno del ejercicio del poder. Es obvio que estas prácticas clientelistas, como las prácticas corruptas de contratación del Partido Popular en sus feudos, son mucho más difíciles de diseñar, de llevar a cabo y de esconder cuando son varios los partidos que forman parte de un gobierno. Delinquir en cuadrilla es más difícil cuando las cuadrillas son de diferente cuadra. A lo mejor los gobiernos frankenstein no son tales sino que son gobiernos Argos, con muchos ojos, que miran de reojo al compañero por si se desmanda.

Dejo para el final la torpe ofensiva de los contrarios a un gobierno progresista exigiéndole responsabilidad a Pedro Sánchez por las fechorías de La Psoe. Es un sarcasmo que te pidan que asumas los actos de los que te mataron. César asumiendo las culpas de Bruto o algo así. “La única autoridad del PSOE soy yo”, la frase de Verónica Pérez, secretaria general del PSOE de Sevilla, aún sobre la sangre caliente de Sánchez, resumía perfectamente el tono, el fondo, las formas de este viejo socialismo andaluz que ayer recibió la última estocada.

A lo mejor la dura sentencia, que aún será retocada por el Tribunal Supremo, le permite al Fénix Sánchez incluso liberarse moralmente de esa losa pesada de los socialistas de esa generación de baronías y superioridad. Esos que ahora son tan proclives a dejarse utilizar por la derecha para apuntalar sus miedos y apuntillar un futuro gobierno de izquierdas. La Psoe ha cerrado definitivamente sus puertas y también el socialismo tiene mucho que ganar con ello.