“Equo no credite, Teucri / Quidquid id est, timeo Danaos et dona ferentes” (No confiéis en el caballo, troyanos / Sea lo que sea, temo a los danaos, aun portando regalos“
Virgilio, La Eneida
Si no puedes vencer algo, desvirtúalo, deshazlo, transfórmalo en algo cuya esencia no hayas de temer. Ridiculízalo. Aprópiatelo. El primer principio de la manipulación pasa por el vaciado de los conceptos. No hay una idea que rebatir si la desnaturalizas, las transformas, la dejas ayuna de sentido. No hay posibilidad de debate racional si despojas a las ideas de su esencia.
Me invade la indignación, puedo escribir incluso la ira, porque las mujeres también podemos dejarnos arrebatar por esta fuerza, y estuve a punto de reprimirlo porque así nos han enseñado a hacerlo. Me enciendo cuando veo con qué fútil ejercicio de inanidad intelectual y de mezquindad política intentan utilizar una reivindicación justa y una lucha que nos hemos transmitido de generación en generación hasta llegar al punto decisivo en el que nos hallamos. Y, al final, alguien tendrá que estallar y decirlo, porque no vamos a dejar que metan las manos en nuestras convicciones y en nuestros ideales y que los amansen y los domestiquen hasta convertirlos en algo que no sólo no amenace a su poder sino que les ayude a consolidarlo.
No, todo igualitarismo no es feminismo. No, el feminismo no es una definición neutra y fácil de un diccionario de la lengua. No. Feminismo no es simplemente buscar la igualdad entre hombres y mujeres, sino también la forma de hacerlo. El feminismo no son carnés que nadie reparte, sino ideas, conceptos y una revolución por realizar. Una revolución que busca destruir las estructuras injustas para implantar una sociedad igualitaria en la que ya no sea preciso reivindicar cada cosa injusta ni alcanzar paso a paso cada meta necesaria. El feminismo no sólo no está acabado sino que ha llegado a un punto de no retorno.
Según el Foro Económico Mundial, al ritmo actual, la igualdad efectiva tardaría al menos un siglo más en llegar. Y creo que son generosos. La cuestión es que incluso las que ya somos mayores en esto hemos comprobado que las nuevas generaciones no están dispuestas a esperar tanto. Muchas mujeres tienen claro que éste es el momento de empujar con fuerza los techos, las barreras, las tapias y los andamios de la desigualdad. Y lo sienten de verdad, no como todos los gurús que repetían hace dos décadas “el siglo XXI será de las mujeres o no será” para hablar bonito. Ahora hay generaciones enteras que están dispuestas a convertir en realidad lo que para muchos fue un eslogan. Esas generaciones que en las marchas inmensas se dan las manos y se traspasan la fuerza y el hartazgo de abuelas a nietas, de madres a hijas, de compañeras a compañeras.
La estrategia del caballo de Troya es muy antigua y, por tanto, ha perdido la mayor parte de su efectividad que pasaba por el efecto sorpresa. Ahora ya es fácil detectar el regalo envenenado, el desembarco de los oponentes en casa, los ardides para meterse hasta dentro y dinamitarte sin dar siquiera batalla.
Claro que los movimientos sociales deben ser lo más transversales posibles y claro que deben ser inclusivos y abiertos a todo aquel que quiera nutrirlos para hacerlos potentes y fructíferos; incluso con divergencias de pensamiento o desencuentros en la forma de acción. Todo ello los fortalece y dinamiza pero nadie obliga a un movimiento reivindicativo y de lucha a abrirse a aquellos que quieren destruirlo.
El feminismo es plural, diverso, a veces hasta caótico pero el feminismo es. Es un concepto, comparte unas premisas básicas y conforma a su manera una ideología en el sentido lato de conjunto de ideas que caracterizan a un movimiento. Obviamente todo aquello que es contrario a tales ideas o convierte en inalcanzable los objetivos no es feminismo. Aquí nadie toma o deja a nadie, nadie admite o echa, pero tampoco nadie va a impedir que nos reconozcamos todas aquellas -y algunos aquellos- que compartimos tales ideales y que peleamos por conseguir la misma sociedad que antes de igualitaria debe ser, sin duda,equitativa.
El feminismo tiene matices, escuelas, denominaciones pero no tiene adjetivos. No hay un feminismo dócil ni un feminismo de consumo ni un feminismo dulce ni un feminismo cómodo ni mucho menos un feminismo a la medida de las urnas de nadie. Tampoco las feministas representamos a nadie ni luchamos por esta mujer ni por aquella otra. Esto es algo que supera la individualidad. Ni siquiera damos la batalla por conseguir cosas para cada una de nosotras ni para nuestra generación ni para nuestro grupo o ideología.
Evidentemente no luchamos contra los hombres. Así que, sí, en el feminismo caben todos y todas las que compartan una lucha que no puede ser cómoda ni domesticada porque es una lucha contra el poder establecido y, por tanto, que va a encontrar y encontrará resistencias y trampas, avances y retrocesos.
No hay revolución igualitaria en la que no haya perjudicados, porque no hay avance social para salvar injusticias que se salde sin perjudicados, dado que para equiparar las posiciones aquellos que están en la de privilegio deben perderla. No hubo revolución ciudadana sin que la aristocracia perdiera, ni el racismo se combatió sin que los dueños de las plantaciones perdieran o los blancos dejaran de tener los inadmisibles privilegios que se habían otorgado.
También la revolución de la igualdad hará que algunos hombres pierdan algunos privilegios. Muchos se han dado cuenta ya de que son privilegios que no les ennoblecen, que no necesitan y que también les amarran a un juego de roles que puede ser muy cruel. Otros no sólo no lo han hecho, sino que se revuelven y se niegan a aceptarlo. Sin ellos no encuentran su papel en un mundo que no entienden. Constituyen un grupo minoritario pero ruidoso y un banco de votos que se busca sin escrúpulos. Si consentimos que se pierdan principios en una mezquina y cegata lucha por captarlos, estaremos dando pasos atrás que, al menos las feministas, no estamos dispuestas a asumir.
El feminismo, como todos los movimientos contra el poder, nunca ha sido unánimemente asumido ni siquiera por la parte de población a la que defiende. Hace apenas diez o quince años eran aún muy pocas las mujeres capaces de ponerse con orgullo la etiqueta. Hoy, afortunadamente, son muchas más y esperamos con los brazos abiertos a todas y todos aquellos que quieran sumarse para hacer una sociedad más justa. Pero exigimos lo que es nuestro y sabemos qué es lo que nos es debido. No obligamos a nadie a compartirlo, pero tampoco vamos a dejar a nadie que nos lo arrebate.
Podréis quizá engatusar a quiénes no son feministas pero no a los que lo son de verdad. El feminismo no es un gatito de peluche que colocar sobre el atril en un mitin. El feminismo, si es preciso, está erizado de garras y puede volverse contra los impostores. También en las urnas.