Anda agitada estos días la izquierda, o lo que quede de ella. Pedro Sánchez, el nuevo paladín socialista, se ha embarcado en una gira de humanización por todas las televisiones. Reparte sonrisas y estopa por igual a la propaganda del PP y al mítico populismo de Podemos. Su equidistancia de manual resulta hasta tierna. Todos son malos menos él, que solo se guía por el bien de España y el interés general.
Las razones de los estrategas socialistas para disparar a discreción contra Podemos con la misma munición de grueso calibre empleada por el TDT party se antojan un misterio, solo al alcance de Iker Jiménez o Sor Lucia Caram. No queda muy claro qué les importa más, si vencer a Rajoy o ganar con claridad la carrera de la oposición, aunque eso signifique quedar el segundo.
Pablo Iglesias no ha sabido resistirse a la tentación de una buena pelea. Acaso inspirado por la llamada de Sánchez a Sálvame, le ha retado a un debate político de altura en televisión, que es donde se hacen estas cosas cuando uno quiere hacerlas bien y en serio. Cuando se progresa llamando casta a todos y a tantos con tanta razón, uno debería estar algo más preparado para que “populista” empiece siendo lo más suave que te llamen.
Si yo fuera de Podemos no habría efectuado esa llamada telefónica. Estaría encantado de que Sánchez tratara de meter miedo a los niños acusándome todos los días de querer convertir España en otra Venezuela y haber asesinado al unicornio azul que se le había perdido a Silvio Rodríguez. No se puede decir más claro a los votantes socialistas descontentos qué tienen que hacer para dar donde duele.
Pedro Sánchez ya se ha negado a un debate donde tiene mucho que perder y nada que ganar. Pablo Iglesias puede seguir reclamándoselo cada vez que le acusen de populista, de chavista o de malabarista y debatir sobre el debate en vez de sobre otras cosas. Mariano Rajoy debe andar encantado al ver cómo le hacen el trabajo y le ahorran enfangarse en la engorrosa política local, ahora que se aburre de decirnos a diario que nos va a bajar los impuestos. Se ha marcado un tanto de sensatez dejando caer a Gallardón con su santa cruzada pronasciturus y se le ve muy atareado en equilibrar el mundo con Obama o arreglar el parón de la Eurozona con Ángela Merkel. Todos contentos.
Aunque la cuestión más inquietante continúa siendo qué podría sacar en claro de un debate entre Sánchez e Iglesias un votante que busque una alternativa a los populares a día de hoy; aparte de resolver la capital cuestión de quién es la verdadera izquierda, por supuesto. Una duda que hace tiempo nos atormenta y no nos deja vivir en paz.