Los políticos de las democracias occidentales han descubierto que mentir aunque haya fuentes oficiales, pruebas físicas o extensa documentación es un riesgo que puede merecer la pena en un mundo de información infinita y fragmentada en el que es fácil explotar la ignorancia, la dejadez, el sectarismo o la decepción con los medios.
Entre la perplejidad, la impotencia y la indignación, periodistas -o parte de los periodistas- en Estados Unidos, Reino Unido, Italia, Francia y ahora España intentamos preservar lo más valioso para nuestro oficio, los hechos o, al menos, su búsqueda incansable dentro de los márgenes del imperfecto y apremiado periodismo.
Después de casi un lustro de debate y ayuda a ratos de las redes y los buscadores que alimentan el odio, los insultos y los rumores, lo que tal vez está más claro es que no hay receta mágica para combatir la difusión de falsedades que a menudo animan a la persecución de grupos de personas, árbitros e instituciones no partidistas y voces críticas. Pero también que las voces retrógradas y extremas siguen necesitando en parte a los medios y a los periodistas, que nuestras decisiones a la hora de enchufar una cámara o un micrófono sin filtro o dar espacio a declaraciones estridentes en un titular o en un tuit tienen consecuencias importantes.
En el caso de Estados Unidos, los dilemas son mucho más complicados porque el productor de mentiras es el presidente -13.435 mentiras o falsedades desde que tomó posesión en enero de 2017 hasta este octubre, según el contador del Washington Post-. No cubrir al presidente incluso aunque sus palabras sean absurdas o irrelevantes no es una opción en la mayoría de los casos. El caso de Trump no es equivalente al de Vox, que pese a su ascenso por la repetición de elecciones generales sigue siendo un partido con una cincuentena de escaños y sin posibilidad, al menos por ahora, de gobernar el país.
Las posibles opciones para tratar con la desinformación que produce Trump son interesantes porque se trata de un caso extremo: el presidente de un país muy poderoso, ilustrado y rico que es capaz de lanzar 22 mentiras al día (de media) y repetirlas sin parar aunque exista una foto o una transcripción de su gobierno que desmienta lo que está diciendo.
El lingüista George Lakoff propone algo que ya están practicando algunos medios: hacer un “sándwich de la verdad” para informar sobre una falsedad difundida por un político. Es decir, el arranque debe ser señalar que se trata de una mentira, a continuación se recoge la afirmación en cuestión y después se dan más detalles de la realidad. Así, la literalidad de una falsedad de Trump debe estar rodeada por el contexto y las explicaciones de cuáles son los hechos. Esto es más difícil de conseguir cuando se trata de un titular, una alerta en el móvil o unas declaraciones en directo, pero los periodistas debemos estar permanentemente alerta para ponerlo en práctica.
Uno de los errores más comunes es asumir el lenguaje de los políticos aunque sea para criticarlo (“feminazi”, “menas”, “fake news”, “dictadura”). Requiere esfuerzo y elegir titulares menos llamativos, pero desmontar los eslóganes para convertirlos en palabras “normales” ayuda a combatir los atajos en los que triunfan los mentirosos y los extremistas.
“No le des prioridad a las mentiras de Trump poniendo sus palabras específicas en los titulares, las entradillas o las etiquetas de Twitter. No repitas las mentiras asumiendo que la gente va a saber automáticamente que son mentiras. La gente necesita saber que el presidente está mintiendo, pero ten cuidado con repetir las mentiras porque 'una mentira repetida muchas veces se convierte en la verdad'. La repetición de mentiras las difunde”, escribía Lakoff en 2018.
Sustituye a Trump por tu político demagogo y mentiroso favorito y lo entenderás.
¿El “sándwich de la verdad” funciona? Tal vez.
Menos de tres de cada 10 estadounidenses -y menos de cuatro de cada 10 republicanos- creen que las falsedades que pronuncia o tuitea Trump sean verdad, según una encuesta del Post de hace un año que preguntaba por algunas de sus mentiras más célebres. Algo está haciendo bien la prensa en este contexto tan intoxicado.
Otro asunto es que los votantes vayan a dejar de apoyar a un político por mentir. El pan de la verdad no impide que algunos elijan degustar el veneno engañosamente sabroso que viene en el sándwich. Pero al menos tendrán más opciones.