Lo social de la Defensa

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Habíamos creído que la humanidad adulta, se encaminaba hacia una época en la que la sensatez, la medida y la tolerancia se aprestaban a reinar en el mundo

Resulta chocante la disyuntiva que se plantea, creo que de forma ligera, entre gasto social y gasto de Defensa como si fueran opuestos irreconciliables, como si no hubiera nada de social en el gasto en defensa de una democracia occidental. Hace falta cierta necesidad de relato, relato electoral supongo, para montar una polémica en torno al incremento del gasto de Defensa por parte de nuestro país, cuando fue comprometido con luz y taquígrafos y forma parte de las exigencias de formar parte de un club al que, en mi opinión, necesitamos pertenecer. Vayamos con esa historia de que el gasto en Defensa es lo opuesto, lo que cercena, lo que acribilla o amenaza el gasto social y que además es innecesario. Hace falta conocer poco nuestros ejércitos y la situación en la que trabajan para ponerse así de estupendos. 

¿Qué piensan algunos que son las Fuerzas Armadas? En primer lugar una estructura de Defensa de tipo piramidal -tropa en la base y progresivamente menos mandos arriba- que se sustenta sobre el esfuerzo de soldados y marinería cuyo ingresos medios netos rondan los 1000 o 1500 euros al mes. ¿Son ricos a los que no hay que considerar? ¿No son trabajadores cuya dignidad y seguridad nos debe preocupar tanto como la de los demás? No me siento capaz de instaurar un alegato de “riders, sí; tropa y marinería, no”. Estos trabajadores, por falta de presupuesto, se desenvuelven en condiciones muchas veces lamentables. Me consta que han llegado a hacer colectas en las compañías para comprar papel higiénico, en ocasiones les falta agua caliente para las duchas por falta de presupuesto y malviven en alojamientos que no se pueden arreglar ni adecentar porque no hay pasta. Y es sólo un ejemplo, porque tampoco los mandos, tras sus pasos por las academias y sus carreras universitarias, son precisamente clases privilegiadas: un teniente, 2.200 euros de media, un sargento recién salido, 1.900. La número dos de Defensa lo dijo de forma técnica en su día: “la partida de gastos corrientes, que sumó 1.073 millones de euros en 2008, cayó drásticamente con la crisis económica y no se ha recuperado desde entonces. En 2022 será de 909 millones, por lo que se mantendrá en cifras alejadas de lo deseable”. Gastos corrientes, de ahí precisamente sale el papel higiénico y las manos de pintura.

Estos trabajadores/soldados necesitan unas herramientas para desempeñar su labor. Su seguridad en el trabajo depende de las más elementales normas en el material de protección y en los vehículos y armamento que manejan. ¿Cuántas veces en su vida han visto en la orilla de una carretera a un convoy militar parado por las constantes averías de los vehículos? ¿Hay dinero para revisarlos, para las piezas, para sustituirlos a su debido tiempo? No tienen chalecos antifragmentos o los tienen deteriorados. Utilizan carros y vehículos blindados peligrosos por su antigüedad y su deficiente mantenimiento. Son trabajadores que se juegan la vida, las más de las veces no por el riesgo inherente a su profesión, sino porque no les dotamos de medios para llevarla a cabo. No vale llevarse las manos a la cabeza por el desastre del Yak-42 -esa vergüenza imborrable de la cicatería del PP y su ministro Trillo- y no preguntarnos cuántas cosas podrían pasar, que por fortuna no pasan, por la miseria material a la que les sometemos. Ellos, los trabajadores a los que la Constitución les prohíbe sindicarse y manifestarse. ¿Quién lo hará por ellos? Eso sí, si llega el momento en que son necesarios, y ya no hablo de la guerra, que roguemos que nunca sea, sino de las catástrofes naturales o las misiones de paz, entonces son los héroes del momento, aunque luego nos desentendamos otra vez. 

Muchos se conformarán con hablar del poso franquista del Ejército, renegando así de su realidad. ¿Son franquistas esos jóvenes, muchos de ellos inmigrantes, que nutren sus filas? Esos de los contratos prorrogables hasta que finalmente los tiramos a la basura porque ya son mayores para darse barrigazos en el campo. Los sociólogos les dirán que los ejércitos son un reflejo de la sociedad en la que se inscriben. Así lo creo yo también. Por eso es particularmente grave el desprecio manifiesto y deliberado con el que algunos partidos tratan a la institución y a sus miembros ¿Cómo quieren que se sientan identificados con sus postulados o que les voten, aunque socioeconómicamente pudieran serles próximos? Ahí llegan los ultras, con su falso reconocimiento de cartón piedra para la foto, a ver si pescan donde difícilmente pescarán los que les desprecian o les ignoran. 

La idea de un ejército no es, en principio, ni de derechas ni de izquierdas.  Es una idea humana. Llevamos siglos debatiendo sobre ella, desde muchos puntos de vista, pero no tiene por qué ser ideológica. Recuerden los soviets de soldados. La idea de un ejército democrático es una idea plural y es una anomalía de nuestra democracia, salida sin solución de continuidad de una dictadura militar, el que no lo reconozcamos así. 

No solamente es necesario incrementar el presupuesto de Defensa porque así nos lo pidan los socios -siendo eso es importante, porque para pedir hay que aportar- sino por un poco de decencia y de justicia social. A mí no sólo no me importa que se haya elevado el gasto de Defensa sino que soy consciente, hace mucho tiempo, de la injusticia con la que se trata a tantos trabajadores y funcionarios. No sólo por sus sueldos sino por la indignidad de sus condiciones. No es eso, me dirán. Están los sistemas de armas. Están. Los puestos de trabajo de ciertas industrias como Indra y Navantia lo van a notar. Sobre eso hay que preguntarle al alcalde Kichi. 

La mayoría somos pacifistas y pacíficos. No deseamos el conflicto. No lo provocaríamos. Deseamos que termine. El desastre es que nunca hemos podido controlar que éste no nos busque ni que nos encuentre. En esas vivimos. Les recomiendo a dos de los premios Nobel de Literatura que más radicalmente han tratado este tema, abrumados por el desastre de la Primera Guerra Mundial: Romain Rolland y Martin du Gard. Quizá no les sonarán. Hace mucho que nadie los lee. Demasiado pacifistas para el siglo XX. Cierro con una cita de este último, de su magna obra “Les Thibault”: “Habíamos creído que la humanidad, adulta, se encaminaría hacia un época en la que la sensatez, la medida, la tolerancia se aprestarían al fin a reinar en el mundo… en la que la inteligencia y la razón iban a dirigir la evolución de las sociedades humanas… quien sabe si no pareceremos, a los ojos de los historiadores futuros, unos ingenuos, unos ignorantes, que se hacían enternecedoras ilusiones sobre el hombre y su aptitud para la civilización. ¿Quizá cerramos los ojos sobre algunas características humanas esenciales? ¿Puede, por ejemplo, que el instinto de destrucción, la necesidad periódica de tirar por tierra lo que hemos penosamente edificado, sean leyes esenciales que limiten las posibilidades constructivas de nuestra naturaleza humana?”. 

Preguntas que vuelven como un bumerán. 

Hay un componente social en la idea de una defensa común.