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Solos ante nuestro destino

Donald Trump, junto a su mujer Melania Trump, en la noche electoral en el Centro de Convenciones de Palm Beach, el 06 de noviembre de 2024 en West Palm Beach, Florida.

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"Las instituciones no salvarán nuestra democracia. Tendremos que ser nosotros mismos quienes lo hagamos"

S.Levitsky y D.Ziblatt

La suerte está echada. Los europeos estamos solos ante nuestro destino. La victoria de Trump era una posibilidad ante la que Europa cruzaba los dedos y, ahora que se ha convertido en una certeza, la incertidumbre se cierne sobre la necesidad de que seamos capaces de hacernos con las riendas, de determinar nuestra nueva posición en el mundo y de hacerlo todos juntos. A estas alturas cualquier país en solitario no sería sino la mortadela del bocadillo entre la América Grande de Trump, la Rusia de Putin, la China en plena expansión económica y el resto de sus aliados de negra faz democrática.

Trump es una pesadilla para la democracia, los derechos humanos y la propia existencia de la Europa tal y como la conocemos. Estamos ante un punto de inflexión que podría cambiar el rumbo de la historia. Minimizar esta realidad sólo nos llevará a diluirnos en las nieblas del futuro, a pasar a la irrelevancia, nosotros que nacimos en el continente del que surgió todo lo que ha animado el mundo occidental y parte del oriental: las ideas políticas, el arte, el humanismo, la filosofía, los inventos, los descubrimientos, la misma democracia. Nosotros, colocados por siglos en el centro del planisferio como centro del propio mundo ahora devenidos huérfanos de un lugar y una influencia que nos salve.  

Estamos solos. 

A muchos puede parecerles una feliz idea desligarse de eso que han llamado siempre el imperialismo americano pero no es tan sencillo. Trump ya ha anunciado que sacrificará Ucrania y negociará la seguridad europea con el propio Putin. Uno se estremece pensando en un nuevo acuerdo en el que los territorios afectados sean meros espectadores. Ecos de los años treinta nos llegan desde aquellos desastres que juramos no repetir. 

Nos quedamos solos ante la guerra que se desarrolla en nuestro propio continente, solos frente al autócrata Putin y su política territorial expansionista en busca de recuperar el espacio tradicional ruso -el espacio vital, esa pesadilla ya vivida-. Nos quedamos solos ante la emergencia climática, solos en la lucha contra el calentamiento climático que tanto Trump como Putin como China se pasan por el arco del triunfo, solos ante los fenómenos cada vez más extremos que de ella se deriven. Solos para encarar este siglo XXI que está despertando ya. 

Trump ha ganado y nuestro mundo no será el mismo. Lo de los aranceles a nuestros productos, la verdad, es casi lo de menos. Algunos alegarán que este hombre imposible ya fue presidente cuatro años y no nos pasó casi nada. No se equivoquen ya que ni era el mismo Trump ni el de 2016 era mismo mundo ni corrían el mismo riesgo nuestras democracias. No saben la de veces que le daría un coscorrón a Fukuyama. No solamente la historia no ha terminado sino que en una especie de pliegue cósmico nos trae ecos de los periodos más negros ya conocidos. 

Los más optimistas creen que esta soledad sin OTAN, con unas Naciones Unidas inoperantes, ninguneados por los populistas y los autócratas, tendrá un factor positivo porque obligará a Europa a dar el gran paso adelante que hasta ahora se ha evitado dar. No lo tengo tan claro. El virus del populismo, del nacionalismo, de la iliberalidad ya se han instalado también en nuestra casa. Es muy probable que sea demasiado tarde para aquella unión constitucional que se frustró en Holanda y Francia, dos países ahora corroídos también por el orín de los partidos ultras. 

Aún así, Macron con sus nostalgias de grandeur ha citado a Scholz para reeditar de alguna manera el eje franco-alemán, la viga del continente, y liderar la marcha de Europa hacia un lugar en el mundo que le haga justicia. Difícil. Ambos tienen problemas suficientemente graves con su gobernanza como para constituirse en pilar de ese necesario posicionamiento. 

Nos entretiene o nos entretienen con las pequeñas cosas sin ninguna relevancia con las que se alimenta y se polariza nuestra actualidad. Lo importante es complejo y aburrido. Tenemos dos partidos además que se alinean, más o menos a las claras, con las dos caras de nuestros problemas: la de Putin y la de Trump. A ello tenemos que añadir que los partidos que representan a la gran mayoría de los españoles, los que entienden que en Ucrania nos jugamos nuestro continente democrático y la estabilidad de las fronteras, tal vez la paz, no se hablan. Eso añade un plus de soledad local a nuestra ya grave soledad en un mundo que ha cambiado, que ha cambiado las normas, que está a punto de cambiar nuestros puntos de referencia vitales y sociales si no lo evitamos. 

Ayer ganó Trump y los europeos nos hemos quedado solos ante el futuro incierto de nuestra posición en el mundo y de la propia institución democrática. 

Nosotros, que fuimos el centro del mundo y que agotados y débiles no sabemos si sacaremos fuerzas para que no sean dos gigantes los que elijan por nosotros nuestro destino.

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