Hay un común denominador en las abruptas noticias del día, el dedo roto por el que parece doler todo lo que toca, la tenaza que rompe en verdad distrayendo la atención. El egoísmo, eje del sistema ultraliberal, reforzado por una creciente estupidez instalada en buena parte de la sociedad, ha creado un monstruo incapaz de siquiera conmoverse por la desgracia de otros seres humanos. Nace aparentemente en la indiferencia pero escala hasta la crueldad. Nos afecta desde la vida cotidiana a la propia supervivencia. Lo que ocurre tiene culpables y están a nuestro lado.
Más de 6.000 personas, jóvenes la cuarta parte de ellas, habían entrado en Ceuta al amanecer de este martes nadando desde Marruecos. 1.000 más se contabilizaban a la caída de la tarde. Detrás el ya viejo uso de la inmigración por parte de Rabat que ha relajado la vigilancia de fronteras. La excusa es lo de menos. La autarquía marroquí trabaja por su hegemonía en el Sahara y por su peso en el Magreb que Trump reforzó. Pedro Sánchez ha desplegado el ejército y viaja a la zona. Pablo Casado ha aprovechado la ocasión para culpar al Gobierno y a ¡Pablo Iglesias! por unas antiguas declaraciones, tratando el conflicto con una frivolidad impropia de un dirigente que aspira a gobernar. Y el líder de Vox se ha vestido de guerrero salvapatrias para anotarse su tanto.
Fuera de los intereses políticos, hay una desesperación real de miles de personas por buscar un futuro mejor. Y para una precariedad basada en grandes injusticias de las que no son responsables y sí los consabidos intereses económicos y geopolíticos. Y hay una ultraderecha social racista y fascista en España que se cree dueña de esta tierra en la que nacieron por casualidad. El desprecio de esos especímenes hacia personas que con enorme coraje se tiran al agua y el riesgo muestra uno de los grandes pilares de la inhumanidad que vivimos.
Se ha desplegado en muchas más ocasiones y campos. Está también en la tolerancia a lo que ocurre en Gaza, con una nueva escalada del conflicto palestino-israelí. Lean el contexto, con todos los detalles, en el artículo de Olga Rodríguez. “Es la historia de una ocupación ilegal por parte de Israel y de unas políticas discriminatorias que suponen, de facto, un apartheid contra la población palestina”. De momento, el balance de la confrontación armada es de más de 200 palestinos muertos, muchos niños incluidos, y 8 israelíes. Siempre ha sido así la proporción.
Quienes apoyan a Israel son los mismos que sostienen otros muchos abusos de poder. Los que callan ante la muerte, el expolio y la destrucción de los palestinos y no condenan –ni paran- los ataques del gobierno y el ejército de Israel a la prensa –literal, hasta destruyendo sus instalaciones. No quieren testigos de su barbarie.
El mundo no se arregla con una varita mágica, pero los grandes verdugos de hoy han sido elegidos en las urnas o amparados por políticos electos en democracia. Siquiera en una democracia nominal. Dentro del propio pueblo aupando a tiranos. Aunque se pinten sonrisas de libertad.
Las colas ante los Centros de Atención Primaria de Madrid –y algunas otras comunidades, no todas- son responsabilidad de quienes las apoyan en las urnas. Los ancianos dejados morir en los geriátricos, también. Y van sobre su conciencia, si la tuvieran. El chantaje del PP para no renovar el poder judicial que le favorece, mientras sobrevuela una y otra vez la gestión de “la pasta” de Europa, ha sido votado por ciudadanos. La búsqueda de beneficios económicos como forma permanente de gobierno en general. Y no es precisamente para resolver problemas sociales como se demuestra en la práctica de la privatización de los beneficios. Tampoco eluden su responsabilidad quienes no actúan para resolver estos problemas. De graves consecuencias porque algunas de las decisiones judiciales que vemos se inscriben claramente en actuaciones políticas. Y así no se juega en democracia.
Este país permite finiquitos escandalosos a los exdirectivos del Banco de España, un organismo dedicado a aconsejar cómo los asalariados deben costear los privilegios del poder económico. Y que se hagan punteros con los ERTES para despedir desde grandes y saneadas empresas. Y gracias que el Gobierno es de PSOE-UP, que está allí Yolanda Díaz, una ministra dialogante, persistente y eficaz. Irían listos el resto de los trabajadores con un ejecutivo de derechas. Porque llevamos más de un año de pandemia que esta oposición obvia en sus proclamas, aunque la ha usado en su provecho al límite. Como demuestra la elección de Ayuso en Madrid. Ese hito que nos sitúa en una realidad funesta con vocación de aumentar según las encuestas más o menos manipuladas.
Todas estas noticias las sabemos por periodistas. Los que conviven, malamente, con otro sector de la profesión dedicada a la propaganda política con los peores usos de la manipulación. Insisto: la justicia cuando escribe torcido y la desinformación masiva son los grandes problemas de España ahora.
El periodismo que miente y entontece es responsable, pero quien lo consume tanto o más. El eslogan del 15M “Apaga la tele, enciende la mente”, en sentido genérico –apaga la desinformación, mejor- es una medida de urgencia para una situación como la que vivimos. A menos que se contemple de una forma crítica aunque duela, que duele.
Escribía este mismo martes José Antonio Martín Pallín, magistrado y fiscal del Tribunal Supremo en el retiro ya, un artículo profundamente esclarecedor y muy preocupante del hoy y en España. El enemigo del pueblo. A Pablo Iglesias lo han convertido en esa figura que definió Ibsen para la historia. “Ninguna persona de la política contemporánea ha sido más salvajemente denostada con toda clase de improperios e insultos y acusaciones de corrupción, odio y machismo”, dice. “Hay que reconocer –añade- que la maquinaria ha funcionado a la perfección. Se ha retransmitido esta imagen a muchos sectores de la población, increíblemente también a los que sufren las consecuencias de los recortes y la insolidaridad de los que manejan las riendas del actual sistema”.
Ellos son los enemigos del pueblo, de la sociedad en su conjunto, de sus aspiraciones y esperanzas, de su vida, de la de todos. Ellos son los que sostienen las manos que disparan a civiles en Gaza, o en Colombia. Y quienes persiguen a los valientes que llegan a nado a una costa de esperanza, cuando debieran ser los que están en el agua para saber qué se siente. Y a todos cuantos obtienen réditos personales hasta del dolor de las personas, de miles de personas si se tercia. Sustentan a quienes denigran toda diferencia por sexo, procedencia, lengua, medios, cultura, mientras enarbolan la burricie y la inhumanidad. Esas hordas terribles de salvajismo que se esparcen por las redes sociales dan idea de la degradación profunda a la que ha llegado la especie humana en sus ejemplares más idiotizados y dañinos para el bien común.
El dedo roto, el alma hueca, de esa sociedad que se dejó embarcar en el yo primero, en la ruina de la injusticia y la codicia. Apaga su ruido, enciende la razón. Es urgente.