Hay ocasiones en las que el poder del dinero es tan visible que, como ha ocurrido al darse a conocer que la Supercopa de España de fútbol se va a celebrar en Arabia Saudí, casi sobra cualquier explicación. Pero dado que los dirigentes de la Real Federación Española de Futbol (RFEF) se han empeñado en añadir el insulto a la desvergüenza, parece necesario salir al paso de los forzados argumentos que han utilizado para “vender” a la opinión pública su decisión de celebrar dicha competición en suelo saudí durante los próximos tres años.
Así, en su afán por responder a las críticas que inmediatamente han surgido por tratar con uno de los regímenes más desacreditados del planeta, han considerado que se trata de “opiniones creadas”. Como si no fuesen hechos sobradamente contrastados que en Riad se localiza el más rigorista ejemplo del islam suní (el wahabismo), que, por un lado, niega derechos no solo a las mujeres sino al conjunto de unos súbditos educados obligatoriamente en la sumisión total al gobernante (por muy arbitraria que pueda ser su conducta) y, por otro, está en la base misma del salafismo y el yihadismo que tantos dolores de cabeza sigue produciendo de la mano de Al Qaeda, Dáesh y tantos otros grupos terroristas. Como si no fuera cierto que Arabia Saudí es uno de los más preocupantes ejemplos de violación sistemática de los derechos humanos y uno de los principales ejecutores de penas de muerte. Como si no existiesen casos tan macabros como el del periodista Jamal Khashoggi o tan brutales como el recurso a la fuerza generalizado en el conflicto de Yemen, donde la crisis humanitaria se añade a la barbarie de una campaña militar para la que no se adivina final. O como si, en definitiva, no destacara la satrapía saudí, primera importadora de armas a nivel mundial, entre los regímenes menos interesados en promover los valores democráticos.
No se han atrevido los dirigentes de la RFEF, sin embargo, a defenderse con el recurrente “fútbol es fútbol y no hay que mezclarlo con la política”, quizás porque en el último momento se han dado cuenta de que son precisamente ellos mismos, con la colaboración interesada de los dirigentes y los jugadores de los cuatro equipos que van a participar en el espectáculo, los que se han encargado de hacerlo. Hay que estar muy engreído para creer que por el mero hecho de firmar un contrato con Riad para organizar unos partidos en su territorio van a moverse un solo milímetro los fundamentos de un sistema de poder tan autoritario y personalista. Hay que estar muy voluntariamente ciego para no ver que aun en el hipotético caso de que finalmente las mujeres (queda por ver qué mujeres llegarán a acercarse a los estadios) puedan mezclarse con los hombres en las gradas, seguirán estando igualmente sometidas a un poder arbitrario que sigue encarcelando a las que pretenden alcanzar algún día esa lejanísima igualdad de derechos. Y más penoso aún es el intento por acabar de defenderse con el anuncio de que se ha firmado un principio de acuerdo (es decir, nada) para poner en marcha una academia de fútbol femenino. Todo ello mientras ese mismo régimen da a conocer en esos mismos días que el feminismo, junto a la homosexualidad y el ateísmo, son ideologías “extremistas”, y, por tanto, condenables y perseguibles.
Igualmente, hay que ser muy cínicos para decir que se ha llegado a esta decisión porque no se quería “dar la espalda a la gente de Arabia Saudí”, salvo que se esté pensando en los 34 millones de saudíes como potenciales compradores de las entradas que se pondrán a la venta. Si ya son muy pocos los gobiernos occidentales que se preocupan realmente por la suerte de esa población y de lo que sus gobernantes hacen con ella y con la de los países vecinos, menos aún es la RFEF la que ha dado la más mínima muestra hasta ahora de priorizar ese tipo de cuestiones en su agenda.
Por supuesto que nadie puede ser acusado de haber cometido delito alguno por firmar un contrato deportivo con un régimen que mata, viola derechos y niega libertades (desgraciadamente son decenas los que caben en esas categorías), pero como ya nos enseñaron hace siglos la mujer del César no solo debe ser honesta sino también parecerlo. Por supuesto, la RFEF y los clubes implicados sacarán una buena tajada (40 millones de euros por cada uno de los tres años firmados), sin que alivie la carga saber que Italia hizo lo propio el pasado año. Riad, por su parte, seguirá avanzando en su lavado de cara, guiados por la voluntad de un Mohamed bin Salman que ya ha anunciado su intención de convertir a su país (a fin de cuentas es su propiedad privada) en un centro de referencia mundial del espectáculo en todas sus variantes. Por lo que toca a España, ya se vislumbran más opciones para exportar Sanfermines, Fallas y Ferias de lo más colorido. Pasen y vean.