Esta semana se ha celebrado en Madrid una jornada sobre la Tecnopolítica y la semana que viene se celebrará un evento que organiza la Casa de América y la Fundación Ortega-Marañón sobre las tendencias electorales, con participación de políticos, consultores y empresas de demoscopia. Es notorio que la política es un tema que interesa y, sobre todo, la comunicación de la política y de su vertiente electoral. Falta un año para que se celebren las próximas elecciones en España, vista la casi total certeza de que en Catalunya no serán necesarias nuevas elecciones. En la primavera se celebrarán las municipales y las autonómicas.
Los resultados de las últimas encuestas de intención de voto, la última esta semana del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), presentan un panorama nuevo en la política española con tres partidos casi en un empate técnico: PP, Ciudadanos y PSOE; es decir, si las elecciones generales se celebrasen ya, cualquiera de los tres podría ganar. ¿Cuál sería la clave para que una de esas tres formaciones ganase las elecciones? Ganaría el partido que pudiese responder a la pregunta sobre quién es capaz de canalizar mejor las aspiraciones, demandas, miedos y deseos del electorado mayoritario. Varios factores serían necesarios para que esta conjunción se produjera en una campaña demostrativa y colectivizadora que apelase a la mayoría del electorado. Un candidato o candidata heroico y confiable, un equipo eficiente y un proyecto que los votantes comprendiesen como propio. Los partidos no parecen muy conscientes de que la gente no vota por lo que es su cartel, sus siglas, ni tan siquiera su proyecto, sino que lo hacen por lo que ellos son, por lo que cada uno de los electores sienten y creen de forma individual y en colectivo. Y no, yo no seré quien diga que la ideología ha dejado de ser la razón que maneje el votante con su papeleta en la mano ante la urna. No creo que la ideología haya dejado de importar en esa decisión. Ni mucho menos. Lo que ha ocurrido es que se han incorporado nuevos ejes que se entrelazan con el de la ideología, como el de élite frente a base, mayores frente a jóvenes, ciudades versus interior.
En España ha llegado el momento de orientar las propuestas políticas al electorado, conectando con todos ellos y ellas, y diría más: la respuesta está en la calle. Solo conociendo en profundidad las necesidades y anhelos de la calle es posible esa conexión única. Las campañas, más que nunca, van a ser determinantes, y también la transparencia y la autenticidad de los candidatos, la coherencia entre fondo y forma, eso que hace que alguien confíe en una organización por encima de las demás. Hasta hace unos pocos años, no era necesaria ni la estrategia ni el establecimiento de un relato colectivo. Era una partida entre rojos y azules, sin que cupiera la duda de quien es tu enemigo electoral, ese proyecto que puede “robarte” votos. Eso se ha complicado ahora con la interacción de cuatro partidos que en algún momento se han entendido como una opción de gobierno.
España se ha politizado y la conversación de la política se ha distribuido, la política se ha hecho espectáculo y es objeto de debate encarnizado, e incluso de amarillismo televisivo. Proliferan los cursos y másters de comunicación política y electoral y los eventos y jornadas para mayor gloria de las empresas y consultores que buscan un hueco en el mercado de las nuevas campañas.
Esta semana debatimos sobre la tecnopolítica, un término cuyo significado varía en función de que quien lo use y con qué intenciones. La tecnopolítica, en origen, es un sistema de redes, catalizadas por la tecnología móvil y digital, que permiten la organización de movimientos sociales para la participación democrática directa, una democracia radical de distribución del poder y colectivización de la decisión. La política ha adoptado este concepto y lo ha dotado de otro significado más tendente a sus intereses: tecnopolítica como un sistema de red para la movilización activista, a base de herramientas o plataformas que permiten la participación política pero con el objetivo de gestionar comunidades de personas movilizadas en torno a la causa partidista.
La movilización para la propaganda, para el control electoral o para el voto es el objetivo final del proceso de la comunicación política en campaña. Movilizarse es creer que nuestra actuación puede generar un cambio. La dinámica de la tecnopolítica, en su objeto original, se basa en la activación de emociones, como el miedo, la esperanza, el hartazgo o la ilusión, para la agregación de públicos diversos. Pero, no se equivoquen, no se trata de tecnología, sino de que la tecnología permite no ya participar en política, sino hacer la política. No es participar, es actuar, tener las herramientas para cambiar las cosas y autogestionar de las comunidades de personas que se han agregado porque se han sentido apeladas por un proyecto que conecta con la mayoría y permite actuar.