Mira que lo intento.
El sábado pasado probé de nuevo y a los cinco minutos recordé súbito y en postura espantada de cúbito supino por qué dejé de ver las tertulias políticas de la televisión hace ya meses: me pongo de los nervios.
De forma inconsciente y automática me sumo a la liturgia compulsiva que se ha creado en torno a estos formatos, consistente en una legión de fans comentando en 140 caracteres lo que sus popes ideológicos dicen, según los gustos de cada cual. Y aquí yo encuentro al menos dos aberraciones. La primera es la calificación efectivamente, de fans: los tertulianos se han convertido en estrellas refulgentes que se pasean por platós coloridos, columnas destacadas y micrófonos ecualizados diciendo siempre lo mismo y en un alto porcentaje frente a los mismos contrincantes: solo falta que se reproduzcan entre ellos y cerremos el círculo endogámico. ¿Imagináis un cruce entre estos y aquellos? Estoy imaginando un linaje de categoría superior que todo lo solucione. Así, en plan elfo con trenzas, quizá morenas por aquello de nuestro pasado íbero y musulmán, pero raza liberadora al fin y al cabo. Lo mejor de cada casa, y chimpún.
Mientras no ocurra, nosotros los espectadores seguimos comentando sus argumentos y requiebros ideológicos cual penaltis en la final de la Champions. Transmutamos en entusiastas seguidores de “los nuestros”, y digan lo que digan y al nivel de decibelios que lo digan, lo interpretamos como dogma del cómo deberían ser las cosas. Y aquí viene el segundo horror presente para mí: sabemos quiénes son, lo que van a decir, a quién responden, qué sombras les rodean y cómo la esconderán entre los mil datos que traen en sus ipads de pantalla sucia (como productora de estas cosas, solicito una toallita de felpa para cada uno, por caridad). Oigan, ¿dónde ha quedado el suspense? ¡qué manía de olvidar que la política es parte de nuestro ocio! ¡Yo reivindico el entertainment en esto, también! Y lo digo muy en serio, aunque me desahogue aquí echando unas risas: ¿qué es esto de que desde hace años sean las mismas caras las que se sienten a uno y otro lado de las mesas –tan parecidas a los platós de Sálvames, Norias, realities y demás–? ¿En qué momento hemos claudicado ante la imposición de los todólogos que de todo hablan?
Una sabe un poco de esto de la tele y de cómo hacer programas informativos. Tampoco demasiado, a partir del año tercero o cuarto de experiencia, los modus operandi se repiten y sólo cambian la sastrería de los presentadores, que se renueva cada temporada en función de si se llevan los pantalones con pinzas de pitillo o no (ellos) o los colores ácidos en los tops de ellas (sin rayas, que hacen un moiré terrible: caca). Sé un poco lo que se levanta uno de estos speakers a la semana: en un combi de un prime time televisivo con dos radios matinales o nocturnas, se llevan a casa lo que el ciudadano medio en un mes bueno. Y no voy a criticarlo porque creada la demanda ajústese la oferta: es un debate falso y estéril. Me parece bien. Me parecería mejor eso sí, si lo que dijeran aportara algo, una luz, un pequeño atisbo de futuro, ¡un algo por dios!, a lo que ocurre. Yo misma abriría mi hucha de cerdito y pondría las monedillas a disposición si alguno de ellos me dice lo que hay que hacer sin estar al dictado de su editor o partido, sin que parezca que se le revienta la yugular, sin desacreditar al de enfrente como objetivo fundamental.
Pero no. Lo que vemos al encenderse el piloto rojo es una pelea de barro y en una metáfora “gatopardiana”, enredamos y gritamos para que todo siga igual.
Esto no va de izquierdas o de derechas. Hay una tipología representativa de cada opción que me provoca ronchas: En la derecha, el discurso condescendiente de media sonrisa que comienza con un “¡pero vamos a ver...!” (alma de cántaro les falta decir, déjame que te cuente yo como hacer las cosas, que somos los que tenemos capacidad de gestión y además, parecemos serios). Los hay retrógrados y vestidos de Gucci, reaccionarios y librepensadores. No os engañéis. En la izquierda también, tendemos a ver a aquellos que llenan su tiempo con citas a intelectuales muertos (visto casual pero tengo más nivel que tú), y se sientan como un adolescente en la mesa de la familia en Nochebuena (soy antisitema, que se note), por no hacer cita a la forma que tienen de decir las cosas con un ceño fruncido traído del sXIX que a mí me va fatal: me mimetizo a veces y termino metiéndome en la cama con un cabreo de tamaño considerable, jurando que nunca mas encenderé la tele a esas horas.
Contad hasta cinco antes de ponerme a parir por este párrafo, os lo pido por favor. Y hacedlo sí, pero con elegancia que queda más bonito.
La teoría de la alcachofa y el frutero de Eva Hache
La teoría de la alcachofa y el frutero de Eva HacheLa actriz Eva Hache en el monólogo hilarante “El dinero y el trabajo” que le hizo ganar hace ya una década El Club de la Comedia, bordó la idea: si vas a un frutero, indígnate si cuando le preguntas cuanto tiempo tienes que dejar cocer las alcachofas para llegar a buen puerto, te dice que “ni pajolera idea”. “Yo me enervo”, decía ella: “tío, ¡que te estoy hablando de tu tema, de TU tema!”.
Le compro la idea: Desde mi visión de profesional de esto y como ciudadana medio desesperada, os digo: hay alternativa aquí también, faltaría más. El análisis informativo no ha de ser así y aunque parezca imposible, hay quienes deciden llevar a sus programas especialistas en los temas a tratar para más de dos minutos y tres gráficos. Y la secuencia funciona, fijaos: se plantea un tema, unos expertos hablan sobre ello, que para eso saben, se explican de forma pausada las diferentes opciones y si tenemos suerte, hasta podemos participar lo espectadores o usuarios en el debate.
“¿Y dónde ver esta maravilla?” Os oigo desde aquí y eso es la señal de que lo estáis buscando, ergo mi esperanza está más que justificada. Otro día os cuento pero aviso que nos iremos de viaje, tendremos que mirar un poco más allá de nuestras fronteras porque aquí seguimos con complejo de inferioridad asumiendo como propia la teoría de algunos de que sólo queremos pan y circo en política e información, que no pensamos, que no exigimos otras maneras.
Yo estoy cada vez más segura de que están equivocados, y es que se os respeta y se os quiere mucho.