Hay segundos más determinantes que décadas, años que pasan volando y momentos que se hacen eternos. El tiempo puede ser medido y percibido de distintas formas. Los griegos lo comprendían desde tres conceptos: Aión (duración de la vida), Crono (duración del tiempo o infinito) y Kairós (presente, decisivo). Mientras Crono es cuantitativo y terrenal, Kairós es cualitativo y tiempo de dioses.
Kairós representa un tiempo difícil de medir o comparar, relevante, determinante, adecuado, oportuno, en el que sucede lo especial, “el instante fugaz en el que aparece, metafóricamente hablando, una abertura que hay que atravesar necesariamente para alcanzar o conseguir el objetivo propuesto” 1. Según Eurípedes “el mejor guía de cualquier actividad humana” 2. Sin embargo, Crono, un dios mucho más reconocido, es lineal y medible. Con Crono, los diferentes tiempos y momentos se comparan con una misma unidad de medida.
San Agustín, Kant, Husserl, Bergson y Heidegger analizaron la parte subjetiva del tiempo. Platón distinguía entre mundo inteligible y mundo sensible y Xavier Zubiri distingue entre tiempo mental y físico. Y más allá de la filosofía, Einstein demostró que a velocidades cercanas a la de la luz, el tiempo pasa más despacio. Desde la economía, Marx y autores más recientes como Diego Levis o Álvaro Briales distinguen y caracterizan al tiempo capitalista.
En el tiempo capitalista, el tiempo de trabajo subordina al resto de tiempos cualitativos a través del dinero como unidad temporal de medida. El tiempo de trabajo es desde donde –y en torno al cual– articulamos el resto de tiempos. Claro ejemplo de ello son las vacaciones pagadas. Así, el reloj y el dinero determinan nuestra forma de valorar el tiempo abstracto, perdiéndolo, invirtiéndolo o haciéndolo productivo. Comenzamos a utilizar el dinero como unidad de medida para otros tiempos y vamos mercantilizando no sólo el trabajo –convertido en trabajo asalariado o empleo–, sino otros aspectos de la vida, el tiempo que dedicamos a otras actividades. Eso es mercantilizar, convertir en transable, hacer que su valor de cambio prevalezca sobre su valor de uso y posibilitar que alguien pueda enriquecerse con ello.
Así, al igual que muchos espacios, muchos tiempos son mercantilizados. El tiempo de ocio no-lucrativo es colonizado por la enorme industria del entretenimiento; en el mercado laboral, la demanda de trabajo por parte del capital prima sobre las propias necesidades sociales; el tiempo dedicado a la educación es valorado –y el sistema educativo configurado– según su capacidad para satisfacer la demanda de trabajadores cualificados. Convertimos la educación en formación de capital humano y sacrificamos la filosofía, la música o el dibujo al dios Crono. Medimos cualquier actividad con la vara de la productividad y subestimamos toda actividad que no nos dé garantía de un alto valor transable.
Para más inri, la multiplicación de las fuerzas del capital –ésas que aumentan la división internacional de trabajo sólo porque ya lo han hecho previamente– hace que el trabajo haya transcendido su función como actividad creadora de riqueza material y busque la propia reproducción del trabajo. En este sentido, Álvaro Briales3argumenta que el tiempo en el que no estamos en un trabajo asalariado ni consumiendo es básicamente consumido por el “mantenimiento de la inmensa infraestructura social que pivota en torno al trabajar por trabajar”. Un trabajo ideado para auto-reproducirse.
Además, la mercantilización del tiempo determina la jerarquización social, ya que según el precio que el tiempo en concreto adquiera en el mercado, las personas portadoras de ese tiempo tendrán unas u otras condiciones socio-económicas y el poder dependerá de la capacidad de disponer del tiempo de otras personas. Por ello, para Briales “la mercantilización del tiempo es un eje fundamental en el surgimiento y desarrollo de las relaciones sociales capitalistas, y por tanto, una clave central para pensar críticamente su superación”. 4
Si los avances tecnológicos pueden liberar tiempo de trabajo; si aquellos países con más robots tienen, precisamente, estructuras productivas más sólidas y diversificadas y menos paro; si la irreversibilidad del cambio climático clama a gritos salidas que no pasen por más producción y consumo; si las altísimas tasas de paro conviven con infinidad de necesidades sin cubrir; ¿Por qué ese miedo a que los robots, cuales inmigrantes, nos quiten el empleo? ¿El empleo se crea, se transforma, se destruye, se roba y se pierde? ¿Como los mecheros? Al respecto, alguna brillante mente tuiteó algo como: “A ver cuando llega el robot que me va a quitar el trabajo, que tengo mucha colada por hacer”.
En la mercantilización de todo –de la vida– articulada a través de la mercantilización del trabajo, se reduce el tiempo realmente libre, tiempo en que quepa pensar y reflexionar sin tutorías de ningún tipo, en el que no haya que pagar para sentirse plena ni para jugar, en el que haya lugar para lo lúdico, en el que sea posible elegir no hacer nada. Según Diego Levis5, un tiempo “utilizable en un ocio creativo no condicionado por la lógica mercantil (…) no utilizado en cumplir obligaciones productivas y en satisfacer necesidades vitales como el sueño y la alimentación”.
Se le atribuye a Oscar Wilde la frase “lo malo del socialismo es que te quita muchas tardes libres”. Habría que preguntarle a las trabajadoras de la hostelería cuantas tardes libres les deja el capitalismo. No es casualidad que a pesar de los inmensos saltos industriales, el tiempo verdaderamente libre sea tan escaso. En este sentido los filósofos Fernández Liria y Alegre Zahonero afirman 6 que “nunca como hoy la humanidad se había aburrido tan poco. Entre la producción y el consumo, la televisión ha ocupado ya hasta los últimos poros del tiempo social”.
Puestas a ignorar la correlación de fuerzas existente podría proponerse, en los debates sobre renta básica y trabajo garantizado, una disminución de la jornada laboral. ¿Es posible, en tiempos difíciles para la hegemonía económica occidental, reducir el tiempo de trabajo sin cambiar la propiedad de los medios de producción? Difícilmente podrá hacerse, en el mismo momento, para amplios sectores de la población, pero las contrataciones públicas pueden ser un buen punto de partida. Y si algún día se quiere, realmente, conquistar el cielo por asalto, volver la mirada al ne travaille jamais de esa pared parisina de mayo o al abajo el trabajo del anarquismo; entonces, habrá que pensar en nuevas formas de trabajo que se alejen del trabajo asalariado.
[1] White, Eric Charles (1987). Kaironomia: On the Will to Invent. Nueva York: Ithaca, p. 13.
[2] Apolinar Salinova, Pablo (2016). Aquí el espacio nace del tiempo, p. 31.
[3] Álvaro Briales (2016). “Trabajar por trabajar: la mercantilización del tiempo como eje central de la teoría crítica el capitalismo” en Oxímora Revista Internacional de Ética y Política nº9, p. 34.
[4] Ídem, p. 25.
[5] Diego Levis (2005). El tiempo atrapado: hacia la mercantilización del tiempo libre, p.11.
[6] Fernández Liria, Carlos y Alegre Zahonero, Luis (2012). “Marx y Polanyi. La posibilidad de un diálogo” en AREAS. Revista Internacional de Ciencias Sociales nº31, p: 61.
Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión de la autora.