“FMI fuera de aquí, la troika no manda en el país”, fue una de las consignas de los miles de manifestantes que llenaban la plaza del Comercio de Lisboa el pasado sábado. En el símbolo de la revolución del 25 de abril los manifestantes cantaban “Grandola Vila Morena”, la canción que en 1974 sirvió de contraseña a los capitanes que protagonizaron la Revolución de los Claveles.
La principal queja de los portugueses que se manifestaron era el plan de austeridad impuesto por el Gobierno conservador, bajo la férrea vigilancia del Fondo Monetario Internacional, cuyos funcionarios estaban evaluando esos días el grado de cumplimiento de sus condiciones a la ayuda externa recibida. “Que se lixe a troika” (“Que se joda la troika”) es el nombre del movimiento ciudadano portugués que ha presentado una “moción de censura popular” contra el Gobierno. “En democracia, el pueblo es el que ordena, queremos romper con las políticas de la troika y tomar el presente y el futuro en nuestras manos”, decía el comunicado que leyó uno de los portavoces.
La troika, compuesta por el Fondo Monetario Internacional, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo, no solo se ha convertido en el icono de ese poder transnacional, global o multinacional que ha usurpado nuestra autonomía y la capacidad decisoria que todo ciudadano debería tener en democracia, sino que aparece como el responsable de la crisis del capitalismo financiero de los últimos 30 años y sin embargo el promotor de las medidas paliativas.
No es extraño que el ciudadano del sur europeo se sienta despojado de sus derechos civiles por unos poderes multinacionales, distantes, opacos, soberbios, que convierten a los políticos locales en marionetas a su dictado. Ese ciudadano medio portugués, italiano o español, al que no se le da más opción que la obediencia cada cuatro años de votar a los de siempre, ha decidido que ya no confía en el proyecto europeo, porque Europa permanece impasible ante sus sacrificios: el menor salario, el expolio de sus ahorros por la banca, el desahucio de su vivienda, el desempleo de sus hijos. Ese es hoy el modelo europeo.
El ciudadano antisistema
El ciudadano antisistemaEse ciudadano ya no vive en una democracia real porque ha perdido sus derechos a participar y a poder decidir cómo trabaja y dónde vive, el colegio y la universidad a la que manda a sus hijos, el médico y el hospital al que puede acudir.
Ese ciudadano al que están enajenando de su realidad se ha convertido en un “antisistema” que mira al Movimiento 5Estelle en Italia para que no apoye a Bersani, el líder de la izquierda tradicional; que en Portugal se manifiesta con el movimiento “Que se lixe a Troika”; que en Grecia apoya las manifestaciones antieuropeas del Syriza; que en España hace escraches con la PAH contra los políticos cómplices de los desahucios. Y que ha comenzado a constituir plataformas cívicas al margen de los partidos políticos de la izquierda, como el Manifiesto por una Sociedad Digna de los profesores universitarios madrileños, o los que apoyan al profesor Juan Torres, miembro de Attac, en Sevilla, o al Foro Ético de Odón Elorza, o los colectivos de defensa de la sanidad pública o de los afectados por las preferentes.
La crisis de representación fue denunciada en España por el movimiento 15M del 2011, mientras enarbolaba nuevas formas de representación a través de la tecnopolítica. Y mientras los más jóvenes sienten superada las viejas ideas de la izquierda europea. La desafección política de la sociedad ha elevado las cifras de abstención. Apenas la mitad de la gente con derecho a voto decide acercarse a votar cada cuatro años. Los más de 11 millones de españoles que decidieron abstenerse en las últimas elecciones habrían ganado las elecciones por mayoría simple, unos 300.000 votos más que el Partido Popular ¿Cuantos abstencionistas habría hoy?
Pero que nadie se engañe, esta crisis de los partidos políticos, la crisis de afiliación y el auge de la abstención electoral, se vive sólo entre aquellos que no votaron al Partido Popular. Precisamente esos son los perjudicados por la crisis. El resto, los afiliados y votantes del PP están cumpliendo con su deber y obligación. La precarización del mercado laboral, las reducciones de plantilla, la privatización de la sanidad y la educación, el recorte de las pensiones, no afectan a aquellos que confiaron y confían en ese proyecto político. Siempre ha habido políticos que están en política para hacer negocio y medrar. Y los partidarios de esa opción quieren que sea así o quieren ser así. Un ejemplo, el exconsejero de sanidad de la Comunidad de Madrid en el consejo de administración de la compañía amiga del presidente madrileño que gestiona los hospitales privatizados. Otro ejemplo, los kilos de euros que los responsables de finanzas han amasado en Suiza o los contratos públicos adjudicados a las empresas que hacen donativos al partido. Los familiares recolocados de asesores, las clases de golf. Son muchos los electores que desean que sea de esa manera y que confía en esa opción política.
La noria del Prater de Viena
La noria del Prater de VienaSon todos aquellos que conservan una distancia de seguridad respecto a los hechos. Esos políticos o periodistas que mantienen su visión dentro de un espacio desde el que no podrán verse afectados, por ejemplo del desahucio de su casa. Aquellos que llamaban la atención de Hannah Arendt porque no permiten que les turbe lo que ven.
Son la encarnación de Harry Lime, Orson Welles, el cínico traficante de penicilina adulterada en El Tercer Hombre, que desde lo alto de la noria del Prater de Viena muestra a su atónito amigo Holly Martins, los puntitos de ahí abajo que son personas: “Mira allá abajo. ¿Sentirías piedad si uno de esos puntitos se parara para siempre. Si yo te ofreciera veinte mil libras por cada puntito que se parara? ¿Me responderías que me guardara el dinero o… harías el cálculo mental de cuantos puntitos serias capaz de parar?
La quiebra de confianza sólo radica en el otro bando, en el bando que en España encabeza la respuesta cívica a la crisis. En un colectivo en el que germina el pensamiento antisistema porque ya no confía en unas instituciones disminuidas o impotentes a las que ya no van a legitimar más veces. Que ya no quiere delegar sus responsabilidades políticas cada cuatro años en la misma casta que acaba defendiendo sus propios intereses. Que con un millón y medio de firmas reclaman un legítimo referéndum que no hay en España desde los tiempos de la OTAN. Que cada día está más cerca de la nueva república.
Aquellos padres e hijos que han vivido el naufragio de la izquierda europea entre dos gags cómicos: aquel icono del abrazo que el cómico Roberto Benigni daba al secretario del PCI, Erico Berlinguer, en el film de Giuseppe Bertolucci, de 1977, Berlinguer, ti voglio bene; y el “D´Alema, di algo de izquierdas¡”, que clamaba Nanni Moretti en su película Abril de 1998 a un Massimo D´Alema televisivo, que sin ideas todavía sigue hoy decidiendo en la sombra el destino y el rumbo del partido tradicional de la izquierda italiana. Esa izquierda a la que el movimiento 5Stelle llama muertos hablantes y que se niega a apoyar a pesar de las amenazas del regreso de Berlusconi o de la ingobernabilidad que poco le afecta.5Stellemuertos hablantes
El futuro de Ada Colau
El futuro de Ada ColauY también en aquellos jóvenes españoles que engrosan nuevos movimientos sociales, que otean el futuro al frente de la Plataforma de Afectados por las Hipotecas, de Ada Colau, que presenta una iniciativa legislativa popular con millón y medio de firmas por la vivienda digna en el Congreso de los Diputados, para que se elabore una nueva legislación en materia hipotecaria. Y a la vez promueve escraches para increpar a los representantes de la soberanía popular cuando desayunan por no cumplir sus promesas. Recordándoles que ellos también van en busca del voto obediente por los bares y hasta puerta por puerta cada cuatro años.
Los jóvenes del colectivo universitario #juventudSINfuturojuventudSINfuturo que se movilizan el domingo 7 de abril en Madrid, Zaragoza, Burdeos, Paris, Roma, o Berlín. Más de la mitad en el paro y que optan por la emigración. El año pasado fueron 80.000 los españoles, casi todos jóvenes, los que emigraron por razones laborales.
Jóvenes irremediablemente antisistema que no van a entender esta deriva europea, que viven la frustración de las manifestaciones y las huelgas como medidas de presión no efectivas, pero que condenan la práctica de los lobbies, la financiación irregular de estos políticos y sus formaciones, su claudicación ante las políticas de austeridad o el chantaje de los poderes financieroslobbies. Que buscan nuevas fórmulas de desobediencia civil y ruptura de reglas sociales anacrónicas.
Como dice El Libro del Eclesiastés, un libro muy sabio del Antiguo Testamento, todo tiene su momento, “hay tiempo de esparcir las piedras y tiempo de amontonarlas”, como hay tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado. Hay quien piensa que hoy es el de esparcirlas y luego plantar.