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OPINIÓN | 'Tiempos de violencia', por Rosa María Artal

Tiempos de violencia

El expresidente de EEUU Donald Trump, en la Convención Nacional Republicana.

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Es como si el cartílago de la oreja de Trump nos hubiera estallado a todos encima. Ese poder de la última paja añadida que rompe la espalda del camello. Para los adictos, desprende venturas tras el mal trago pasado. Todo un espectáculo ver a la secta de seguidores trumpistas con apósitos en su oreja derecha a la manera de su líder. Temíamos que con Trump, en segunda vuelta, los Estados Unidos se convirtieran en una dictadura, pero va a ser una de sus variantes más peligrosas: una teocracia.

El fenómeno no se limita a la América profunda de Trump; el Parlamento europeo acaba de recibir a otra tanda de pintorescos especímenes, absolutamente desinhibidos de cualquier complejo, que muestran todo el esplendor de su estulticia. Es como si el diputado español Hermann Tertsch se hubiera reproducido por esporas. Han brotado seres con caretas, bozales, estampitas religiosas y demasiadas menciones a la violencia: “Tenemos un problema de violencia aquí”, decía una parlamentaria ultra acusando a otra de La Izquierda de portar armas. “La violencia viene de la izquierda y lo hemos visto no sólo en Estados Unidos, sino también aquí”.  Los extremos se tocan.

Se les veía venir desde hace años: llegaba el tiempo de los idiotas. Lo peor es que estos se mueven por grandes estímulos pasionales que incluyen la violencia. Ése es el enorme peligro. Difícilmente se puede dar un coctel de mayor riesgo cuando, además, los objetivos de los líderes pasan por diezmar los servicios públicos en aras del mayor lucro de los elegidos que deja un gran rastro de víctimas. Habrá sido casualidad el disparo a Trump, pero no cabe un éxito político mayor. La secta trumpista de la oreja se apuntaría a otro asalto al Capitolio en cuanto su deidad lo sugiriera. De hecho en el discurso de aceptación de su candidatura ya ha adelantado que “su apoyo es demasiado grande para que le puedan robar las elecciones”.

Son tiempos de asumir y normalizar la violencia. Tenemos dos brutales guerras en curso muy cerca, una de ellas con un genocidio de los que hacen historia, de los que hacen saltar el llanto de cualquier ser humano y la indiferencia de las alimañas que lo perpetran y sus cómplices. Y además la violencia aceptada de todos los días.

Macron ha decidido traicionar la voluntad de los demócratass unidos para derrotar al partido de Le Pen (vencedor de la primera vuelta electoral) y “arrebatar” la Asamblea (y posiblemente el Gobierno) al Nuevo Frente Popular. No es un caso más. Macron adelantó la convocatoria por su vapuleo en las europeas y los franceses reaccionaron. Para nada. De ahí que el verbo empleado para la ocurrido sea “arrebatar”: quitar con violencia y fuerza. Es el signo creciente de estos tiempos.

La utilización política de la violencia está llamando la atención de los investigadores. Un artículo en El País aportaba varios argumentos como, por ejemplo, el de la profesora estadounidense Rachel Kleinfeld: “El uso de la violencia para defender a un grupo estrecha los lazos entre los miembros de ese grupo. Por eso, la violencia es una forma especialmente eficaz de reforzar la pasión de los votantes”. En doble dirección, entiendo. Los que se sienten agredidos en su líder y los que quieren agredir en venganza.

Lo que está ocurriendo en España es igual de alarmante. El odio que han inoculado con sus bulos e insidias las derechas, sus medios y redes en cerebros bastante despoblados tiene ya fuertes rasgos patológicos. Impredecibles en su desarrollo. Lo que oyes y lees del presidente del Gobierno no se ha dicho jamás –salvo de José Luis Rodriguez Zapatero, con el que se ensayó la táctica– de los peores dirigentes de este país, que tan terribles ha tenido. Y no es normal que hayan convertido a Begoña Gómez, su mujer, en la enemiga pública número 1, como si fuera el ser más corrupto de la tierra. Y así vienen a diario en las portadas de la pocilga mediática. Este viernes estaba citada en el juzgado por el juez Peinado en su pintoresca investigación y ha hecho uso de su derecho a no declarar. La aguardaba toda la artillería mediática, que se ha quedado notablemente frustrada por verse obligados a prescindir de buena parte del circo que habían montado. Se han tenido que limitar a imágenes, críticas y especulaciones. Igual pasó antes con miembros de Podemos o con cualquiera a quien elijan para sus cacerías. Hay ya un reguero de víctimas zarandeadas, aplastadas incluso. Y los idiotas continúan aplaudiendo.

Cuando el clan de la derecha corrupta quiere aniquilar a alguien lo hace a conciencia, lo mismo que libera de toda culpa a esas máquinas de saltarse la ley troceando, insultando, agrediendo, usando la justicia y todos los medios en su provecho. La comparación es brutal. Si me disculpan la ironía, creo que algo aporta porque es muy gráfica. En los comentarios también.

Un pico en la ola de violencia se dispara –textualmente– cuando el futbolista de la selección –cuyo nombre irrelevante para mí ya he olvidado– desprecia al presidente del Gobierno de España y sigue y sigue y se expande en mil comentarios injuriosos verdaderamente espeluznantes en las redes. Es el sello ultraderechista. Ya no se detienen ante ningún respeto: insultan y menosprecian al gran historiador Ángel Viñas por escribir la verdad sobre Franco o al profesor y escritor Rafael Narbona como si fueran los rivales del chiringuito más cutre de la playa.

Porque toda esa violencia la alientan las mentiras inmisericordes que lanzan los Tellado, Sémper y Gamarra de turno, y los Feijóo y Ayuso por supuesto: los más tiznados y más soberbios. Todo el campo es orégano porque, como explica la profesora Kleinfeld, esa violencia “refuerza la pasión de los votantes”. Tienen en los medios su gran altavoz e incluso promotor: trabajan en equipo. Con total impunidad.

Las medidas europeas para frenar la desinformación anunciadas por Sánchez, aplicadas con la tibieza habitual del centroizquierda acomplejado, serán mínimas para lo que haría falta. Pero han saltado como fieras porque no quieren perder ni un euro: reciben muchos. De nuestros impuestos. Pagamos que nos mientan y perviertan la democracia.  Hay infinidad de datos rigurosos. Nadie puede alegar ignorancia. Un ejemplo, y los hay numerosos en este gran hilo de Yago Álvarez Barba.

Recordemos que hay a multiplicar 17 comunidades autónomas, gobierno central, ayuntamientos, etc...

A destacar el columnista mejor pagado de España que sepamos: Juan Carlos Girauta, hoy parlamentario europeo de Vox: 7.000 euros al mes en El Debate y 6.000 euros en ABC.

Se quejan periodistas de The New York Times (que tampoco está últimamente de tirar cohetes de ejemplaridad) del desparpajo con el que medios y políticos conviven ya sin disimulos: Rupert Murdoch con Trump. Si supieran lo del palco del Bernabéu.

Porque otra parte de este insoportable tiempo son los enfrentamientos en la izquierda (por así llamarla) que, tomados por la pasión, no suelen ser ni precisos ni eficaces. Esas interminables acusaciones y reproches son agotadores. Hay problemas graves, enquistados, atrincherados, sin duda. Y no existen varitas mágicas aisladas. Hace muchos años ya que las revoluciones no surten efecto alguno desde una silla y un ordenador. Quizas sea una solución para cubrir las carencias acudir al ingenio de Forges cuando escribía en todas sus viñetas: “Pero no te olvides de Haiti”. Si les parece, aunque hablemos de literatura, de ciencia, del espacio (que ya me gustaría), pongamos: “Pero no te olvides de Ferreras”. Por ejemplo.

Es arduo, casi disuasorio, este tiempo de violencias varias. Pelear aquí por pequeños triunfos cuando el mundo se despeña en ira para aplastar a los desvalidos, y a los ilusos. Recuerden los más viejos aquella fábula de Tomás de Iriarte, siglo XVIII: ¿no ven que son galgos y podencos los que vienen a por todo lo que puedan por todos los lados?

 

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