Vivimos tiempos de vértigo. La decisión de Pablo Iglesias de renunciar a su deseo de formar parte del gobierno de coalición entre PSOE y UP ha quedado ineludiblemente atrás. Todo dio un giro inesperado la tarde del viernes y, desde entonces, se ha abierto un amplio y enconado espacio para el debate público. Lo más llamativo es la insistencia en la pelea entre detractores y partidarios de ambas formaciones políticas y de sus líderes. Incluso, subsisten en la red hashtags dedicados a configurar activos bloques de confrontación ¿Cabe mayor muestra de estupidez colectiva? Creo que no.
Pedro Sánchez dio un evidente ejemplo de renuncia a sus planes al aceptar finalmente la conformación de un gobierno de coalición con Unidas Podemos. Es una indiscutible muestra de búsqueda del acuerdo. El cambio de postura de Pablo Iglesias ha debido ser doloroso a buen seguro. No hay otra posibilidad que poner en valor su actuación. Dan igual las razones de fondo que les animaran a ambos a moverse de sus anteriores postulados. Han permitido que el resultado electoral que dio una clara mayoría a las ideas progresistas frente al conservadurismo pueda convertirse en la puesta en marcha de un sólido gobierno para los próximos cuatro años. Ahora, todo el trabajo, todo el esfuerzo y todo el apoyo social debe centrarse en impulsar un indispensable acuerdo entre el PSOE y UP.
El pacto de gobierno no tiene por qué tener escollos insalvables. Juntos suman 165 diputados, cerca de una mayoría parlamentaria no alcanzada. De estos parlamentarios, el 75% ocupa la bancada socialista y el 25% la de la formación morada. Nadie puede discutir que democráticamente le corresponde al PSOE presidir el gobierno de coalición y aportar una mayoritaria parte de su programa. Ahora bien, es indispensable que los diputados de Unidas Podemos se sientan integrados en el proyecto. No pueden ser tratados como un forzado suplemento del ideario socialista. El acuerdo pasa por la fijación de un máximo común de principios a compartir que dejen de ser originarios de uno u otro programa. No se puede hacer el 75% del programa de un partido y el 25% de otro. Es necesario conformar uno que aglutine lo más cercano al 100%.
La misma reflexión es aplicable a la composición del consejo de ministros y de los cargos de máxima responsabilidad de la administración. Hablamos de centenares de puestos que deben gestionar las cuestiones claves que conforman el modelo de sociedad en el que vamos a convivir. No pueden aplicarse cuotas. Unidas Podemos tiene el derecho y la obligación de aportar el mayor número de nombres posibles para participar en este ambicioso proyecto. El Partido Socialista debe saber sacar provecho de ese caudal de ilusión y energía del que sin duda puede beneficiarse. El gobierno de coalición solo será un éxito si, pasadas unas semanas, nadie se acuerda de la filiación original de sus componentes.
La trascendencia del proyecto tiene ya una primera consecuencia. De inmediato, se ha empezado a configurar un sólido bloque que solo tiene un objetivo, el de impedir que el gobierno de coalición vea la luz. Parece razonable que los partidos unificados en la plaza de Colón vean como una desgracia la consolidación de un gobierno progresista. A nadie puede extrañarle que la prensa conservadora lance todo tipo de campañas de intoxicación para poner palos en las ruedas de la negociación. También habrá voces desde posiciones extremistas que no crean en los valores del consenso y el acuerdo. Todo parece indicar que hasta Puigdemont, desde Bruselas, va a dar órdenes a sus diputados para que voten contra la investidura de Sánchez. Nada de esto suena preocupante si se consolida un fuerte estado de opinión que proteja a los negociadores y les anime a llegar a un acuerdo lo antes posible que cuente con la satisfacción de las dos partes.
Lo que carece de todo sentido es la proliferación de supuestos progresistas que amplifican cualquier desacuerdo para venderlo como una dificultad insalvable. En momentos de tensión política y social como los que vivimos es trascendental hacer que impere la serenidad y la apertura de miras. Encastillarse en posturas partidistas es el camino directo hacia la consolidación de un indeseado fracaso colectivo. Hay demasiada gente que, llevada de sus intereses u obsesiones personales, va a intentar ahondar en el conflicto y desinflar cualquier atisbo de concertación. Todo acuerdo implica la renuncia a imposiciones y la aceptación de principios no compartidos de inicio. Un acuerdo implica renuncias. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias han abierto el camino.
Toca retratarse. Aquí no caben medias tintas. Nos jugamos vivir un episodio que puede hacer historia en España. No hay casi precedentes de gobiernos de coalición en Europa que engloben únicamente a fuerzas progresistas. Hay la oportunidad de hacerlo y hay que hacerlo bien. Todas las opiniones son válidas y cualquier aportación constructiva puede tenerse en cuenta, pero antes de entrar en el debate tenemos la obligación de responder a la pregunta fundamental: ¿estamos a favor o en contra? Dependiendo de la respuesta, la actitud ante las intensas horas que nos toca vivir debe ser diferente.